Hannah se estremeció cuando él tocó la base de su cuello, sus dedos siguiendo los nudos óseos de su columna por su espalda.
Llevaba sólo un camisón delgado y estaba agrupado alrededor de su cintura, sus pechos desnudos para él, en el aire frío.
Estaba sentado detrás de ella.
¿También estaba desnudo? Volvió la cabeza para ver.
Su camisa blanca colgaba abierta y vestía una falda escocesa. ¿Falda escocesa? Un tartán había dicho él, un tejido a partir de rojos y azules.
Y su pelo era... ella echó otra mirada. Su cabello era largo. Crecido más allá de sus hombros, largo, grueso y enredado. Vaya, no lo había notado en los últimos días.
Ella se estremeció de deseo.
—¿Llevas algo debajo de esa falda escocesa? —preguntó.
—Ni una puntada, muchacha —le susurró al oído con un marcado acento escocés—. Levantó el dobladillo de su tartán y ella rápidamente desvió la mirada.
—Tú no eres escocés, Fawler —lo regañó.
—Llámame Brandon —susurró con voz ronca.
Ella tragó saliva. Ella sabía que nadie lo llamaba así. Ni Fawler, ni Hadley. Un nuevo nombre. Una nueva intimidad.
—Quítate la camisa, Brandon —susurró audazmente.
Sólidos brazos cruzados alrededor de ella, su cabeza en el hueco de su cuello, su aliento susurrando a través de su mejilla como el viento a través de las últimas hojas restantes de un roble en invierno.
—Siempre has querido tocarme Hannah, y yo quiero tocarte ahora —gruñó.
—¿Dónde?
Por favor, que sea donde ella esperaba...
—Aquí. —Su mano se deslizó a través de su vientre y más abajo, ahuecando su montículo a través de su delgada camisola. Exactamente donde ella esperaba.
El cambio se desvaneció y movió sus dedos sobre su sexo de la manera que más le gustaba. Era tan bueno en esta parte. Era bueno en todas las partes.
Encontró su felicidad rápidamente, arqueándose hacia atrás en sus brazos, rodeada por su fuerza y consumida por la pasión.
Extendió la mano detrás de ella trazando la forma de su miembro a través de la lana de su falda escocesa. Se deslizó debajo de la misma, encontrando la seda caliente de él, deslizando su mano alrededor. Él gimió en su oído, empujando en su palma.
Su mano se movió para cubrir su garganta, moviendo su cabeza hacia un lado para poder besarla mientras permanecía detrás de ella.
Garganta expuesta y vulnerable en sus grandes manos.
Su beso áspero y descontrolado.
Le encantaba la forma en que sus dedos se cerraban alrededor de su delicada garganta. Sabía que él nunca la lastimaría. Que sólo quería darle el placer más exquisito.
Una y otra ... y otra vez.
Sus labios sabían exactamente como el whisky escocés antiguo de Dundee. Cuando él rompió el beso, ella se rió. —Meloso. Suave. Delicioso —citó de un anuncio de whisky.
—El tiempo de tranquilidad ha terminado —dijo con fuerza.
Sus manos se cerraron alrededor de sus caderas, poniéndola de rodillas. Su cuerpo cayó sobre su espalda, su peso tan pesado, su dureza empujándose entre sus piernas.
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La Misión del Barón
Ficção HistóricaUn compromiso roto y años de aventuras en el extranjero, han provocado que la intrépida lady Hannah Marie Cautfield, pierda interés en el matrimonio tranquilo y convencional de la sociedad a la cual pertenece. Hasta que tiene que ir a su siguiente a...