Latidos: niño interior

12 1 0
                                    

— ¿Iseul? ¡¿Iseul?!

Choque mi puño contra la puerta de madera, pero, aunque crujía y aunque arremetía con ella, esta no cedió. Di un suspiro resignado y puse mi frente en la fría superficie... escuchaba su voz, o al menos creía hacerlo desde el otro lado de la habitación oscura.

Justo antes de que Iseul abriera la puerta, yo estaba a punto de advertirle que no fuera la primera. Porque parece que esa luz cegadora que nos envolvió nos dejó tirados en habitaciones diferentes.

El sonido de una melodía me llamaba a adentrarme a ese lugar oscuro. Yo podía diferenciar, las paredes, estrellas y el piso con pasto. Lo que creía que eran las voces de los demás detrás de la puerta era en realidad el estruendo de lo que parecía ser un mercado. Algunos alzaban su voz ofreciendo sus productos, había música y un ambiente de completa alegría incluso cuando todo lo que veía seguía siendo negro.

No fue hasta que di tres pasos adelante que el espacio a mi alrededor tomó forma. Era un día cálido, las personas ahora tenían rostros borrosos pero sus ropas eran de otra época.

Nadie parecía verme o al menos no notaban que alguien de otra era los estaba viendo.

Parecía ser un reino dinámico, el mercado estaba aborregado de personas de todos los estilos, ninguno con una pobreza que caracterizara a una clase social en específico. Si este maldito laberinto nos lanzaría al pasado entonces debería encontrar a Iseul antes de que volviera a cambiar nuestro espacio. Me hice lugar entre las personas, animales y pasteles que llenaban de olor las calles apedreadas.

Si los escuchaba mejor entonces reconocía que debía ser la era Juseon, incluso los caracteres descritos en las casas eran demasiado antiguos.

Un carruaje estaba detenido a un lado de una avenida menos concurrida. Los pocos vendedores y doncellas lo miraban con curiosidad. Parecía ser de un reino lejano, por la forma en que estaba construido casi en su totalidad de oro y los vasallos parecían demasiado bárbaros en comparación a los pocos guardias reales que patrullaban en la otra calle.

— Aquel joven príncipe traído de Yeongjong solo ha creado problemas desde que vino. — una mujer que vendía telas en la esquina susurró a su ayudante que no dejaba de ver con expectativa el carruaje. — ¿En serio crees que pueda ganar el favor de la pequeña princesa imperial y sus padres?

— No lo sé... la princesa imperial es solo una niña.

— El pueblo no lo permitiría, pero cuando alcance la edad del matrimonio no dejarán de llover pretendientes a esta isla.

— Solo recemos al dios supremo que escoja un buen heredero de la corona. Una niña como ella no debería estar recibiendo propuestas se matrimonio tan joven. — la ayudante hizo una mueca de desacuerdo y las marcas de su maquillaje excesivo quedaron marcadas.

No sabía que esperar al acercarme aún más al callejón donde al parecer se libraba una pelea. Un joven de al menos dieciséis halaba de una cadena de aspecto pesada. En ella arrastraba un pequeño animal que no dejaba de llorar como si recién hubiera salido de la barriga de su madre.

— Muévete, maldito animal del infierno. La princesa y el emperador nos están esperando. — su acento era peculiar, muy característico en esa época de la península.

Estábamos en Quelpart entonces y aquel animal a quien arrastraba por la tierra, por los adoquines calientes por el sol y quien pegaba con un látigo de cuero era un pequeño tigre.

Mi corazón sufrió un estruendo al juntar mis ojos con los del pequeño felino. Destilaba tanto odio y vulnerabilidad al tiempo que en un momento a otro yo veía la escena reproducirse desde su perspectiva. Aquel joven de cabellos castaños y ojos negros tan frívolos no dejaba de gritar groserías como cualquier príncipe malcriado. Sus acompañantes se ofrecieron a llevarme a las malas, pero el seguía arrastrándome por toda la calle hasta el carruaje como si fuera una bolsa de basura.

𝕮𝖗𝖚𝖘𝖍 εїз KTH⁴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora