.VIII.

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Sirius se despertó jadeando aquella mañana

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Sirius se despertó jadeando aquella mañana. Las pesadillas en él ya eran costumbre desde muy pequeño.

Cada vez eran diferentes pero muy parecidas entre ellas. Muy frecuentemente soñaba que estaba siendo maldecido por Walburga u Orión, o que le hacían daño a su hermanito. Pero otras muchas veces recordaba momentos dolorosos de su infancia.

Era una noche de tormenta y un Sirius de 6 años se encontraba llorando asustado por los truenos que resonaban. Walburga, ya molesta, había agarrado con fuerza el brazo del pequeño Black mientras lo arrastraba escaleras abajo.

Entonces lo había metido en una habitación oscura y fría donde ese horrible ruido resonaba diez veces más fuerte.

Murmurando un hechizo de bloqueo a la puerta, Walburga había abandonado el lugar dejando a su hijo encerrado las siguientes tres noches, pero no sin antes maldecirlo con una maldición punzante.

Sirius se había encogido en el suelo, abrazando sus piernas en posición fetal. Tiritando ya sin saber si del frío o del miedo y respingando cada vez que un trueno caía.

Aquella mañana Sirius se levantó recordando una vez que Orión lo golpeó con su cinturón por haber roto unos pantalones costosos a causa de haber estado corriendo en el patio trasero de Grimmauld Place.

Sin poder volver a conciliar el sueño, se levantó de la cama, se duchó y se arregló para aquel día. Después, sacó de su baúl un pequeño paquete a vuelto en papel escarlata.

Hoy era 27 de marzo, el cumpleaños de James Potter como le llevaba recordando el chico las últimas semanas. O incluso meses.

Así que cogió el paquete y se acercó a la cama del azabache. Este estaba profundamente dormido así que Sirius comenzó a sacudirlo para que despertase.

-James: Sirius amigo, ¿ocurre algo? ¿Estás bien? ¿Ha sucedido algo?- preguntó apoyándose en sus codos y revisando al chico con la mirada no sea que le hubiese sucedido algo- ¿Todo en orden?

-Sirius: Claro que sí, Potter- contestó rodando los ojos- Pero es tu cumpleaños. Ten- Le entregó el paquete-.

-James: Oh, gracias amigo pero no hacía falta, ¿Qué es?

-Sirius: Ábrelo.

El Potter comenzó a rasgar el papel hasta dejar a descubierto una caja. Al abrirla salió volando una escoba en miniatura. Más específicamente, una Flecha de Plata.

-Sirius: La he encantado para que vuele. Como ya sabrás, es una Flecha de Plata. Es una escoba a tamaño real pero, dado que los de primero no tenemos permitido traer escoba, he decidido que podrías tenerla como maqueta, por así decirlo- dijo encogiéndose de hombros-.

-James: ¡Es increíble!- dijo sonriendo- ¿Pero como la has conseguido? Es una escoba bastante cara, y ni siquiera está todavía a la venta.

-Sirius: Soy un Black, tengo contactos. Aunque no le digas a nadie que te la he obsequiado yo, me meterías en problemas.

-James: Por supuesto, ¡Gracias!- dijo abrazando al chico-.

Sirius hizo una mueca de desagrado pero se dejó abrazar.

Una vez que los otros dos chicos despertaron, los cuatro bajaron a desayunar al gran comedor. Tal parecía que el Potter se había ganado una reputación porque muchas personas lo felicitaban. Incluso alumnos de cursos superiores. Eso en cierto modo le causó al Black un sentimiento de tristeza mezclado con envidia. Para su cumpleaños nadie le había felicitado excepto Remus. Claro estaba que él no le había dicho a nadie pero sabía, que aunque los demás supiesen de su cumpleaños, nadie le hubiese felicitado.

-James: Me apetece hacer algo especial hoy. Además, ¡es sábado!

-Peter: ¡Sí James, podemos hacer algo genial! ¡Es tu cumpleaños, tu decides!- exclamó sonriendo-.

-James: De echo, sé qué podemos hacer.

Nada más concluir el desayuno, los tres Gryffindor's siguieron al cuarto por los pasillos de la escuela. El chico Potter se detuvo justo enfrente de la estatua de una señora jorobada.

-Sirius: ¿Una estatua?- preguntó enarcando una ceja-.

-James: ¡Sí! Unos chicos de sexto me dijeron que había un pasadizo detrás, ¡Y quiero verlo! Pero no saben cómo abrir la estatua.

-Remus: Debería de haber alguna contraseña o algún hechizo...¡Alohomora!- probó-.

Pero nada sucedió.

-Peter: ¡Corazón de dragón!- chilló varita en mano-.

Pero nada volvió a suceder.

-Sirius: ¿De verdad creías que sería la contraseña de nuestra sala común?- preguntó con burla-.

-Peter: Yo al menos estoy intentando ayudar- contestó-.

El Black se acercó a la estatua.

-Sirius: ¡Dissendium!

Esta vez la joroba de la estatua se abrió dejando a la vista un estrecho y profundo pasadizo.

-James: ¡Genial amigo!- dijo dándole una palmada amistosa a su amigo en la espalda!- ¿Cómo sabías que sería esa?.

-Sirius: Solamente he tenido suerte.

Ese era el hechizo que se debía usar para abrir uno de los sótanos de su casa.

-James: ¿Y a qué estamos esperando? ¡Vamos!

-Remus: No creo que sea buena idea.

-Sirius: Vamos, no seas aguafiestas Lunático.

-Peter: A mi me da miedo- dijo temblando a lo que Sirius lo fulminó con la mirada-.

-Sirius: Es el cumpleaños de James y él quiere ir, así que vamos.

-James: De verdad que si no queréis venir, no hace falta.

Finalmente los cuatro muchachos se adentraron en el túnel.

Caminaron por un largo rato esquivando trampas y saltando charcos y baches, hasta que llegaron a una escalera. James fue el primero en subir. Asomó la cabeza por una trampilla que había y, al ver que no había nadie, subió seguido de sus tres amigos.

-Remus: Huele a chocolate- dijo mientras su ojos se agrandaban- ¿Dónde estamos?

-James: Creo que... Honeydukes.

-Sirius: ¿Estamos es Hogsmeade?

-James: Tal parece que si.

-Peter: ¡Vamos a coger dulces!

Los cuatro chicos llenaron sus bolsillos de dulces y caramelos y se marcharon. Pero no sin antes dejar una pequeña bolsa con algunos galeones.

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