La calidez de un hogar anhelado se había convertido en un campo hostil invadido por una guerra fría. Coraline miraba minuciosamente los movimientos de sus padres, o quiénes creían que lo eran.
Mel parecía la misma mujer adulta que vivía harta de la lluvia, el barro y su trabajo en el estudio. Tampoco había gran diferencia con su padre. Coraline sabía que su otro padre tocaba el piano, o algo parecido, ya que una máquina con guantes blancos parecía hacerlo por él. El otro Charlie se vestía de colores vivos (la mayoría pijamas naranjas) y tenía un cuarto estudio decorado con discos de vinilo y algunos cuadros pintorescos. Pero cuando fue a revisar el lugar donde ambos pasaban gran parte del día, encontró la misma habitación aburrida, llena de cajas y paredes grisáceas. Y en cuanto a su vestimenta… Nada más aburrido que un largo abrigo de lana gris desgastado y unas pantuflas marrones.
Definitivamente tendría que esforzarse en averiguar la verdad o terminaría en un sanatorio ¡No tenía sentido!
Coraline se encerró en su habitación e hizo varias listas para definir sus ideas. Uno de los fantasmas de los niños, la rubia de linda sonrisa, le había dicho que ella debía tener alguna corazonada al respecto. Pero con la sinceridad en su palma Coraline escribió: «O soy muy tonta o olvidé el momento en el que me di cuenta. Perdón amigos, no lo recuerdo». Su letra era grande y redonda, un poco falta de caligrafía porque estaba apunto de terminar las vacaciones y llevaba un tiempo sin tocar un libro.
Hasta que luego de divagar entre lagunas mentales, lo encontró. El día en el que su madre llevó aquella camisa roja de tirantes, una que su verdadera madre odiaría. También pensó en el juego de hockey, el verdadero Charlie nunca apostaría una pizza por un partido local de Michigan ni de ningún otro, ni siquiera era fanático al deporte. Pensándolo bien, Charlie no era un hombre muy entusiasta con algo que no fuese su familia. Desde ese momento todos sus recuerdos traían algo de fervor, la hacían sonreír. Hasta el día que la niña fue al otro mundo y fanfarroneó de que nunca le entregaría sus ojos. Pobre niña, ya lo había hecho, ya se había arrojado al precipicio mientras hablaba de no hacerlo.
Coraline golpeó la cabeza contra el escritorio.
Ahora la risa socarrona de Beldam tenía sentido. Nada sonaba más estúpido que la presa que traía entre manos le gritara que jamás caería en su red ¿Desde cuándo lo había pensado? ¿Desde tiempo después de haber arrojado la llave al pozo o antes? Coraline suspiró exhausta, la mente le explotaría en cualquier momento, o eso sentía. Al final, nunca había salido de aquel mundo… al final, aquellos que abrazó y amó nunca fueron sus padres.
¿Y el gato qué pintaba en todo el asunto?
Un felino de apariencia ordinaria, quizás un poco viejo y desaliñado, pero nada que diera indicios a que había vivido unos siglos. Capaz de hablar y cruzar mundos – espacio – temporales. Quién alegaba odiar a la bruja, pero mantenía conversaciones secretas cuya información se desconocía.
Resumen de sus notas: Beldam había ganado y el gato podía ser un aliado de la bruja que ayudaba a atraer a los niños, mostrándose como el agazapado que sale del asunto si así le conviene.
Un rasguño se escuchó en su ventana y Coraline cerró el cuaderno de un golpe. Desde allí las cuencas del gato brillaban de una manera amenazante.
Ella saludó lo más ameno que le fue posible: con una sonrisa que parecía una mueca y el corazón disparado.
—Le levantaron el castigo a Wybie, pero parece que aún no quiere verte —anunció el felino—. Ve y habla con él.
—¿Por qué? No lo he hecho nada malo —rezongó Coraline tratando de sonar natural.
El gato caminó hacia ella, bajado de la ventana al suelo y arrinconándola con su presencia.
—Te recuerdo, Coraline Jones, que fuiste tú el motivo de su castigo, y ahora, el chico me ve como si me fuese a convertir en un monstruo en cualquier momento.
—¿Y le hablaste? —preguntó ella.
—¿Por qué lo haría? Sería el fin de mis días ¡Él no me daría más comida creyendo que soy alguna clase de demonio! —el gato gruñó— Tienes que arreglarlo.
—Cierto, por mi culpa Wybie estuvo en esa situación, pero ahora no puedo estoy —miró de soslayo a su cuaderno—… no estoy haciendo nada. Vamos.
.
Buscar a su vecino fue tarea sencilla, solo con tocar a la puerta de los Lobat y que su abuela gritara con voz gastada y chillona «¡Wyborn!» para encontrarlo bajando las escaleras a regañadientes.
—Eres tú —murmuró con desánimo— ¿Qué haces aquí? ¿Silvestre te obligó a venir?
Coraline sonrió incómoda y alegó que había venido por ocurrencia propia, y cómo aún estaban delante de su abuela agregó un: «Los gatos no hablan» entre dientes.
Salieron al jardín del Palacio Rosa y se sentaron en alguna columna pétrea, ambos bien abrigados contra el mal clima.
—Entonces —habló el niño— ¿A qué vienes?
—No te he visto salir estos días —comentó Coraline—, quería saber cómo estabas.
—Coraline, la que le parece que todo lo que hago es un fastidio quiere saber cómo estoy —dijo con sarcasmo Wybie—. Estoy bien, “gracias”.
Wybie se bajó del muro y comenzó a caminar.
—Hey, espera —llamó ella—. No es así, yo… quizás hace tiempo pensé eso de ti, pero ahora…
—No te esfuerces, no necesito que digas nada más; solo quiero que no me vuelvas a buscar —interrumpió él, luego miró al felino—; dices que el gato puede hablar ¿no? Bien: Silvestre, ve y quédate con ella. No quiero volver a verte ¿entiendes?
Coraline estaba atónita. Corrió hasta el chico para encararlo.
—Oye, ¿qué te pasa? —espetó con enfado, deteniéndolo del brazo— ¿Por qué me dices todo esto? Tú no eres así.
Cuando Coraline lo miró a los ojos se topó con una sensación que jamás había experimentado. Sus pupilas se veía oscuras y vacías, como si le hablase a un pedazo de cartón sin vida. Wybie lanzó un manotazo zafando el agarre de ella y siguió su camino. Sus pasos lentos y pesados lo dejaron a la vista, pero minutos más tarde se tumbó sobre el suelo y comenzó a vomitar.
—¡Coraline, no te acerques! —gritó el gato.
Pero Coraline corrió hacia Wybie.
El moreno de cabellos rizados hizo un movimiento con el que Coraline sintió que la gravedad se distorsionó. Ella se derrumbó en el suelo, debilitándose al punto de forzar sus ojos para no desmayarse.
—Tráela —ordenó una voz.
Entonces Wybie (quién ya no parecía ser él) la cargó y comenzó a andar.
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Coraline 2: El secreto de la Otra Madre | FANFIC COMPLETO |
FanfictionLa historia nace después del final que vemos en la película, donde a mediados de la primavera una extraña neblina inunda a todo el Palacio Rosa. Este fenómeno tomó sentido cuando Wybie, quien no sabía mucho de la bruja ni del otro mundo, relató ver...