XII

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Nuestra pequeña discusión pasó a un lado cuando el Alcalde se sentó en frente de nosotros, nos sonreía con tanta confianza que parecía que nos conociéramos de años. Yo solo estaba cruzada de brazos en mi asiento, tenía mi ceño fruncido por la presencia de ambos hombres.

—Esta claro que estos últimos días no han sido los mejores, pero necesito que ustedes den resultados—nos dijo en hombre que esta en frente.

—No creo que sea tan fácil hallar a un asesino en serie—comenté.

—Eso lo sé, pero yo no puedo decirle eso al pueblo.

—Lo que usted debería hacer es avisar de que tienen que cuidarse, incluso debería poner recompensa por él—me refería al Estrangulador.

—¿Y con qué vamos a pagar la recompensa?

—Va—corregí—Usted es el que tiene que pagar, nosotros no. Debería hacerlo con lo que se queda de los impuestos—me encogí de hombros.

—Al parecer estamos diciendo demasiadas cosas que no van al caso—la forma en que apretaba un papel en sus manos me indicaba que estaba enojado.

—Yo estoy de acuerdo con la Doctora—escuchar eso me sorprendió.

—Teniente, no hay recursos para dar recompensa, ustedes no son los que tienen que buscar dinero.

—Y usted no es el que tiene una amenaza de muerte solo por hacer su trabajo—espeté.

—Tenemos que relajarnos un poco para seguir con al reunión—como siempre Paola tratando de que la situación no fuera tan tensa.

—Tiene razón—concedió el Alcalde—Haré lo que este en mis manos para que este caso avance.

—Si no hay nada más que decir, entonces terminemos la reunión—dijo el Teniente.

—Si, cualquier cosa les haré llegar la invitación a la próxima reunión.

¿Próxima reunión? ¿Verle la cara de nuevo?

¿Qué estoy pagando?

—Hasta luego—nos despedimos.

Salimos de la oficina, como el Teniente está bastante enojado conmigo tendré que llamar un taxi para irme a casa, y allí pagarle porque precisamente hoy decidí salir sin dinero a la mano, solo traía mi tarjeta de crédito, y un taxista no la recibiría. Acompañé a Paola al estacionamiento en donde su auto estaba junto al del Teniente.

—¿Y su auto, Doctora?—me preguntó Paola.

—No lo traje, se me es difícil manejar con el pie así—me encogí de hombros.

—La llevaría a su casa, pero tengo que ir por mi madre en diez minutos.

—No se preocupe, voy a llamar un taxi.

—Nos vemos después—se despidió, subió a su auto y se marchó.

Me di la vuelta para encontrarme al Teniente, que estaba recostado sobre su auto, me miraba con una ceja enarcada, a lo que yo fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara o qué?

—¿Va a llamar un taxi? ¿Creé que sería tan mierda de dejarla aquí después de que la trajera?

No dude mucho para responder.

—Si, la respuesta para ambas preguntas es si.

—No entiendo como le tengo tanta paciencia—rodó los ojos—Súbase.

—¿Creé que puede darme órdenes?

—Sé que no tiene dinero en efectivo, solo trae su teléfono con usted.

—Puedo pagar cuando este en mi casa.

—Entonces haga lo que quiera, porque trato de ser amable, pero usted busca cualquier excusa—bufó.

—Pues porque no confío en su amabilidad—me defendí.

—Pues yo ya di toda la amabilidad que tenía, confíe o no, a usted le queda decidir si se va en taxi y paga, que además es un desconocido y hay un asesino en serie suelto, o se va conmigo y no paga nada—sin decir nada más se subió a su auto.

Lo peor es que tenía la razón con lo del asesino y el taxi, además de que tenemos la amenaza de los secuestradores esos, que pueden ya saber nuestras identidades. Tragándome todo mi orgullo, me subí al auto.

—Buena decisión—dijo en cuanto cerré la puerta.

—Solo cállese—espeté de mal humor.

Lo peor es que en vez de responderme de la misma manera, grosera, se rió, era la primera vez en todo el tiempo que conozco al Teniente que se reía de forma natural, su risa no era falsa, y mierda, aunque se me dificulte decirlo, la risa del Teniente era de otro mundo.

Dejó de hacerlo cuando sintió mi mirada sobre él, al parecer se sintió incómodo. No dijimos nada más hasta que vi que tomó una calle que no era hacía mi casa, incluso era todo lo opuesto.

—¿A dónde me lleva?

—Tengo que ir a casa de mi madre por una cosa, no iba a devolverme, la llevo a su casa en cuanto la recoga—se encogió de hombros.

—Ok—no podía decir nada más, el auto era de él.

El lugar en donde vive la Señora Wilson es muy elegante, pero a la vez acogedor, las casas eran de dos pisos, todas del mismo color, un color crema, las puertas, ventanas y el techo eran en madera oscura. Cuando ya habíamos estacionado en la que supongo era la casa de la Señora Wilson, el Teniente apagó el auto, pero a pesar de que todo era muy bonito, hubo una cosa que me llamó la atención.

—¿Sabe de quién es ese auto?—señalé el auto gris.

—No, seguro es algún amigo de mi madre o de Joe.

—Ese es el auto de mis padres, estoy segura de que es ése.

—Mierda—masculló.

—¿Qué?—lo miré.

—¿A qué día estamos?

—Quince de Agosto ¿Por qué?

—Lo olvidé por completo—bufó.

—¿Qué olvidó? Diga... Mierda, hoy es quince de Agosto, hoy es el cumpleaños de Joe—me llevé la mano al rostro, frustrada.

—Yo lo olvidé por completo, mi madre si me había dicho que viniera hoy, pero no sabía porqué tanta insistidera.

—No puedo creer que se le haya olvidado el cumpleaños de su padrastro.

—He tenido muchas cosas en la cabeza, el trabajo me ha tenido ocupado.

—¿Al menos, no sé, le compró un detalle?

—No recordaba su cumpleaños, pero si voy a recordar comprarle un detalle—dijo sarcástico.

—Oiga, yo soy de las que compra los detalles un mes antes—me defendí.

—Pues no, no tengo un detalle

—Tampoco creo que quiera entrar sin nada en las manos, revelaría que olvidó el cumpleaños de Joe.

—Eso ya lo sé.

—Entonces vamos a comprar un detalle—propuse.

—Es la mejor opción que tengo—volvió a encender el auto.

Y así es como voy en el auto con el Teniente, en busca de un detalle de cumpleaños para su padrastro, Joe.

Diario de una Forense©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora