XIII

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Llegamos a un pequeño centro comercial, era el único en el pueblo, habían varias tiendas en donde podíamos buscar el detalle, yo también decidí llevarle un detalle a Joe, pues iba a pasar por allí y no perdía nada en hacerlo, además aquí si aceptan tarjetas de crédito. Con el Teniente de un momento a otro nos separamos, estábamos mirando cosas que pudieran ser del agrado de Joe, hasta que yo encontré una, no era secreto que al amigo de mi padre le encantaba fumar, sobre todo con las pipas, y allí encontré varias de diferentes colores, pero escogí una de color rojo, la cual estaba muy bonita, también tomé una bolsa de regalo café, muy seria, en donde empaqué mi detalle y fui a caja a pagar.

En la caja de enfrente estaba el Teniente de espaldas pagando, y gracias a su grande espalda no pude ver que había comprado, solo vi que lo había empacado en una bolsa negra.

—¿Listo?—preguntó cuando llegó a mi.

—Listó—sonreí, lo seguí de nuevo hasta su auto.

Sin decir nada más—como siempre—encendió el auto y volvió a casa de su madre, por alguna razón estaba nerviosa por ir allí, pues no fui invitada, quizás mis padres si, pero yo no.

No nos invitaron, pero tampoco nos dijeron que no fuéramos.

Le tomé la palabra a mi conciencia y traté de relajarme, de todos modos Joe es un gran amigo de mi padre, y estuvo presente gran parte de mi infancia como un amigo para mi, de esos amigos viejos que tiene uno de niño, aquel con el que de un momento a otro creces por un rato y hablas de la vida, siempre me pasaba con él y su difunta esposa.

—Tierra llamando a Evans—volví en sí cuando escuché la vez del Teniente—¿Se durmió con los ojos abiertos o qué?

—Estaba sumida en mis pensamientos—me excusé.

—Pues salga de ellos, que ya llegamos.

—Bien—bajé del auto.

Espere a que el Teniente bajara para ir detrás suyo, pues su madre era quien vivía en esa casa, así que él debía ir enfrente. Tocó el timbre una vez, la cual fue suficiente, en menos de un minuto su madre nos abrió la puerta.

—Hijo, si viniste, y con compañía—nos sonrió—Hola, Alexia.

—Hola, Señora Amanda ¿Cómo está usted?—pregunté educadamente.

—Muy bien, gracias por preguntar. Vengan pasen—nos abrió espacio para entrar.

—¡Oh! Pero miren a quienes tenemos aquí, Matheo y Lexi—la sonrisa de Joe me decía que no fue mala idea venir.

—Feliz Cumpleaños, Joe—le di un abrazo.

—Gracias, me alegra que hayas venido.

—Feliz Cumpleaños, Joe—el Teniente le estrechó la mano.

—Gracias, muchacho.

—Hija ¿Qué haces aquí?—preguntó mi madre, confundida.

—Es el cumpleaños de Joe—dije con una sonrisa.

—¿Pero cómo lo recordabas?

—¿Cuántos cumpleaños no pasé con él? Desde hace días venía recordándome que es su cumpleaños—el ceño fruncido del Teniente se robó mi atención por un momento, solo cuando vi que iba a hablar decidí hacerlo yo primero—Además el Teniente me dijo que iba a venir, y le dije que por favor me trajera.

—Así es—rectificó el Teniente.

—¿Te acordabas de mi cumpleaños, Matheo?—le preguntó su padrastro.

—Claro que si, Joe ¿Cómo olvidarlo?

—Oh, gracias—el gran amigo de mi padre le da un abrazo a su hijastro, el cual lo recibe no muy cómodo, pero lo hace.

—Vengan, ya estábamos apunto de comer—nos invitó la Señora Wilson.

Todos nos sentamos en el comedor que era para seis personas, Joe y la Señora Wilson estaban en cada punta, mi padre estaba al lado de Joe, y mi madre al lado de la Señora Wilson, el Teniente y yo quedamos juntos, enfrente de mis padres. Cuando sirvieron la comida todos hablaban mientras ingerían sus alimentos, ellos cuatro estaban sumergidos en una conversación sobre sus pasados, mientras que el Teniente y yo estábamos excluidos de aquella conversación.

—Siento que vuelvo a ser niña, no entiendo nada de lo que hablan ¿Cosas de adultos? Creo que así les llamaban—le dije al hombre que estaba a mi lado.

—Así era. Le agradecería por guardar mi secreto, pero al parecer yo también le guardé el suyo—nuestra conversación no era escuchada por nuestros padres.

—Son nuestros secretos, nadie debe saberlos.

—Nadie lo sabrá—afirmó.

—¿Pinky Promise?—saqué mi dedo meñique para sellar ese secreto.

—No me voy a poner con esas cosas infantiles—bufó.

—Sabe, se me antoja hablar con Joe, es que su hijastro olvidó su cumpleaños y me parece algo inaceptable.

—Yo también puedo decirle que usted olvidó su cumpleaños—acusó.

—Yo tengo una excusa, casi nueve años sin vernos, pero logré recordar su cumpleaños a tiempo ¿Qué excusa tiene usted? ¿Qué pensarán Joe y su madre?

Su rostro me decía que yo había ganado esta vez, rodó los ojos con fastidio antes de entrelazar su meñique con el mío.

Pinky Promise—dijo en voz baja, era claro que no quería que nadie lo escuchara, con mi otra mano sellé la promesa.

—El secreto se va a la tumba—sonreí.

Después de acabar de comer decidimos sentarnos en los sillones del salón para hablar de algunas cosas mientras nos tomábamos un café, pero esta vez el Teniente y yo no estábamos juntos, estábamos bien separados, él en el sillón enfrente al mío.

—Te traje un detalle, Joe—le tendí la bolsa.

—No te hubieras molestado.

—No es molestia—aseguré.

—Yo también le traje un detalle—el Teniente le dio la otra bolsa.

—Muchas gracias a ambos—mientras que el Teniente solo asintió con esa cara de culo común en él, yo respondí con una gran sonrisa—Miremos que hay aquí.

Aunque yo le di primero mi detalle, él abrió primero el del Teniente, lo peor de todo es que deseé que hubiera abierto primero el mío. De la bolsa del Teniente sacó nada más y nada menos que una pipa, una pipa azul. Mis ojos de inmediato fueron hacía el Teniente.

—Gracias, Matheo—esté asintió.

Cuando abrió mi bolsa sacó la pipa roja, lo que hizo que el Teniente me mirara, me encogí de hombros hacía él.

—Vaya, creo que empezaré una colección de pipas de colores. Gracias, Lexi.

—No hay de qué, Joe.

Cuando Joe se llevó a mi padre a su estudio a enseñarles algo, y la Señora Wilson se llevó a mi madre a la cocina para traer el postre, el Teniente decidió sentarse a mi lado.

—¿De verdad tuvimos que darle el mismo detalle?—bufó.

—No era el mismo, eran de diferente color—acoté.

—Pues que diferencia.

—Ya relájese, al menos le gustaron.

—Pues si.

Cuando ya era hora de marcharnos mi padre decidió llevarme a mi casa, así que no tuve que ir con el Teniente, me despedí de todos agradeciendo, incluso al Teniente por ser mi chófer el día de hoy. Al llegar a casa me di una ducha y me recosté en mi hermosa y cómoda cama, donde me quedé dormida de inmediato y descanse como nunca. Era obvio, hoy había sido un día tranquilo por decirlo así, si no contamos la reunión con el alcalde, fue un día como los de antes, sin preocupaciones.

Diario de una Forense©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora