XXIII

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—¿Por qué tienes eso?—mi voz salió algo nerviosa.

—Lo encontré en uno de tus cajones.

—¿Con qué derecho revisaste mis cosas?—ahora estaba a la defensiva.

—Buscaba unos calcetines y lo encontré. Igual eso no importa, mierda Alexia nos mentiste en la cara.

—Dame eso—apreté mis dientes.

—No, dime porqué lo hiciste.

—No voy a decirte nada, vete de mi casa.

—¡No! ¡Me mentiste! Joder nunca me imaginé que fueras tú.

—Obvio que no lo imaginabas, siempre fui una mujer débil antes tus ojos.

—Por eso siempre decías que una mujer también podía hacerlo, defendías ese argumento porque sabías que tú eras la mujer que lo hacía—me acusó—Dime cuál fue tu motivo para hacer esto.

—Sabes bien porque lo hice—rodé los ojos.

—¡No sé cuál puede ser el motivo para que te convirtieras en una asesina en serie!

—¡Ese maldito mató a mi mejor amiga, mí hermana! Ustedes no iban a hacer nada, la cárcel no era un castigo justo, tenía que hacer que pagara, que sufriera lo mismo que ella sufrió.

—Pero ya has matado más de 50 hombres de por Dios.

—Eran unos mal nacidos, yo solo hice que pagaran—me defendí.

—¿Cómo es que pudiste contra ellos? Son más fuertes que tú.

—Son hombres, se dejan llevar más por la cabeza de abajo, era fácil dominarlos y drogarlos.

—Mierda, yo de verdad no puedo creer esto. Tú me diste las grabaciones de aquí ¿Cómo saliste sin que las cámaras te detectaran? ¿Cómo no sabíamos que eran drogados?

—Tuve que hackear las cámaras, dejé la misma grabación para todos los días, la hora en que salía era la misma, y la hora en que llegaba también, así que nadie se daría cuenta, tú no te diste cuenta. Y a ver Matheo, yo soy la forense, yo daba el dictamen que quisiera, la causa de muerte la ponía yo, y si era errónea nadie lo sabría.

—Soy un completo imbécil, me dejé engañar por una cara bonita.

—No, no fue mi cara bonita, fui inteligente, sabía que paso dar para estar enfrente de ustedes siempre, sabía como despistarlos para que fueran detrás de otra persona.

—Inculpaste a Peter ¿Cómo fuiste capaz de hacerlo?

—Tenía que pensar en mí, él ya no significa nada, alguien tenía que pagar por los asesinatos de esos hombres, él lo haría y yo seguiría mi vida tranquila como una forense cualquiera.

—¿Qué puta mierda tienes en la cabeza?

—No lo sé, pero es algo muy bueno ¿no? Porque lo que tengo en la cabeza me ayudó a engañarlos. Me acosté contigo Matheo, maté a Casillas mientras tú dormías en mi cama, y no me descubriste.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Me drogaste?

—No, no te haría eso, solo te cansé, te di una larga sesión de sexo que te dejó exhausto y así pude escabullirme en la noche.

—Eres una maniática.

—Ey no, no me digas eso, no soy una maniática, solo busqué la justicia que ustedes los policías no consiguen.

—Estaban en eso, ya lo habían encontrado.

—¿Y qué? La cárcel no es un castigo para nadie Matheo, allá dan techo, comida, agua, luz, todo lo dan gratis, los presos son los más afortunados.

Diario de una Forense©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora