—¿Qué es ese olor?
JeongHan levanta la mirada de su libro y olfatea intentando identificar el olor que su novio señalaba. Todo lo que había era el particular aroma a tierra mojada, las plantas y flores, la infusión de margaritas que estaban tomando, galletas quemadas...
—Un momento... ¡Maldición!
Suelta lo que tiene en manos y torpemente se levanta de la silla, llevándose la misma en el proceso al tener la punta de su cardigan enganchada y de no ser por WonWoo él también estaría en el suelo.
—¡Con cuidado!
—¡Lo siento! —se disculpa y al cabo de un segundo ya había disparado hacia el interior de la casa.
Ayer por la noche el azabache le comentó de su antojo por galletitas, y como JeongHan amaba consentir al tonto de su novio quiso hornearle galletitas caseras. Pero al parecer el tonto resultó siendo él al olvidarse de ellas y quedándose muy entretenido con un libro infantil para colorear.
La cocina (y la casa en sí) estaba repleta de humo y su primer instinto fue apagar el horno y sacar la humeante bandeja. Aún con los guantes quemaba y tuvo que dejarla en la encimera si es que no quería quedar con ampollas. Se podía ver las galletitas en distintas formas quemadas y su corazoncito se partía en mil pedazos.
—¿Qué estabas horneando que se te pasó? —escucha a su espalda, WonWoo estaba abriendo todas las puertas y ventanas que dieran al exterior.
—Galletitas.
—¿Galletitas? —y al terminar, vuelve al castaño para asomarse a ver— Oh...
—Las hice para ti... y las quemé... —cuenta con ojos llorosos, tanto por el calor como por la vergüenza y pena que inundaba su ser.
—Al menos hiciste el intento —consuela—. Ven, vamos afuera.
WonWoo, maniobrando para no quemarse al tomar la bandeja con un repasador, escolta al mayor hasta afuera y la deja en la superficie elevada más cercana que halló. El rostro de JeongHan era una mezcla de distintas emociones: frustración, tristeza, decepción. Sintió un pinchazo de culpa en su pecho, porque de alguna manera u otra era su culpa.
—Hey, Hannie. No estés triste —dice, acunando el rostro contrario—. Podemos hacer más luego, y nos saldrán tan bonitas que nos dará pena comerlas.
—¿De verdad? —pregunta, y el alto asiente—. Pero, es que, yo quería hacerlas para ti, y que fuera una sorpresa. Ya no será una sorpresa.
—¿Y por qué no? ¿No te parece mejor hacerlo juntos? Una pequeña sorpresa para los dos.
—¿Cómo sería una sorpresa si ambos sabemos de qué se trata? No tiene sentido.
—Pues esa es la sorpresa.
—Eres un tonto, WonWoo —ríe JeongHan, borrando cualquier pizca de negatividad en su ser—. Aún no le encuentro sentido, pero te haré caso. Suena divertido.
—Más que quemar hornear solo y quemar galletitas seguro es —ironiza, ganándose un golpe en el pecho y una amenaza seguido de una carcajada—. Aunque primero debemos esperar a que se ventile la casa, y se enfríe esa bandeja. Moriremos intoxicados si entramos allí.
JeongHan le da una mirada al interior de la casa y después a las galletas, negras y el papel manteca por poco también.
—Lo bueno es que ya no debo sahumar.