—¡Oh! ¡Mira! WonWoo, por aquí.
Esa mañana el par había decidido dar una vuelta por uno de los viveros favoritos del mayor, escapándose del plan original que era comprar la mercadería del mes. El nombrado rápidamente dispersó su atención de los pequeños brotes de florecillas y se movió con agilidad sobre aquellos senderos, notando a distancia la planta que llamó la atención de JeongHan.
—Es una planta de Camelias —explica, con ese brillito de emoción en sus ojos—; cuando crece se convierte en un arbusto altísimo, ahora está pequeñita.
—Nunca la ví por aquí —comenta WonWoo analizando las obscuras hojas brillantes, la suavidad y palidez de los pétalos rosados.
—Eso es porque no crece en esta zona. Mi abuela tiene una de flores blancas, requiere demasiados cuidados. Las malditas son muy delicadas.
El de lentes soltó un bufido con gracia, adentrarse en el mundo de JeongHan significa aprender sobre las distintas personalidades que pueden tener las plantas; cada una es diferente y al castaño le gusta darles una vida propia, identificando esos patrones que las vuelven únicas. Por ejemplo, hay varias de ellas que no les gusta compartir su espacio con otras plantas, así que invaden a las «intrusas» y se enredan hasta matarlas; otras que si no reciben suficiente atención acaban muriendo, a esas le gusta llamarlas Caprichudas, y al parecer las carmelias pertenecen a ese grupo.
—Un árbol… o un arbusto, se vería muy bien en tu casa —JeongHan miró con sorpresa al azabache—. Si la dejas crecer en una maceta puedes dejarla en la galería, o bajo el viñero en el jardín.
—Tienes razón, se vería muy bonita… Pero, ¿cuánto debe costar? Al no crecer por acá seguro cuesta una fortuna.
—¿Eso crees? —murmura, sin detenerse a buscar la etiqueta en donde indica su valor—. Pero tu abuela sigue viva y sólo necesitamos una visita para obtener un esqueje.
—Eres un enfermo, Jeon.
—Me lo vas agradecer cuando te libres de YeongSeo y en veinte años tengas un árbol de camelias.