08. Gula

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—Ugh…

JeongHan se quejó mientras estiraba sus piernas y brazos para después pasar a acomodarse en la silla con dolor y acariciar su hinchado vientre, sintiendo como el mueble se movía en su accionar. Había comido demasiado, más de lo que su estómago podía soportar, ¡pero es que la comida estaba muy buena! Sumado al excelente vino que WonWoo consiguió, su gula le ganó el juicio. Ahora sufría las consecuencias incluso dos horas después de haber almorzado.

—¿Te sigue doliendo el estómago? —preguntó WonWoo, recostado en el sofá con Pepa encima. JeongHan sin mirarlo asintió—. Debiste escucharme, esas copas estuvieron de más… Al menos no estás borracho.

—Tal vez lo esté, un poco —admite alzando su indice—. Pero estoy demasiado ocupado intentando tranquilizar el malestar que ni puedo procesar el alcohol.

Dio otro quejido y buscó una buena posición en la que el lumbar y la almohada estuvieran acomodados de la forma correcta. Se impulsó con sus pies apoyados sobre la mesa de café y mantuvo la silla mecedora hacia atrás, estirando una vez más las piernas y torso.

Cuando creyó que encontro dicha posición soltó un jadeo de placer, abriendo los ojos y dejando su mirada perdida un par de segundos. Tras largas horas de eterno sufrimiento algo tan simple como aliviar el dolor estomacal le generaba un profundo placer; era mejor que acostarse recién duchado o mejor aún, escuchar a su novio admitir que él es más importante que esa gorda y fea bola de pelos andante.

Antes de que se diera cuenta una mano ajena acariciaba su vientre; suave, gélida y pesada. Un escalofrío le hizo retorcerse y un insulto salió de su boca.

—¡Tienes las manos frías! ¡No!

—¿Si las tengo calientes me dejas tocarte?

Ante el atrevimiento encarnó al azabache, recostado ahora sobre su estómago y la extremidad responsable colgando del reposabrazos, Pepa se había ido (o él la había corrido gracias a la naciente necesidad de faltarle el respeto tocando su vientre). Su rostro estaba serio, demostrando que hablaba de verdad y la pregunta iba de forma no irónica. JeongHan no solía dejar de WonWoo lo toque por razones justificables, entre ellas la sensibilidad de la zona y sus manos heladas sin compasión, y porque cada que lo traía al descubierto dibujaba cosas o jugaba con él tal cual niño.

—No seas tonto —dijo, apagando todo brillo de esperanza en los ojitos gatunos—; es obvio que no.

WonWoo chasqueó la lengua y volvió a la posición original, ocultándose en los relieves del mueble.

—¿Ves? por eso prefiero a Pepa, ella sí me deja besar y acariciar su pancita —respondió, resignado cual niño ofendido.

—Llámala entonces —retó.

—¡Pepaaaa! ¡Pspspspspsps! —hizo los usuales soniditos con los cuales el animal respondia, como chasquear la lengua o dar besitos, palmeando en el espacio libre en el sofá. Como un rayo vino desde la cocina y saltó sobre el pálido, quien la recibió gustoso—. Oh, mi pequeña, mi único y verdadero amor.

JeongHan observó la escena asqueado, y ahora era él el ofendido.

—No vengas a mí llorando cuando se ofenda contigo por no darle atención.

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