04. Flores

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WonWoo trabaja en una pequeña librería en la esquina de una subida, ubicada en un barrio interesante por no decir singular.

Era el primer piso de un antiguo edificio con departamentos. La dueña, una señora muy vieja y que conoce a WonWoo desde los diecinueve, es igual de particular que los inquilinos. Una amante de los gatos, las largas lecturas sobre crímenes por amor y las plantas.

—Hijo, ¿quieres probar esta infusión de belladona que hice?

Desconcertado ante aquella invitación, deja lo que está haciendo y dirige su atención a la mujer con una taza con flores y agua dentro.

—¿No era la belladona tóxica?

—Nah, me ayuda con mi artritis. No confío en los remedios que me receta el doctor —habla ella, dándole un sorbo y degustando el líquido con una mueca de disgusto deformada de gracia.

Jeon no estaba seguro de permitir que bebiera esa infusión, pues primero debía pasar por ciertos procesos y se la consumía en pocas cantidades. No como ella, que puso alrededor de tres o cuatros flores y si su cuerpo no soportaba los efectos acabaría en tres metros bajo tierra; podía ver a su sobrino, MinGyu, riéndose por tan ridícula manera de morir y llorar por no saber qué diablos hacer con toda la herencia (era su único descendiente). Pero, antes de que pudiera recriminarle la campanilla de la puerta anuncia la llegada de un acalorado castaño.

—¡Wonu!

—¿JeongHan?

—¡Hannie!

—¡Señora Kim!

El recién llegado jadea, apoyándose en el mostrador para no dejarse caer y recuperar fuerzas; traía en sus manos un ramo de dientes de león decaídas y margaritas.

—Las traje… Para ti, sí —dice, tratando de recobrar la compostura y fallando torpemente.

—Oh —WonWoo las mira, sin comprender la razón pero agradecido—. Nana, trae un vaso con agua, por favor.

—¿No te gustaría una infusión, Hannie? —pregunta ignorando la petición del azabache, buscando la aceptación y complicidad de su amigo de plantas.

¡No!

—Qué aburrido eres WonWoo…

La mujer mayor se va por donde aparece y WonWoo trae a JeongHan con él detrás del mostrador para que pueda sentarse en rato, haciendo un pequeño viaje para dejar las flores en el florero de atrás; espacio dedicado a los regalitos que le dejaba su novio cuando pasa.

—¿No estás en el trabajo a esta hora? ¿Qué te trae por aquí?

JeongHan durante las mañanas hace servicio comunitario, y en las tardes trabaja en una guardería cuidando infantes y ejerciendo como practicante de maestro de preescolar. No solía tener mucho tiempo libre en esos turnos, y si los tenía le enviaba un mensaje para charlar o ver si podían encontrarse (ya que WonWoo también tenía ocupadas las tardes). Por eso, le sorprendía ver que su pareja estaba allí.

El castaño, por su parte, atrajo al bibliotecario hacia él y  lo abrazó colocando su frente en su estómago.

—Hubo una jornada y me dejaron irme al ser aprendiz.

—¿Y por qué corriste hacia aquí?

—Un perro… un perro me perseguía desde hace un par de cuadras. El maldito no quería dejarme.

WonWoo soltó una risa, quitando el broche y peinando la desarreglada cabellera del mayor.

—¿Qué me dices sobre las flores?

—A las margaritas me las regaló una niña, y los dientes de león, bueno, las vi en el camino y me recordaron a ti.

Ah, esa costumbre de traer flores. En la primera cita oficial que tuvieron WonWoo trajo consigo un ramillo de flores que encontraba por el camino; pequeñas y coloridas, suaves y que apenas olían. En ese entonces JeongHan aún tenía el cabello corto, pero sin dudar aceptó el detalle y más tarde le pidió que las colocara en su cabello. «Para no perderlas y que se marchiten en mi bolsillo». En la siguiente, hizo lo mismo. Y a la próxima, JeongHan también.

Pronto se convirtió en un pequeño hábito; WonWoo llevaba jazmines blancos y JeongHan dientes de león.

Un hábito adorable, según Nana.

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