WonWoo se revolvió en su lugar al sentir la cama vacía, primero sintiéndose confundido y después asustado.
Palpó con sus manos el colchón buscando el estuche de sus anteojos, y al no encontrarlos suspiró frustrado. Se removió una vez más quedando boca arriba, con la mirada clavada en la puerta abierta. La luz del pasillo estaba apagada y lo único que iluminaba era la luz de la cocina.
Esperó paciente por el regreso de su pareja. No creía que se fuera, de seguro era plena madrugada y además su barrio era peligroso, el castaño no duraría ni dos segundos fuera. Tampoco que se hubiese cansado de él, pues la almohada seguía allí.
La paranoia se disipó en un par de segundos y volvió a cerrar los ojos. No tardo en sentir un peso a su lado.
—Perdón, ¿te he despertado? —pregunta JeongHan, cubriéndose con la colcha hasta la cabeza y buscando el calor ajeno. El azabache negó—. Qué bueno. Me levante a tomar agua, me dio sed.
WonWoo de repente siente algo moverse debajo las sábanas. Gira su cuerpo hacia el contrario y las levanta, sorprendiendo a la vieja gata que tenía desde hace varios años acomodarse entre ambos hombres.
—¿Por qué la trajiste?
—Hace frío en la sala, no quiero que le duelan los huesitos.
Sonríe por el detalle. Apenas logró hacer que JeongHan quiera a su pequeña, Pepa, y que la traiga a dormir con ellos le derrite el corazón.
Siendo cuidadoso de no molestar al felino, se estira para besar la frente del otro y regresar a su lugar.
—Descansa, que mañana tendremos un día pesado —habla el mayor sin inmutarse ante el gesto.
—Que descanses, Hannie. Tu también, Pepa.