JeongHan miró con terror la criatura peluda que esperaba paciente al lado de su plato de comida. No hacia nada, no emitía ningún sonido, solo tenía la mirada fija en él. Aunque no era una simple mirada. Era la mirada más despectiva que apreció en toda su vida, ni la de su madre se acercaba a la que el animal le estaba dando.
—Pepa, deja de mirarme así. Tu padre ya viene con tu alimen…
—¡Meow! —interrumpe.
La piel se le puso de gallina ante ese maullido, que más que maullido era un gruñido ronco, autoritario y exigente. Sin romper el contacto visual, se aleja con movimientos lentos y estira su mano hasta alcanzar su celular. La presencia del felino era simplemente aterradora.
En un intento desesperado, marca al dueño buscando ayuda.
—¡WonWoo! —solloza— ¡Tu gata me hostiga! ¡¿Cuánto te falta?!
—¿Qué…? ¿Pero qué hizo que te tiene tan mal?
—Ella… ella no deja de mirarme…
—¿Y?
—Da miedo…
—Deja de llorar y ve a mi habitación.
Y el pitido del tono indicando que le habían cortado por poco le hace llorar de verdad. ¿Por qué era tan insensible? ¿No se daba cuenta del profundo miedo que generaba esa criatura en él? Todavía tiene traumas de aquella vez que le hizo un corte a lo largo del brazo, herida que se infectó y dejó una espantosa cicatriz. Y ni hablar de todas las veces que en un intento de acariciarla muerde y rasguña sus manos. «Déjala, está vieja y odiosa».
Rodeó la mesa para evitar acercarse mucho a la gata y prácticamente corrió por el pasillo al cuarto del azabache, cerrando la puerta. Cada que se encontraba solo en el departamento del menor la pasaba fatal, y no por el espíritu de la mujer que falleció allí y detesta a los niños, sino por la gata de tres colores que lo acosa incluso en el baño, rasgando la puerta y llorando.
JeongHan no podía hacer nada porque tenía un par de ojos encima, juzgando su actuar. Podía soportar los maltratos, las manipulaciones, pero no que arruine los momentos de intimidad que tenía con WonWoo. Era una mata pasiones. ¡La infinidad de veces que en medio del acto WonWoo tuvo que detenerlo para alimentarla o entrarla ya que “está vieja, no puedo dejarla fuera”! ¡¿Pero y qué pasa con sus sentimientos?! ¡JeongHan quiere acercarse a la gata de su novio pero ella no lo acepta! ¡JeongHan también quiere recibir atención y mimos!
Y hablando de rasgar puertas, no tardó en escuchar los rasguños y largos maullidos.
—¡Pepa! —alza la voz, abrazando la almohada— ¡No voy a abrirte! ¡Largo!
—¡Meoooooooow!
—¡Pepa! ¡Basta!
—¡Meoooooooow! —grita volviendo a rasguñar la puerta.
—¡Deja de rasguñar la puerta! ¡WonWoo va a enfadarse conmigo!
—¡Meoooooooooow!
Por supuesto que no le hizo caso, pues siguió en su labor. JeongHan, al borde de un ataque de nervios, vuelve hacia la puerta y la arrima un poco, observandola desde arriba.
Gorda, de un color blanco, negro y gris, ojos azulados y bigotes tan largos que si se acostaba en el regazo de su novio pronto los tendría picando su rostro.
—¡Fuera! ¡Hush, hush!
—¡Meoooow! ¡Meooooow!
La salvación pronto se apareció en la puerta principal, pero ni eso hizo que la gata se moviera.
—¡Llegué! —escucha a WonWoo desde la cocina, dejando un par de bolsas y yendo hacia la habitación—. ¿Qué sucede, Pepa? ¿Hannie no te deja entrar?
—¡Meow! —responde, cambiando el tono de su voz a uno más suave y cariñoso.
—Oh, mi princesa. Ven aquí.
Lo que presencia a continuación deja a JeongHan con un mal gusto en su boca. El azabache tenía entre sus brazos el animal y le daba mimos y caricias, susurrando ñoñerías.
—¿Y yo? —se detuvo, alzó la mirada hasta el castaño con un semblante serio.
—En la cocina tienes lo que pediste.
Podría decir que ahora entendía porqué su novio era tan sumiso.
