Capítulo 4: Entre cenizas y dolor.

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Desubicada


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Las calles parecen un laberinto sin salida. La ciudad bulle a mi alrededor, indiferente a mi miseria. Cada paso que doy pesa como una sentencia, como si mi propio cuerpo se negara a seguir adelante.

Pero no puedo detenerme.

No después de lo que vi.

Jony. Mi Jony.
Con Claudia…

El asco y la humillación me aprietan el pecho, impidiéndome respirar. Todo lo que creía conocer se ha derrumbado, y yo… yo no sé qué hacer con las ruinas.

Mis manos tiemblan cuando intento detener un taxi. La noche es fría, pero no más que el vacío en mi interior.

—A la avenida central… —susurro cuando finalmente un auto se detiene.

El conductor asiente, y yo me hundo en el asiento trasero, sintiendo el peso de mi maleta sobre mis piernas.

Todo lo que tenía en ese apartamento ya no me pertenece.

Ese lugar… ese hombre…

Nada de eso me pertenece ahora.

Me abrazo a mí misma, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.

No llores. No más lágrimas.

Pero es inútil.

Las lágrimas escapan solas, deslizándose por mis mejillas mientras la ciudad se difumina en luces borrosas.

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El hogar que nunca fue

Media hora después, el taxi se detiene frente a un edificio que me es demasiado familiar.

Un edificio que odié desde el momento en que fui consciente de su existencia.

Mi "hogar".

O al menos, eso se suponía que era.

Pago la tarifa y bajo con mi maleta en mano. Mis piernas flaquean, pero me obligo a avanzar.

La puerta principal está entreabierta, como si me estuvieran esperando.

El aire huele a alcohol y tabaco rancio.

El mismo olor de siempre.

Doy un paso dentro, y un escalofrío me recorre el cuerpo.

Nada ha cambiado.

Las paredes siguen con esas manchas de humedad, el suelo con esas grietas sucias y la sala con esos muebles viejos que nunca fueron renovados.

Un eco de risas apagadas me alcanza desde la habitación del fondo.

Mis dedos se tensan sobre la maleta.

—Mírenla… —una voz que conozco demasiado bien se arrastra por el aire.

Mi madre.

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