---Indagando en el pasado
Hace milenios, cuando la Tierra aún era un susurro en el firmamento y el cielo y el infierno no tenían límites claros, Lilith abrió los ojos por primera vez. Su piel era como la obsidiana bañada en luz de luna, y su cabello, un velo de noche sin estrellas.
Fue la primera, la madre de todas, la esencia primigenia de la feminidad y el deseo. Pero ella no estaba sola.
Stevan cayó del cielo en llamas, expulsado de la gracia divina. Sus alas, una vez doradas, se tornaron en sombras al tocar el suelo de un mundo virgen.
Él era el primero de su especie en conocer el destierro, en comprender la pérdida y el abandono. Y en medio de ese dolor, encontró a Lilith.
—Eres hermosa —susurró él la primera vez que la vio.
Lilith lo observó con cautela, reconociendo en él algo distinto, algo igual a ella.
Se acercó, con pasos felinos, y rozó con sus dedos la mandíbula tensa de Stevan.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz como el eco de los vientos primordiales.
—Soy lo que fue desechado, lo que ya no pertenece al cielo. —Su voz llevaba consigo el peso de la traición y el dolor.
Ella sonrió, un destello de desafío en sus labios.
—Entonces somos lo mismo.
Se convirtieron en todo el uno para el otro. Stevan le enseñó la ira, la lucha contra el designio divino, el ansia de reclamar lo que les habían arrebatado.
Lilith le mostró la pasión, el placer, la manera en que los cuerpos podían unirse más allá de la carne, en la esencia misma de su existencia.
Juntos, moldearon la noche, crearon los susurros en la oscuridad, fueron la primera tentación.
Pero el poder es un veneno dulce, y Lilith lo bebió hasta embriagarse. Su ambición creció como la maleza, oscura y peligrosa. Quiso más, más de lo que incluso Stevan podía ofrecerle.
Él veía cómo su mirada se desviaba, cómo su toque se volvía esquivo, cómo el amor que compartían se convertía en un eco lejano.
Y entonces llegaron ellos.
Los hermanos Milord, demonios nacidos de la misma oscuridad que Stevan había traído consigo al caer. Tres sombras sedientas de lo prohibido, de lo que brillaba con una luz inalcanzable.
Y Lilith, en su insaciable búsqueda de poder, les permitió acercarse.
—Nos perteneces, Lilith —murmuró Stevan una noche, mientras la sostenía entre sus brazos—. No puedes negarlo.
Pero ella ya había decidido.
—Te amé, Stevan. Pero el amor no es suficiente. Yo nací para ser más.
Y lo dejó.
El infierno se estremeció con su decisión. Stevan, en su dolor y rabia, desgarró el mundo en su desesperación. Quiso crear algo propio, algo que llenara el vacío que Lilith dejó.
Y de su propio ser, tomó una costilla y formó a Evangelín. No era igual que Lilith. No tenía su fuego, su insaciabilidad, su deseo ardiente de conquista. Pero era suya.
Desde la sombra, Lilith observó. Vio cómo Stevan buscaba en Evangelín lo que había perdido en ella.
Pero sabía la verdad. Ninguna mujer podía ser como ella, porque ella era la primera. La única.
Los hermanos Milord la reclamaron, envolviéndola en sus brazos, en su oscuridad, en su lujuria. Juntos, se convirtieron en los amos del inframundo, mientras Stevan se convertía en el dios de lo caído, el rey de la condena.
Pero nunca se olvidaron.
Nunca dejaron de sentir la marca imborrable que dejaron el uno en el otro.
Y ahora, milenios después, él había vuelto.
Lilith lo sabía. Lo sentía. La batalla aún no había terminado.
La noche tembló con su presencia. En lo más profundo del abismo, los ecos de su regreso resonaban como truenos ahogados. Lilith, envuelta en un manto de sombras, se encontraba de pie sobre su trono de piedra negra, sus dedos tamborileando con impaciencia sobre el reposabrazos.
Su mirada de obsidiana ardía con un fuego antiguo, un fuego que nunca se había extinguido del todo.
Los hermanos Milord la rodeaban, sus ojos de fuego ardiendo en la penumbra. Matheus, el mayor, se inclinó ligeramente hacia ella.
—Él ha cruzado las puertas del infierno —informó con voz grave—. Te busca.
Lilith esbozó una sonrisa enigmática, jugando con un mechón de su cabello oscuro.
—Siempre supe que lo haría —susurró—. Pero la pregunta es… ¿qué espera encontrar?
Miloren, el más temerario de los tres, apoyó una mano en el respaldo del trono y se inclinó lo suficiente para que su aliento rozara la piel de Lilith.
—¿Quieres que lo detengamos? —preguntó, su voz cargada de deseo y peligro.
Lilith negó lentamente, levantándose con la gracia de una diosa.
Su vestido de seda negra se deslizó como agua oscura sobre su piel.
—No. Quiero verlo.
El viento del inframundo rugió cuando las puertas del palacio se abrieron. Stevan entró sin titubear, su figura envuelta en sombras vivientes.
Sus alas, ennegrecidas por la caída, se desplegaron con majestuosa amenaza. Su mirada se encontró con la de Lilith, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.
—Lilith —dijo su nombre con la reverencia de un hombre que nombra a su diosa y la condena a la vez.
Ella descendió los escalones con paso lento y sensual, sus ojos clavados en él. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, alzó una mano y rozó su pecho con la yema de los dedos.
—Stevan —susurró su nombre como un antiguo hechizo.
Él atrapó su muñeca con firmeza, su agarre ardiente.
—¿Por qué? —preguntó con la voz teñida de rencor y deseo—. ¿Por qué me abandonaste?
Lilith inclinó el rostro, su aliento rozando la piel de Stevan.
—Porque quería más —susurró—. Y tú no estabas listo para dármelo.
El infierno entero pareció contener el aliento. Stevan sonrió, una sonrisa oscura, peligrosa.
—Entonces, Lilith… ¿estás lista para enfrentar lo que creaste?
La batalla aún no había terminado.
Y nunca lo haría.
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Quedé Ice, Frío, Hielo jajaja
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Estrategia +18
Short Story--- Ella, una chica demasiado inocente para este mundo miserable, donde la bondad es devorada por la crueldad... Ellos, seres que no pertenecen a este mundo, letales y seductores, dispuestos a hacer lo impensable por protegerla... Ella arrastra un p...