Capítulo 22: El Destierro.

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El aire en el inframundo vibraba con una energía oscura y densa. Lilith caminaba por los pasillos de mármol negro del palacio infernal, sus pasos resonando en el silencio.

Su mirada se mantenía firme, pero en el fondo de sus ojos había algo más: una sombra de duda, un eco de recuerdos enterrados bajo capas de ambición y deseo.

Sabía que aquella reunión con Stevan lo cambiaría todo.

Stevan la esperaba en el gran salón, de pie frente a un trono tallado en ónix y fuego. Su presencia llenaba la estancia con una mezcla de autoridad y desesperación contenida.

Cuando Lilith cruzó las puertas, su mirada se clavó en ella, una tormenta de emociones contenida en sus pupilas ardientes.

-Viniste -murmuró él, su voz como un susurro entre llamas.

Lilith alzó la barbilla con desafío.

Su vestido negro se ceñía a su cuerpo, su piel morena resplandecía bajo la luz tenue de las antorchas infernales.

-No tengo miedo de ti, Stevan.

Él soltó una risa amarga y se acercó, cada paso suyo resonando con la fuerza de un dios caído.

-No deberías tener miedo de mí, Lilith. Deberías temer lo que estás a punto de perder.

Ella entrecerró los ojos. La sombra de un recuerdo lejano la invadió, una imagen borrosa de caricias prohibidas y promesas rotas.

-No vine a discutir el pasado. Sé lo que quiero. El poder me pertenece, y los hermanos Milord han sabido darme lo que tú nunca pudiste.

Stevan apretó los puños, conteniendo la furia que hervía en su interior.

-¿Eso crees? -susurró, dando un paso más hasta quedar tan cerca que Lilith pudo sentir el calor abrasador de su presencia-. ¿Crees que el poder de ellos se compara con el mío? Yo soy el principio y el fin de este reino. Todo lo que existe aquí me pertenece... incluyéndote a ti.

Lilith rió con burla, aunque en el fondo de su ser algo en sus palabras la inquietó.

-Ya no te pertenezco, Stevan. Hace tiempo dejé de ser tuya.

Él cerró los ojos un instante, tragándose el dolor. Luego, con un movimiento veloz, la sujetó por la muñeca, acercándola hasta que sus alientos se mezclaron.

Lilith intentó apartarse, pero su agarre era inquebrantable.

-No te engañes, Lilith. -Su voz descendió a un murmullo grave, íntimo-. Aún me sientes. Aún me deseas.

Ella quiso negarlo, quiso apartarse, pero su cuerpo tembló levemente.

Su corazón golpeaba contra su pecho con una fuerza traicionera.

-No es suficiente -susurró ella, apenas un aliento entre ellos-. El amor no es suficiente.

Stevan la soltó con brusquedad y se alejó un par de pasos.

Sus ojos brillaron con una ira contenida, con un dolor que se tornaba insoportable.

-Si no es suficiente, entonces no queda nada. -Su voz se quebró por un segundo, pero luego su determinación se endureció como el acero-. No dejaré que sigas existiendo en este mundo si no puedes recordar quién eres realmente. Si no puedes recordar lo que fuimos.

Lilith lo miró con incredulidad. Por primera vez, un atisbo de miedo recorrió su piel.

-¿Qué estás diciendo?

Stevan alzó su mano y el aire en la habitación se volvió insoportablemente pesado.

Lilith sintió un tirón en su ser, una fuerza ancestral desgarrándola desde dentro.

-No puedes hacer esto... -susurró, con los ojos muy abiertos.

-Soy el Diablo, Lilith. No hay nada que no pueda hacer.

Un grito escapó de sus labios cuando una explosión de energía la envolvió. Los recuerdos se desvanecían, su pasado se fragmentaba en sombras y polvo. Intentó aferrarse a algo, a cualquier cosa, pero era inútil.

Stevan la estaba arrancando del inframundo, de su propia historia, de todo lo que una vez fue.

Él la vio desaparecer en un destello cegador, sintiendo cómo una parte de sí mismo se iba con ella.

Cerró los ojos con fuerza, sabiendo que acababa de condenarse a sí mismo tanto como a ella.

Cuando la energía se disipó, el inframundo quedó en silencio.

Stevan permaneció de pie, inmóvil, con la certeza de que la había perdido para siempre.

Pero el tiempo, como siempre, jugaría su propia venganza.

Siglos después, los hermanos Milord caminarían sobre la tierra de los mortales, en busca de una mujer que no sabía quién era, una mujer que había olvidado su propia historia.

Y cuando la encontraran, cuando la hicieran recordar, Stevan sabría que su condena apenas había comenzado.




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Que tal?

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