Capítulo 18: El Retorno de la Reina.

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El aire se tornó denso cuando los hermanos abrieron el portal.

Una energía oscura y palpitante brotó de las grietas luminosas que se expandieron ante ellos. Lilith sintió un cosquilleo recorrer su piel mientras los vientos del inframundo la abrazaban con una familiaridad inquietante.

A pesar de la confusión y el torbellino de emociones en su interior, no retrocedió. Era su destino.

Cuando cruzaron el portal, una oleada de recuerdos la golpeó. Imágenes de un pasado olvidado se filtraron en su mente.

El castillo erguido entre sombras y fuego, los vastos salones oscuros adornados con estatuas de criaturas antiguas, el trono esculpido en obsidiana y bañado en sangre de traidores. Pero lo más impactante fue verse a sí misma en aquellos tiempos remotos.

Su cabello negro ondeaba como un velo de noche eterna, sus ojos resplandecían con un fulgor carmesí.

No era una simple mujer, era la primera, la indomable, la que había renunciado a someterse. Ahora lo entendía: ella no había huido, la habían arrancado de su trono. Y estaba de vuelta.

—Bienvenida, mi reina.

La voz femenina resonó en la sala. Desde las sombras, una mujer de cabello dorado como el sol emergió con una sonrisa afilada.

Sus ojos azules destellaban con malicia, y su vestido ceñido de seda negra resaltaba cada curva de su cuerpo.

—Asmodea —susurró Lilith con desdén.

Asmodea inclinó levemente la cabeza, su cabello cayendo como un manto dorado sobre sus hombros.

—Creí que habías muerto. —Su tono era dulce, pero venenoso.

Lilith la analizó con la cabeza en alto, notando la leve rigidez en sus hombros. Temía.

No lo demostraba, pero el brillo en sus ojos la delataba.

—Y yo creí que habías aprendido a no desafiarme.

Los hermanos se mantuvieron en silencio, atentos a cada movimiento de ambas mujeres. El aire chispeaba con tensión.

—Este mundo ha cambiado en tu ausencia. —Asmodea dio un paso al frente, desafiante—. Ya no te pertenece.

Lilith sonrió con desdén. Extendiendo una mano, sintió el poder vibrar en su palma. Llamas oscuras danzaron entre sus dedos. La expresión de Asmodea vaciló un instante.

—Tú misma lo dijiste, he vuelto.

Antes de que la rubia pudiera reaccionar, Lilith cerró los dedos en un puño. Una fuerza invisible envolvió a Asmodea, arrastrándola sin piedad.

La mujer luchó, pero su magia se desvaneció ante el poder de la reina.

—No... —jadeó con los ojos abiertos de terror.

—Tú y los que me traicionaron no merecen caminar por estas tierras. —Lilith elevó el brazo y Asmodea gritó cuando fue lanzada al Lago de los Lamentos, un lugar donde las almas condenadas se ahogaban en un tormento eterno.

Un silencio sepulcral envolvió el castillo. Los hermanos intercambiaron miradas, impresionados.

Lilith no los miró, no aún. Algo la llamaba desde afuera.

Con pasos decididos, cruzó los grandes salones del castillo y emergió en el valle. La brisa ardiente del inframundo revolvió su cabello mientras avanzaba entre ruinas y campos de cenizas.

Cada rincón despertaba memorias enterradas. Aquí había danzado con demonios en noches eternas, allá había comandado ejércitos contra los célulos. Y en ese puente de piedra negra...

Recordó una promesa susurrada entre besos y sangre. La voz de un amante cuyo rostro aún se difuminaba en su mente.

El llamado de los hermanos la hizo regresar. Con un solo pensamiento, su cuerpo desapareció en un vórtice de sombras y apareció en la habitación del castillo.

Ellos la esperaban, tensos, expectantes.

Sin mirarlos, se despojó de su ropa, dejándola caer al suelo. Caminó hasta la bañera de mármol negro, el agua tibia envolviéndola como un abrazo.

Cuando terminó, se levantó con gracia y se envolvió en una túnica de seda. Se sentó frente al espejo y comenzó a peinar su largo cabello, dejándolo suelto con ondas naturales.

Aplicó un sutil delineado negro en sus ojos y pintó sus labios de rojo oscuro, tan profundo como el vino derramado en un pacto de sangre.

Para la ocasión, eligió un vestido negro de encaje ajustado al cuerpo, con transparencias estratégicas y una abertura en la pierna.

Sus tacones resonaron contra el suelo cuando se puso de pie.

La cena de bienvenida había comenzado.

El castillo vibraba con vida. Demonios, espectros y otras criaturas se congregaban en el gran salón, susurros de admiración llenaban el aire.

La reina había vuelto.

Lilith se sentó en su trono, observando todo con una sonrisa ladeada.

Los hermanos se ubicaron a su lado, su mirada fija en ella, posesiva y adoradora.

Pero algo interrumpió la celebración.

A lo lejos, una silueta familiar emergió entre las sombras.

Ojos oscuros, una presencia que erizó su piel.

—Esteban... —susurró, y sus dedos se crisparon sobre el reposabrazos del trono.

El destino aún no había terminado de tejer sus hilos.



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Si este empezó fuerte, no se imaginan como está el siguiente jajaja

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