Capítulo 26: Volviste a mí, Amada Mía.

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Luego de salir con furia de ese oscuro lugar, me encaminé hacia mi castillo.

Sé que podría volver en un segundo, solo basta con imaginar el lugar, visualizar mi cama y ahí estaría. Pero no.

Tengo demasiadas cosas en la cabeza, demasiados pensamientos que giran en un remolino caótico, incapaz de hallar calma.

El bosque se abre ante mí, envolviéndome en su penumbra espesa. A lo lejos, un lago reposa en la quietud de la noche, pero no está solo.

Almas en pena emergen de sus aguas, figuras espectrales cuyos cuerpos esqueléticos se retuercen de sufrimiento.

—Piedad —gritan en un lamento en coro, sus voces huecas, rotas.

Creen que puedo terminar con su miseria. Creen que poseo la voluntad de hacerlo. Pero no.

Ellos mismos ovacionaron su propio tormento y ahora no me interesa salvarlos.

Sigo mi camino sin mirarlos, pero entonces, como un eco, un recuerdo me golpea.

Ese beso. Su boca devorando la mía con hambre. Sus manos firmes rodeando mi cintura, atrayéndome a su cuerpo como si nunca hubiera existido un antes o un después.

El ardor de su tacto sigue ardiendo en mi piel, como un veneno dulce y cruel.

Vacilo. Regresar no será buena idea.

—Pero lo deseo tanto... —susurro, casi sin voz.

Mi mirada se pierde entre las sombras del bosque, y a lo lejos, la celebración de los seres del inframundo resuena como un eco prohibido. Bailan alrededor del fuego azul, sus cuerpos moviéndose con desenfreno, susurros en lenguas muertas escapando de sus labios.

Aquí no existe el descanso. Aquí se sufre o se goza. No hay término medio.

Pero yo... yo solo puedo pensar en él.

No lo soporto más.

En un abrir y cerrar de ojos, me encuentro de nuevo ante su morada. La mansión se alza imponente, sombría, igual que la última vez.

Sin tocar la puerta, entro.

Él está allí.

Me ve. Sus ojos se fijan en mí con una mezcla de sorpresa y burla. No esperaba que volviera. Sé que intentará leerme, hurgar en mis pensamientos, pero bloqueé mi mente.

No podrá percibirme, no podrá olerme... No hasta que yo lo permita.

Él ríe, rascándose el cuello con desdén.

Lo miro, recorriéndolo sin disimulo. Su esbelto cuerpo me llama como un hechizo antiguo y peligroso. Su negra cabellera cae rebelde sobre su frente, despojándolo de la imagen rubia que solía ocultarlo.

Antes creí que podía engañarme, que podría esconder su majestuoso ser de mí. Casi lo logra. Casi.

Su pijama de seda negra es delgada, ligera, y revela demasiado. Su "V" perfecta desciende por su abdomen, atrayendo mi mirada como un imán.

No lleva nada arriba, dejando su torso al descubierto, su piel tentadora bajo la tenue luz. Mis labios se humedecen solos al verlo.

Hace un sonido, aclarándose la garganta. Quiere que lo mire a los ojos, que deje de fantasear con su cuerpo.

—Ven —ordena, su voz baja, espesa, pecaminosa.

Su tono es fuego directo entre mis piernas. Mis pies se mueven solos, respondiendo antes de que mi mente pueda detenerlos.

Sus ojos recorren mi figura, detallándome con calma depredadora. Y entonces caigo en cuenta... Solo llevo mi capa negra y una braga roja. Bajo la tela, mi piel está desnuda, lista para él.

Ni siquiera me molesté en cambiarme. Iba a dormir. Iba a olvidarlo. Pero aquí estoy, descalza, vulnerable, entregada a este impulso maldito.

Sus manos me toman por la cintura, apretándome con firmeza contra su cuerpo.

Su dureza es palpable, ardiente, y la siento contra mi vientre.

Él lo nota. Lo sabe. Y se restriega contra mí.

—¿Qué quieres, amada mía? —su voz es un veneno delicioso.

¿Amada mía? ¿Soy suya?

—¿A qué volviste? —insiste.

A ti. Pero las palabras quedan atrapadas en mi garganta.

En su lugar, me lanzo sobre él, tomándolo por el rostro y devorándolo en un beso. Nuestras bocas se encuentran con urgencia y, en un instante, sus manos están sobre mí, recorriendo mi espalda, mi piel, mi deseo latente.

El beso se profundiza, nuestras lenguas se entrelazan en una danza hambrienta, desesperada, como si el tiempo pudiera acabarse en cualquier momento.

Nos separamos solo para tomar aire. Su mirada se clava en la mía, analizando cada gesto, cada suspiro. Parece creer que soy un espejismo, que en cualquier momento desapareceré. Pero no.

Quiero bromear, jugar con su mente un poco.

—Mira —señalo una parte sombría de la mansión—, un muerto.

Él frunce el ceño, girando con torpeza, buscando.

Y sin previo aviso, tomo su miembro con una mano firme.

—Aquí —susurro.

Él ríe. Un sonido profundo, carnal.

—¿Ah, sí? —murmura.

Antes de que pueda responder, me carga en sus brazos y me lleva por el largo pasillo. Me aferro a él, sintiendo la calidez de su piel, la firmeza de su agarre. A nuestro paso, grandes cuadros adornan la mansión.

Pinturas nuestras. De siglos atrás. De cuando lo amé.

Lágrimas silenciosas ruedan por mi rostro.

¿Cómo pude dejarlo ir?

Lo abrazo más fuerte. Lo necesito. Lo deseo. Aunque sea solo por esta noche.

Entramos en su habitación y, con suavidad, me deja sobre la cama. Se aleja por un momento, buscando algo. Cuando regresa, sostiene una tira de condones.

Antes no los usábamos. Pero ahora... ahora comprendo.

Por ellos.

Los deja en la mesita de noche y vuelve a mí, devorándome en un beso ardiente. Sus manos descienden a mis caderas, y con un movimiento rápido, me gira, haciéndome quedar sobre él.

El beso continúa, cada vez más profundo. Me muevo sobre su cuerpo, frotándome contra su dureza.

El roce nos arranca jadeos silenciosos. Su tacto es un hechizo sobre mi piel.

Con sus manos grandes, aparta la tela oscura que cubre mi cuerpo. El aire frío choca contra mi piel desnuda. Mis senos quedan expuestos ante él. Solo para él.

No espera.

Sus labios se apoderan de uno, su lengua trazando círculos, succionando con necesidad.

Su otra mano masajea el otro, arrancándome gemidos que llenan la habitación.

Tiemblo bajo su tacto.

Y sé que la noche apenas comienza.

"En sus brazos me siento volar, en sus caricias encuentro la paz y es sus labios solo creo soñar."


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Continuará.

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