TARÁNTULA

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Tres pitidos. Silencio. Tres pitidos. Silencio. Tres pitidos. Una mano tosca y temblorosa apareció entre las sábanas para apagar la alarma del celular. Son las cinco de la mañana en Madrid, España. Con los efectos del vino tinto, una escuálida figura se levantó del suelo donde hace tres horas hizo su tendido para descansar. La habitación olía a azufre, en la orilla de la ventana y puerta había líneas de sal que recorrían el marco inferior.

— Te lo dije Boris, no tenemos vino, mejor Ron, pero tú querías tragar tapas. Qué vas a saber tú de comida mediterránea si solo eres una cabeza disecada... ¡Y no me mires así! Porque te apago otro cigarro en la frente.

La cabeza prefirió el silencio en ese momento. El personaje misterioso se fue al baño para sacar un balde con agua y jabón, se arrodilló sobre el piso de madera y talló con fuerza la superficie. Seis círculos de color negro a cada tallón de trapo, las primeras cuatro figuras formaron una cruz, la quinta se dibujó en medio y la sexta encerró a las demás. Del suelo levantó una pequeña caja de plomo que contenía un listón azul y una corona hecha a base de barro negro.

— El Rey Belial nos escuchó anoche Boris, va a facilitar nuestro camino, todo estará bien mientras conservemos esta botella de bronce. Eh. ¿Me preguntas si hice bien la inscripción del sello? Con quién crees que tratas, no soy una maldita fanática.

En su enojo la mujer agarró la cabeza por las greñas y la echó a su bolso de mano. Terminó de limpiar el suelo, en una lata vacía de cerveza depositó la sal y la tiró a la basura.

— Vámonos, Boris, porque hay que tomar un vuelo a México.

Después de enfocar sus pensamientos abandonó la habitación. Aquella mujer, físicamente, se parecía a la cantante Amy Winehouse. No tenía voz de soprano pero sabía invocar demonios, a cambio de una fuerte suma de dinero, ella cumplía los sueños de muchos adinerados. La conocían como Tarántula en el mundo del ocultismo.

Antes de salir de su departamento, quiso darse un baño para relajarse, le tomó unos minutos aflojar el cuerpo dentro de la tina llena de agua tibia. Ese instante fugaz de paz hizo que recordara la última llamada telefónica que tuvo con un cliente de Sinaloa quien le contó un sueño que tuvo.

EL SUEÑO DE DON PASCUAL

— Tú me prometiste que sabías volar y ahora me cumples, culero —el reclamo provenía de Don Pascual, un narcotraficante de Sinaloa.

— Pero era metafórico —suplicó Melquiades a su ejecutor, quien creía que él tenía poderes mágicos para volar sin alas o motor.

— Meta, meta, esa putada mis huevos qué, no te mandé a tumbar trescientos metros de hierba pa'que me salgas con esas mamadas; Chilorio, dame la hora —ordenó a su sicario más fiel.

— 2:55 Patrón.

— Orale pues, pinche chilango nalgas miadas, te quedan cinco minutos antes de que se te aparezca el Diablo, así que extiende tus brazos y comienza a correr pa'que vueles puto.

Melquiades empezó a correr como si fuera una carrera. —A buena hora me metí en este pedo —comentó mientras su cuerpo jalaba aire. Apenas avanzó veinte metros, abrió los brazos para que creyeran que tenía alas. Cincuenta metros. Todo el problema comenzó porque le siguió el juego a su amigo Cipriano.

— Tú, dile a Don Pascual que tienes poderes ocultos, te la va a creer, que a las tres de la mañana vuelas como cuervo hasta la Luna pasando las estrellas.

Ochenta metros de carrera. Hacía una noche sofocada, no corría aire. Ni una leve brisa levantó la oscuridad en la llanura de Imala, famosa tierra conocida como "La Narnia" de Sinaloa.

— Ya cortaron cartucho, me van a dejar peor que viruela, todo por una maldita apuesta. Mire, Jefe la cosa está bien sencilla, agarro vuelo aquí en el Cerro del Gato, me aviento los 15 kilómetros del valle hasta estar encima de la casa de seguridad de Don Abraham y le dejo caer el costal con granadas, así nos quitamos de problemas en la plaza —fue la promesa que le hizo Melquiades.

— Tienes palabra mocoso, se te ve en la cara, sé que no me vas a fallar, a ver, Conchita, tráenos otra botella de Whiskey para celebrar que me saqué la lotería con el Hombre Pájaro —festejó Don Pascual ese momento que le sabía a gloria.

Ciento treinta metros. Melquiades se quedó sin aire, ideas y ni la esperanza de vivir un día más, quiso probar suerte muy rápido cuando alguien le prometió dinero fácil. Se quería embolsar casi un millón de pesos a cambio de matar a un capo de la droga en Sinaloa, nadie se hubiese animado en esas circunstancias pero Melquiades quiso sentirse "el bato más felón del barrio".

— Patrón yo no lo veo que vuele, ya pasó la lucecita de los 150 metros —exclamó El Tejuino, otro sicario de Don Pascual.

— Está agarrando viada Tejuino, aparte el viento está en su contra, dale chance —dijo el Chilorio.

Melquiades comenzó a llorar de impotencia, vio que los sicarios abordaron a una camioneta e iban tras él.

— ¡Ay Santito Malverde no me abandones! Ya sé, un salto, dos saltos, tres saltos y arriba —Melquiades desapareció.

— ¡Patrón! ¡Patrón ya no lo veo! —gritó Tejuino a su jefe.

— Salaverga pues, el plebe decía la verdad, Chilorio pásame el radio —ordenó el capo.

— Coyote, Coyote responde —el hombre pidió respuesta.

— Aquí Coyote Patrón.

— ¿Ves al chilango?

— Ni vergas Jefe, aquí no se ve ni madres.

— ¡Hijo de su reputísima madre! ¡Voló el culero!

La pista aérea en medio del valle lucía vacía en su extensión, sólo estaban dos camionetas Hummer flanqueando el terreno en los 100 y 300 metros de distancia. Los sicarios se arrodillaron rezándole a la Virgen de Guadalupe por sus almas porque sabían que eso era obra del demonio.

— Don Pascual, ya son las tres de la mañana qué hacemos —preguntó el Chilorio.

— Esperar Chilorio, a que cumpla su promesa —contestó el patrón.

Una avioneta con carga de fertilizantes voló encima de ellos sin prestarle importancia dejando caer su bastimento en los campos de mangos. Don Pascual era el hombre más paciente del mundo, a sus 65 años sabía que los milagros sí existen.

DE REGRESO A LA TINA DE BAÑO

Con un ligero mareo Tarántula despertó de aquel momento de relajación, el sueño que le contó Don Pascual le parecía absurdo, ridículo incluso infantil. — ¿Cómo alguien va a volar así como así? —se preguntó la mujer al momento de estirar las piernas fuera del agua, su trasero la sostenía sobre la tina mientras sus diminutos pechos apenas se asomaron sobre la espuma.

De todas las imágenes que su mente captó, hubo una que llamó su atención pero no sabía interpretarla. En medio de aquel valle verde, en el poblado de Imala, había una calle llena de arena. No entendía cómo entraba ahí ese breve reflejo de una escena ajena, era como en una película se combinan dos secuencias distintas y, en consecuencia, el editor debía despalmar ambas grabaciones. Lo raro es que también aparecía una mujer, en su mano traía un cubilete. Tarántula salió de la bañera, secó su cuerpo, se vistió y prefirió olvidar ese flash back. Ella sabía que después encontraría la respuesta, pero ahora era tiempo de viajar.

Por la ciudad en alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora