LA TARÁNTURA SE MUEVE

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El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México es una colmena de abejas, miles de pasajeros llegan y se van dando un hola o un adiós a Don Goyo, el volcán. En uno de los baños de la terminal de vuelos internacionales, una mujer peleaba con una cabeza disecada.

— Nomás no rebotas de pendejo porque no eres pelota. Te dije que iríamos a Culiacán, ¡CULIACÁN! No a Tijuana. ¿A qué chingados quiero ir a esa ciudad? No tengo negocio, pinches polleros se volvieron bien piojosos, no pagan los trabajitos, todo se lo dejan al señor de los túneles. Y yo con esta chingada regla que me altera, no chingues Boris —fustigó Tarántula a su acompañante.

La cabeza no habló en ese momento. En marzo, todavía se sentía frío en la Ciudad de México, pero la mujer de esbelta figura, brazos largos y ganchudos como murciélago no iba a reparar en errores después de un viaje de nueve horas cruzando el Océano Atlántico.

— Vamos a ver qué encontramos en Culiacán, después nos vamos a TJ —dijo la mujer, mientras salía del baño rumbo a la línea de abordar.

En el cesto de basura echó un collar de orejas secas al sol, con el tueste perfecto para escuchar a los muertos.

Por la ciudad en alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora