EL BOCADILLO DEL DEMONIO

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Hace muchos años, el agente Walfredo Rondán se preguntó cuánto dolor era capaz de soportar un hombre o una mujer. Está el dolor físico y el emocional, ambos son una fisura en los corazones de la humanidad. Al agente, lo entrenaron para que fuera un ser insensible, falto de reacciones, sólo un ente que cumplía las órdenes. Pero nada le impidió aprender el dominio de las artes oscuras.

Después del trago amargo que pasó junto a su equipo, el Capitán Infierno abandonó la habitación del hotel Agua Marina, cruzó el malecón que dividía la circulación de autos de norte a sur, cuando llegó al mirador quiso bajar a la arena, ahí buscaría un momento de paz, pero no con Dios.

— Belial significa que no tiene amos, simboliza la independencia verdadera, representa la tierra y en eso se encontrará la magia —recordó el detective, un pasaje de la Biblia Satánica, escrita por Anton Szandor LaVey.

En una de las bolsas de su pantalón de mezclilla traía el encendedor tipo Zippo, con la imagen de la paloma agarrando una granada con sus garras. El objeto metálico tenía un diminuto compartimento, se movía desde el fondo hacia la derecha. Éste permitía sacar un pedazo de papel color amarillo, contenía una pequeña porción de tierra. Sentado en la playa, el detective dibujó unas figuras sobre la arena, ahí esparció la tierra. Un extremo del encendedor tenía una punta filosa, Walfredo se pinchó el dedo gordo, mientras la sangre goteaba, el detective susurró:

Por el poder de estas palabras y estos nombres que ninguna criatura puede resistir, te maldigo y te mando hasta el fondo del abismo, para que permanezcas encadenado hasta el día del Juicio, y en fuego y azufre inextinguibles, a menos que aparezcas ante este Círculo, y en este triángulo, para hacer mi voluntad, te lo ordenó Amón.

Walfredo esperó unos minutos, se concentró en el sonido de las olas del mar. Aquel vaivén de la naturaleza era un fenómeno que calmó los músculos del hombre, lo relajó. No sentía más tensión, quiso encender un cigarro cuando vio que venía hacia él un perro, o eso parecía. Conforme más cerca estaba la criatura, esta asemejaba a un lobo, de pelaje oscuro, con cola de serpiente, de su hocico vomitó llamas que caían sobre la arena. Donde debían estar los ojos, había dos pequeñas flamas color azul. El Séptimo Espíritu del Infierno, Amón, era un marqués poderoso y severo. Al mandato de quien lo invocaba, podía cambiarse en una forma humana con dientes de perro o cabeza de cuervo, o simplemente en forma de hombre con cabeza de cuervo. Tiene la capacidad de decir todas las cosas del pasado y del futuro. Incluso procura el amor y reconcilia a los enemigos. Gobierna 40 legiones de espíritus. Y esa noche, tenía una cita con un viejo conocido.

— ¿Cómo están Sofía y Minerva? Ah, qué pregunta más tonta. Si tu especialidad son los castigos severos y eternos. Seguro las ahogaste en un mar de sangre hirviente una y otra vez por toda la eternidad. ¿No es muy cliché eso? Morir todos días, ya están muertas, déjalas así, que se queden en el momento donde todo se pone negro y listo.

— ¿Me vas a entregar otra alma? —preguntó el perro, que se echó sobre sus cuatro patas en la arena.

— Sí, cuando encuentre al asesino de homosexuales será tuyo. No lo voy a dejar vivo, será mi regalo de aniversario. ¿No te acuerdas que hoy es nuestro día? —bromeó el agente con el demonio.

La bestia posó su hocico sobre la arena, apenas abrió sus mandíbulas salió desde su garganta una niña, parecía una muñeca de carne y hueso pero se movía, podía hablar, dio un salto desde la lengua del can y cayó sobre la pierna del detective. —Papi, papi. ¿Cuándo vas a venir a jugar con nosotras? Mi mami te extraña —era Sofía, la hija del Capitán Infierno.

La niña no aumentó su tamaño, seguía de la misma estatura que una muñeca tipo Barbie. Con sus manos jaló el pantalón de su padre —vamos anda —le rogó —así como tuviste el valor para matarme, ten huevos para jugar —reclamó a su padre, que lucía sereno, mientras fumaba su cigarro.

— Qué confianzuda me saliste eh. No olvides que soy tu padre, te crees mucho porque estás en el infierno.

En una reacción rápida la bestia apresó a la niña con sus dientes, la masticó hasta reducirla a una masa sanguinolenta y se la tragó. Platicar con un demonio es la terapia de Walfredo Rondán, lo hace con frecuencia para no olvidar que es un hombre sin sentimientos y que no tiene afecto por nadie. No le gusta el título de detective, lo adoptó para encajar en la vida pública. Es un agente del caos, no es la manzana podrida, es el agricultor que arrojó ácido a los árboles en vez de fertilizante. Es un joven de casi cuarenta años que asesinó a su hija y esposa, a cambio de seguir trabajando para Hell Doves, el grupo encubierto que está a punto de extinguirse si Iglesia, Gobierno y narcotraficantes no arreglan sus diferencias. Es un investigador de lo paranormal, porta placa de servidor público y tiene la aspiración de escribir sus memorias, algún día.

— ¿Quedamos en un alma entonces? —preguntó el Demonio Amón.

— Ciérralo en tres, mejor, luego nos van a pedir que levantemos a otros seguramente.

El sonido de las olas cimbró la zona de playa. El Detective Infierno se desentumió estirando las piernas, debía regresar a la habitación, a continuar la búsqueda del asesino. Se quedó mirando a la luna, buscó estrellas en el cielo pero las nubes las escondían.

— Mañana mato a mi equipo si aparece un extraterrestre —aseguró el agente.

Por la ciudad en alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora