El último pase de lista comenzó a las siete de la mañana, con voz aguardentosa el Comandante Luján nombró a todo el Cuerpo de Policías hasta ser el turno de Martín Caballero. ¡PRESENTE! Gritaron sus compañeros en una sola voz. Pasó un minuto de silencio y se disparó una ronda de salvas. El estruendo de las armas sacó de su trance al detective Walfredo Roldán que permanecía de pie donde días antes mataron al policía. Era común que sus manos sudaran, las secó con su pantalón, lucía inquieto, no tenía mucha información sobre el caso porque parecía que seguían a un fantasma y no a un asesino. El agente cerró los ojos, era una práctica común en él cuando quería concentrarse, quizá conectar con algo que, a simple vista, no veía.
— A ver, Martín, te bajaste del camión como todos los días en la esquina de Enrique Pérez Arce, frente a ti queda el edificio de la policía, atrás hay un puesto de comida y todo lo demás son casas en un cruce de cuatro calles. ¿Cómo es que te mataron de frente? Debiste haberlo visto venir. Eras policía cabrón, qué te distrajo. Chingó a su madre tu instinto policiaco. A quince metros de nosotros tenemos un poste con tres cámaras de video y en la esquina siguiente hay dos más con vista de 360 grados. El reporte de ese día indica que había dos policías de guardia y no escucharon disparos, por conclusión se hicieron pendejos o el pistolero usó silenciador. Se dieron cuenta hasta que una camioneta paró su marcha porque tu cuerpo quedó tirado a mitad de la calle. Te dejaron solo bato, no es justo que hayas muerto así, sin defenderte, sin pelear, te quebraron bien culero. Échame luz cabrón para entender qué pasó, no te va a pasar nada, ya estás muerto.
El Capitán Infierno frotó suavemente su anillo dorado, que tenía en el dedo del corazón de su mano izquierda, como si esperara que una voz le susurrara qué hacer. Tomatito se acercó a él sacándolo como de un trance.
— Capitán, hablé con el encargado de sistemas para revisar las cámaras y no hay nada. La grabación corre normal, no la encriptaron, no parece que hayan sobrepuesto dos videos porque no hay desfase de tiempo ni pantallas negras en mili segundos —explicó el muchacho a su jefe, apenas se llevaban ocho años de diferencia pero el rostro complejo de Walfredo imponía respeto.
— ¡Pero tú eres el experto en tecnología cabrón no mames!
Tomatito descargó el video a su teléfono celular y se lo mostró a su jefe. Observaron la grabación, no venía el momento del asesinato. En ese momento, Infierno le dictó la primera orden a su subalterno: hablaría con Luján para hacerlo confesar, si se ponía difícil, le enseñaría unas fotografías que Tomatito jaqueó.
— Ya que vea las fotos no le van a quedar ganas de tomar agua de lodo en cuatro patas.
Tamarindo habló con la señora de los licuados, le comentó que platicó unos minutos con Martín mientras lo despachó, pagó su bebida y se fue por el mismo camino de todos los días.
— Pero el puesto de comida está frente a la comandancia muchacho –no entendía Walfredo esa situación, el puesto tan cerca y que nadie vio lo que pasó.
— Sí Capitán, pero ella dice que se ocupó atendiendo a otros clientes y se dio cuenta de todo hasta que la camioneta hizo alto chillando las llantas. Ahí están las marcas, tampoco salen en el video —explicó Tamarindo.
Revisaron la grabación del día siguiente, vieron la secuencia más de una vez y no había registro del hecho. — ¡Vergas! — expresó Walfredo —o somos pendejos o ellos muy vivos.
Desde la otra esquina del edificio había una mujer descalza sobre la calle con un cubilete en sus manos. Lo sacudió con la derecha y lo volteó boca abajo contra el suelo. "Pachuca", dijo en su mente. El As, el Rey, la Reina, el Joto, el Siete y el Ocho se clavaron en los ojos de Tuna, la tercera integrante del grupo del Capitán Infierno. Una extraña sensación de arena recorría los tobillos de la mujer, el ancho de la calle se llenó de tierra caliza. No había casas ni ruido de tráfico, sólo el sonido de cascabeles en el desierto. La mujer avanzó por un camino solitario, era infinito el número de granos de arena que hervían al calor de ese día. Tuna anduvo por varios minutos en ese trecho donde ya no había calle, era como un inmenso cajón de juegos que apareció de la nada. ¿Qué edad tenía Tuna? Probablemente cuarenta y cinco años, su historial era incierto. La información que había disponible de los jóvenes podía falsearse. Lo único real era su capacidad para conectar con otras mentes, sentirse en lugares lejanos incluso interactuar con personas a miles de kilómetros. De pronto, apareció una banca, en medio de la arena. En ella, había una mujer sentada que Tuna no reconoció, tenía el cabello mojado y solo vestía una toalla de baño. —Ey mexa. ¿Hace calor en Sinaloa? — le preguntó la extraña fémina, Tuna se talló los ojos y la mujer había desaparecido.
— Tuna, Tuna —bramó el Capitán Infierno.
La planta de los pies de la mujer palpó otra vez el asfalto. — ¿Qué viste mujer? —preguntó el detective.
— Un lugar muy árido mi Jefe, no corría viento sólo el sonido de los cascabeles —Tuna omitió el detalle de la mujer.
El equipo tenía la primera pista a la mano. ¿Qué significaría esa visión? Dicen que un golpe de dados jamás abolirá el azar.
Pasaron quince días sin ningún avance para el equipo "oficial" y el "secreto". ¿Se calmó todo? ¿Olvidaron al difunto? ¿Alguien mató al asesino de Martín Caballero? Pero el caos jamás puede contra un hombre que viste pantalones ajustados.
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Por la ciudad en alas de ángel
Mystery / ThrillerCrímenes de odio contra la Comunidad LGBTTTIQ, secuestros, asesinatos y rituales satánicos encierran la novela. Con un lenguaje soez sobre una historia cruda y políticamente incorrecta, el Detective Walfredo Roldán carga un pasado atroz, no le impo...