NO MÁS ABERRACIONES

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La paciencia de los investigadores alcanzó su límite, el equipo del Detective Walfredo Roldán quería tirar la toalla, el crucero debió haber salido del puerto hace cuarenta minutos, el atraso de su itinerario fue motivado por un grupo de cinco turistas que no regresó a la hora programada para abordar. Si en diez minutos no había señal de ellos, la Policía Turística actuaría.

— Tomatito quiénes son los ausentes — preguntó el detective.

— Son cinco jóvenes gringos señor, de Minnessota, Michael Brown, Jeremy Irons, Jorge Parra, Tim Coke y Burt Junior. Todos entre 23 y 25 años de edad, viaje de graduación —explicó el agente informático.

— ¿Hay algo en las redes sociales? —cuestionó el detective, esperando una respuesta favorecedora.

— Sí, todos han subido fotos de su viaje en el crucero, abordaron en San Diego, hicieron escala en La Paz, pero ahí no hubo contratiempos. En Mazatlán se tomaron fotos en el mercado, la Zona Dorada y El Mesón de los Laureanos, es un restaurante campirano a 25 kilómetros de aquí al norte por la libre.

— ¿Y en que se movieron muchacho? —quería saber el agente.

— En una oruga —respondió Tomatito.

— ¡Que vergas! —exclamó Walfredo incrédulo.

— Es auriga —corrigió Tuna a su compañero —es una camioneta pick up con bancos en la caja que va techada bien mona, caben ocho personas atrás armando la fiesta con música, baile y cerveza.

— ¿Qué número de matrícula es? VR-901510 —corroboró Tomatito.

— ¿Y el conductor quién es? —preguntó Walfredo.

— Sólo sabemos que se llama Don Miguel, aparece en una foto del Instagram de Michael Brown, el tipo lleva una máscara de venado, pero sabemos que es él por la playera que lo identifica como chofer —comentó el joven agente.

— Pero alguien más podría usar esa prenda, tu Tomatito o yo, no hay control ni certeza en eso. Vamos muchachos, tenemos una pista, es lo que queríamos ¿No? ¡Más acción chingada madre! Ustedes son mis ojos y mis huevos —Walfredo perdía el control de la situación.

Tamarindo tomó la palabra sin inmutarse por lo alterado que se veía su jefe en ese momento. Con la calma que le merecía el trozo de pizza que comía en ese momento, explicó que siguieron el recorrido de la auriga con las cámaras de la ciudad, el chofer sólo bajó de la unidad una vez y fue cuando traía la máscara. En el muelle, un prestador de servicios turísticos le hizo el alto a la pick up y se subieron los turistas.

— ¡Vergas! Estamos jodidos. ¿Y qué pedo con El Mesón? —preguntó el detective.

— No hay señal allá jefe —lamentó Tamarindo.

— ¡Puta pues! Mejor empíname de una vez —Infierno había llegado a su límite.

Con la molestia haciendo estragos en su estómago otra vez, el agente ordenó a Tomatito que interviniera el celular del Gobernador y el Alcalde de Mazatlán, uno de los dos debía enterarse primero del paradero de los cinco turistas. La última grabación que tenían fue a las cinco cuarenta de la tarde, una cámara sobre un puente de Culiácán captó a la auriga pero esta desapareció sobre un camino de terracería, el equipo esperó lo peor. Sobre la mesa de centro en la habitación del hotel, había una pequeña laptop cuyo único propósito era monitorear los teléfonos celulares del gobernador y el Presidente de Mazatlán. En la pantalla había dos recuadros donde se veía todo lo que aparecía en los Smart phones de ambos personajes. Las horas pasaron. Un mensaje de texto entró al celular del Gobernador. El remitente era un notario que tenía su oficina frente a Palacio de Gobierno, no tenía nada escrito, solo una fotografía. La baja calidad de la imagen y la carencia de luz hacían borroso aquello que alteró al equipo.

— Tomate, rápido, las cámaras del Palacio de Gobierno —ordenó con premura el Capitán Infierno.

En cuestión de segundos jaqueó el sistema de vigilancia, el notario envió el mensaje a las seis quince de la mañana pero esa noche alguien no durmió y llegó ahí a las tres de la madrugada a bordo de un carro Tsuru color azul, subió el vehículo a la plazuela, descendió de la unidad y extrajo de la cajuela una hielera, de la cual extrajo cinco cabezas humanas que tenían el cuero cabelludo jalado hacia abajo lo que ocultó el rostro de las víctimas, dejando al descubierto el cráneo con las cuencas oculares intactas, ausentes de alma, parecía como si a las cabezas les habían quitado una máscara de luchador.

Y el misterioso sujeto, con la capucha de venado, dejó una cartulina sobre el piso de la plazuela donde se leía:

No más aberraciones.

Por la ciudad en alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora