LLUVIA DE PLOMO

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Era el mismo hombre del video, pero ahora con cara y voz real, nariz aguileña, cejas delineadas, labios resecos y rostro cacarizo por una viruela mal atendida. Vestía una gorra de béisbol de Los Cañeros de Los Mochis, todavía con la calcomanía que los fanáticos del deporte no le despegan. Un pantalón de mezclilla junto a una playera deslavada, que en su mejor momento era color tinto y unas botas mineras cumplía el "outfit" del hombre perseguido. Los agentes lo tenían en sus manos. No lo iban a detener ahí, lo dejaron irse a su motel.

— ¿Vamos a dejar que salga o le atoramos Capitán?

— De una vez Tuna para que se lo cargue la chola.

Salieron del bar apurados en no perder de vista a su presa, medían la distancia de sus pasos para no causar sospechas, aunque el lugar donde se hospedaba este sujeto yacía cruzando la calle, exactamente frente al bar. —Así o más pelada la cosa —dijo el agente. Ninguna nube de tormenta coronó el cielo en ese momento cuando el sonido de truenos los espantó. ¡PAM PAM PAM PAM PAM PAM PAM PAM! Una lluvia de plomo hizo trizas la puerta del cuarto 33.

— ¡AL SUELOOOOO! —gritó Walfredo en milésimas de segundos mientras las balas venían hacia él y su compañera desde el interior del cuarto.

— ¡ESTÁ PENDEJO! —aulló Tuna con la ropa interior manchada

— Nos quiere hacer el balón gástrico con la Barret — exclamó Rondán sin tener a dónde moverse más que la defensa de un carro blindado, seguramente de un narco que tenía un buen momento en el motel con una dama.

— ME LA PELAN PUTOS —ni la obesidad del pistolero alentó su carrera hasta refugiarse en el vehículo —ABRAN EL HOCICO QUE AHÍ LES VA ENTERA —y con furia descomunal comenzó a girar el tambor de la ametralladora que escupía su munición sobre el carro blindado que apenas protegía a los incrédulos agentes.

El vehículo del asesino se alejó rodando en cuanto pudo, la pareja se levantó del piso sin rasguños más que la Agente Tuna orinó su pantaleta del susto. Walfredo hizo alto a una combi que pasó por ahí, bajó a punta de pistola al chofer y persiguieron al homicida.

— ¿Hiciste lo que te dije mujer?

— Sí mi Capitán, ahorita se le parará el carro.

En uno de los cuartos del motel, que daban a la calle, alguien vomitó sobre la cama, arrojó bilis, trozos de salchicha y un condón. Era una pareja de novios asustados por la balacera.

— ¡PEPE PEPE MI CARRO! —gritó un hombre joven, delgado con barba de candado y una tanga rosa que se perdía entre sus glúteos.

— ¡VERGAS! —exclamó el otro hombre —aguantó la pendejada esa, bien dicen que todo se parece a su dueño.

— ¡Ay baboso! —se lamentó el buchón.

Por la ciudad en alas de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora