Era sábado, es decir que a no ser por las incesantes llamadas que entraban a mi teléfono no me hubiera levantado hasta medio día.
Tomé el celular que reposaba en el suelo y contesté sin ver de quien se trataba.
—Hola —saludó su voz.
Me dio una jaqueca al instante de saber quien hablaba.
Colgué la llamada e intenté volver a dormir pero volvió a llamar.
Tomé el teléfono dispuesta a lanzarlo contra la pared pero en su lugar mire la hora 9:33 am y solo bufé antes de contestar la llamada.
—¿Cómo tienes mi número? —pregunté. Cubrí mi rostro con las cobijas y cerré los ojos.
Estaba exhausta, me quedé hasta tarde realizando trabajos atrasados y adelantando proyectos.
Hoy planeaba dormir todo el día, pero me había olvidado de la cita.
—Sandra me lo dió —respondió muy tranquilo.
Bufé al teléfono escuche una pequeña risa de su parte.
—¿Qué quieres? —pregunté lo obvio.
—¿Te acabas de despertar?
—Me la pasé hasta tarde trabajando en la universidad —hablé a la defensiva.
—¿Quieres ir a desayunar? —preguntó y escuché como dejaba el celular en un lado e intercambió palabras con otra persona.
Volví a escuchar que ya estaba en la línea.
—Suena bien, para la cita —dije, todos en mi casa ya habían desayunado y no era la más fan de desayunar sola.
—¿Pasó por ti?
—No —contesté al instante.
—¿No?
—Podemos vernos allá —dije.
No quería que nadie de mi familia lo reconociera.
—Sería mejor en un punto medio —dijo.
—Está bien, mandame la ubicación del punto medio. Ya salgo. —Dicho eso, colgué la llamada. Me senté en la cama y miré hacia el espejo que tenía enfrente.
Suspiré con cansancio.
No había más, piensalo Naya. Esos 200 dólares te ayudarán en la universidad.
[...]
Ya me había cambiado, no llevaba nada glamuroso, era algo simplemente casual. Un pans negro acompañado de una sudadera gris con el logo de la universidad.
Al fin de cuentas no era una cita real y si me iban a humillar no quería que lo hiciera con mis mejores prendas.
Llamaron a la puerta, abrí y era papá.
—Escuché ruidos —dijo y entró— ¿Quieres que te haga algo de desayunar?
Negué.
—Voy a salir.
Mi padre asintió.
—¿Sandra? —quise negarlo pero no pude. Solo asentí y antes de que mi padre vuelva a hablar escuche mi madre lo llamó— Ahora vuelvo.
Me replantee mi atuendo. Parecía que me vestía para estar en casa. Al final solo cambié los pans por unos de mezclilla.
Antes de poner un pie fuera volví a mi celular, le envié un mensaje a mi antigua terapeuta viendo cuando tenía cupo libre. Ya lo había decidido, y me sentía bien con dicha decisión.
ESTÁS LEYENDO
La última y nos vamos
Teen FictionEn Estados Unidos los cuerpos basados en estereotipos siguen estando presentes. Naya ha vivido en una familia mexicana, rodeada de la gran variedad de cuerpos, el suyo jamás fue un problema para ella pero si para el resto que no tardan en hacer burl...