Capítulo veinte

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El sargento Jefferson se encontraba en la habitación en compañía de sus subordinados; Joseph, Rick y Charlie. Comían en conjunto un paquete de MRE (comida lista para comer) y aunque no era lo más sabroso del mundo, ya se habían acostumbrado al sabor.

—En cuanto tenga la oportunidad me iré de aquí. Regresaré con mi novia y solo volveré cuando las cosas dentro de la base se calmen, y cuando esos animales sean puestos bajo control. De lo contrario, no quiero meter ni un pie sobre este lugar —comentó Rick terminando su comida.

—Concuerdo contigo. Nadie quiere ser parte de esta mierda —concordó Charlie con una mueca de asco. Con esfuerzo, se tragó el último bocado que le quedaba en su plato.

—La situación es más complicada de lo que parece. El resto de nuestra escuadra desapareció, cuando llegamos ni siquiera sus pertenencias estaban aquí y el agente Rifftod no dice nada al respecto. Si planeas correr hacia tu novia, Rick... la pondrás en peligro. Nadie sabe lo que esa gente puede llegar a hacer.

Las palabras de Jefferon entristecieron a cada uno. Joseph agachó la mirada y se notó más afligido que el resto.

—Hay algo que no me cuadra, el jefe de la base —comenzó a decir Rick —, no está ¿Cómo es posible que se haya rotado el poder así sin más? No lo he visto, pero ahora Rifftod tiene el control sobre absolutamente todo. Opino que lo mejor sería irnos.

—Son poderosos. Del gobierno quizás —dijo Joseph y dejó a un lado su plato, ni siquiera lo terminó.

Jefferson abrió la boca a punto de decir algo, pero unos fuertes golpes lo interrumpieron. Provenían de la puerta y eran golpes desesperados.

—¿Quién anda ahí? —preguntó en voz alta.

—Ábreme... yo...soy yo...

La voz al otro lado apenas era audible, no supo quien era así que volvió a preguntar y esta vez no obtuvo respuesta, pero los golpes en la puerta no cesaron y se hacían cada vez más fuertes.

—Quédense detrás de mí ¿lo entienden? Busquen cualquier cosa con la que podamos defendernos —le ordenó a sus muchachos. Tenían los ojos bien abiertos y parecían sorprendidos.

—Pero no tenemos armas, sargento —replicó Joseph y se levantó rápidamente de la cama. El resto repitió su acción y se colocaron detrás de Jefferson, como si él fuera una especie de escudo.

Jefferson sacó de su bota una navaja de empuñadura marrón y con bordes de plata con las letras iniciales de su nombre. Aquel fue un regalo de su padre.

Se dirigió a la puerta y giró la manilla lentamente.

La puerta se abrió de un portazo y obligó a Jefferson a retroceder. Extendió el brazo y rápidamente agarró a aquella persona del cuello, lo empujó haciéndolo quedar de espaldas contra la pared y con firmeza puso la cuchilla en la garganta.

—Ayúdame...

Se sorprendió al ver frente a sus ojos a Marcus, el científico que trabajaba en el laboratorio.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Jefferson arqueando una ceja. Apartó la navaja y la guardó nuevamente.

Marcus cayó al suelo y comenzó a llorar. Traía una toalla beige y estaba completamente mojado. Apenas se acaba de duchar.

Miles de preguntas se dispersaron en la mente de Jefferson, pero aunque tenía una curiosidad inmensa, sabía que no era el momento. Marcus estaba devastado por alguna razón aparente.

Rick se apresuró y cerró la puerta asegurándola con una de las sillas para evitar que alguien entrara. Joseph se acuclilló junto a Marcus y le dio unos golpecitos en la espalda, en un intento de tranquilizarlo.

—Lo mataron... estábamos en el baño... e-es que todo p-pasó muy rápido ¡Está muerto!

—¿Quién está muerto, Marcus? Sé que es difícil, pero tienes que decirme para que te podamos ayudar. Dime con claridad lo que ha pasado.

Marcus se aclaró la garganta, se tomó un momento para tomar aire y relajarse.

Cuando se tranquilizó lo suficiente como para explicar, dijo:

—A Bob. Mataron a Bob. Estábamos en las duchas, llegaron unos hombres y hablaron sobre de que les dieron órdenes de matarme a mí y a Bob.

—¿Cómo es que no te mataron a ti? —cuestionó Charlie acercándose.

—Porque me quedé dentro de la ducha... y Bob no. Es un poco ¿bobito? Solo salió y le dispararon. Y de seguro me estarán buscando. Me van a asesinar esta noche, seré su comida...

—¿Comida? —preguntó Jefferson. Quería reconfortar a Marcus por esa terrible perdida, pero necesitaba toda la información posible.

—Tienen a una criatura acá en la base. Está en uno de los hangares y querían usarme a mí y a Bob como alimento —reveló Marcus con la voz temblorosa. A Jefferson se le aceleró el corazón a mil, temía porque le fuese a dar un infarto. Se sentó en una silla y respiró hondo.

—¿Qué hacemos, jefe?

—Es mejor irnos ya ¡Pero ahora!

Sus muchachos también estaban entrando en pánico. Lo invadieron con tantas preguntas pero las evadió todas para pensar con claridad.

Sí, no había de otra.

—Joseph, necesito que prepares el humvee. Rick y Charlie vendrán conmigo a la enfermería. Iremos a por Raúl y nos marcharemos de aquí —ordenó y todos estuvieron de acuerdo, inclusive Marcus, el cual aún estaba conmocionado.

Joseph abrió la puerta a toda prisa y al momento de hacerlo, entró el guardia que los retenía en ese cuarto. Tenía un arma apuntando en su dirección. Joseph retrocedió a pasos lentos mientras aquel hombre se adentraba en el cuarto.

—¿Qué está sucediendo aquí? Solo fui al baño por un momento y me encuentro con esta sorpresita. ¡¿Qué están haciendo?! —dijo el guardia. Era alto, pero no tanto como Jefferson. En ese instante, el sargento decidió realizar un movimiento rápido. Alcanzó el arma del guardia y se la arrebató de las manos. Aquel hombre intentó escapar pero Jefferson lo agarró de la camisa y lo noqueó con sus propios brazos.

—Uy, el mejor de todos como siempre —lo halagó Charlie.

Joseph salió corriendo para ir a preparar el humvee con el que realizarían su huida de la base.

—No tenemos tiempo para llevarnos nada. Solo vámonos —dijo Jefferson —. Ustedes vayan a la enfermería y traigan a Raúl, debo darle ropa a Marcus. ¡Rápido! Los veo allá.

Marcus se abalanzó sobre Jefferson luego de que Rick y Charlie se marcharan.

—Disculpa, pero no me gustan los abrazos.

Pero Marcus lo abrazó aún más fuerte. Y por supuesto, Jefferson se puso rojo de la vergüenza.

—Gracias, sargento. Confiaré en usted y haré todo lo que me diga.

Marcus se apartó y se limpió las lágrimas. Sus ojos azules brillaban bajo la luz blanca y tenue que producía la lámpara de la habitación.

—No hay de qué. Ahora vístete. Debemos irnos ya.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora