Capítulo veintitrés

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Alex examinó el cuerpo luego de pedirle a sus hijos que regresaran adentro. Era una chica joven y rubia, estaba desnuda y tenía una herida de bala en la cabeza. El responsable la había cubierto con una bolsa de basura para luego depositarla en el contenedor de aquel callejón. Lo que resultaba más extraño era que el callejón solo llevaba a un solo sitio: el taller de Alfredo. No cabía duda de que el asesino estaba adentro, y sí... lo que había sucedido con esa chica era un asesinato.

Alex decidió entrar. La poca confianza que le tenía a esa gente se redujo completamente a cero, ya no podía confiar en nadie allí adentro.

Jhon lo vio entrar y se acercó a él.

—Tu esposa se siente mal. Este no es un buen sitio luego de semejante pelea.

Alex vio que su esposa Margaret estaba en posición fetal, estaba llorando y se veía pálida. Sus hijos estaban a su lado sin saber como ayudarla. Y Lucía Rodrigez, la hermana de Jhon, estaba al lado ofreciéndole un vaso de agua, que a duras penas estaba servido hasta la mitad.

Se acercó a ella mientras que de reojo observaba a los presentes. La pelea había durado largos minutos, no lograron solucionar el conflicto pero sí que se quedaron con heridas y moretones en el rostro. El muchacho que había abierto la puerta estaba en el suelo. Lo mataron a golpes, y Alex no pudo hacer nada al respecto.

—Cariño. Te ayudaré a levantarte, nos iremos de aquí —le dijo a su esposa y se acuclilló quedando frente a ella. Los ojos color miel de la mujer estaban inundados de lágrimas y su labio temblaba. Presenciar esa muerte tan brutal la había dejado perpleja.

—¿A dónde iremos, papá? Se supone que aquí estaríamos seguros —habló Natalie con el ceño fruncido. Sostenía a Lucas de la mano —. ¿Qué pasó con la chica?

—¿Qué chica? —quiso saber la hermana de Jhon.

Alex se abstuvo de mencionar el cadáver que encontró en el contenedor, frente a la puerta trasera del taller. Si hablaba al respecto, su esposa se asustaría aún más.

—Eso no importa, debemos irnos de aquí de inmediato. Ahora, amor, tienes que levantarte. Confía en mí.

Margaret se limpió la nariz con un pañuelo y miró a Alex asintiendo con la cabeza. Él la abrazó, sintió su calor corporal y aunque quiso permanecer así por varios minutos, no podía. Debían irse.

—¿Podemos ir con ustedes? —preguntó Jhon adentrándose en la conversación —. Mi hermana y yo queremos ir con ustedes. Esta gente no es chida.

—Por supuesto. Nos iremos todos.

Alex y el señor Jhon recogieron sus pertenencias, de hecho, solo tomaron sus lanzas improvisadas. Resulta que las mochilas que traían con ropa y mucha comida habían sido tomadas descaradamente por la gente de ahí. Ni siquiera guardaron provisiones, se la comieron toda en un abrir y cerrar de ojos.

Se dirigen silenciosamente hacia la puerta trasera. Alex los guio mientras sostenía el brazo de su esposa afligida, Jhon y Lucía Rodriguez, junto con sus dos hijos, Natalia y Lucas, iban atrás.

—¿A dónde van ustedes? ¿Se marchan?

Alfredo se percató de inmediato y caminó hacia ellos. De pronto las miradas de todos ya se encontraban sobre el grupito de Alex.

—Nos iremos —respondió sin rodeos —. No estamos seguros aquí. No se preocupen. No nos llevaremos nada.

El anciano estaba desconcertado, por un momento su mirada se centró en el chico muerto y luego miró fijamente a Alex.

—Es una pena lo que ocurrió. Pero las cosas pasan por alguna razón. Todos somos humanos, el hombre que le hizo eso a este muchacho muerto ya se está redimiendo orando, suplicando perdón al señor —dijo Alfredo. Sí, sin duda, el hombre fornido que había acabado con la vida de un joven estaba orando tranquilamente en un rincón, el resto parecía en shock, sin saber qué hacer —. Con esto, digo que no hay nada de qué preocuparse. Pueden confiar en nosotros. No se vayan.

Alex sintió una furia repentina. Fulminó al anciano con la mirada y estuvo a punto de ir hacia él y propinarle un puñetazo. Qué hipócrita. El anciano no estuvo involucrado directamente en la pelea, pero estuvo de acuerdo con no intervenir y dejar que le hicieran daño al muchacho.

—Vámonos ya. No causemos problemas, amor —le susurró su esposa. Su voz se escuchaba apagada.

Siguieron caminando, solo estaban a unos cuantos pasos de la salida.

—Pues deberán dejar esas armas que traen consigo.

Alex se giró abruptamente. El anciano ordenó a los pocos señores que se encontraban allí que les quitaran las armas.

—¡Pero son nuestras! —gritó Jhon retrocediendo rápidamente.

A Jhon lo golpearon obligándolo a soltar la lanza. Alex evitó peleas y solo la entregó. Su niño estaba asustado y Natalie luchaba para tranquilizarlo, pero este ya se había echado a llorar.

—¡Solo nos iremos! ¡No queremos problemas con ustedes, malditos asesinos! —bramó. Estaba demasiado alterado, tomó a sus hijos y esposa y los sacó de inmediato. Lucía y Jhon los seguían.

Cuando se encontraban afuera en el callejón, cerró la puerta de un portazo y abrazó a Lucas para tranquilizarlo. Margaret no se encontraba en condiciones para cuidarlos.

La luz del sol resultaba reconfortante luego de un momento tenso.

—¿Y ahora a donde? —preguntó Natalie.

—No creo que quedarnos en el pueblo sea una buena idea. Quizás nos podemos refugiar en la casa de mi hermana Lucía, pero... no tenemos suficiente comida, y no podemos quedarnos escondidos para siempre —respondió Jhon y miró a Alex —. Yo lo dejaré en sus manos. Su esposa me dijo que antes prestaba servicio militar, así que confiaré en usted y dejaré que nos guíe.

Alex recordó brevemente sus días de militar, y eso, sinceramente, no lo llenó de orgullo ni lo hizo sentir bien. Tuvo días horribles.

—Hay una base militar por acá cerca. Es poco conocida y no sé si sigue en funcionamiento —soltó Lucía. La señora aparentaba tener cuarenta y pico de años, tenía el pelo teñido de un rojo vivo y sus labios estaban pintados del mismo color.

—Iremos a la base. Tomaremos un auto —señaló Alex sin siquiera dudarlo.

—Puedes usar el mío. Lo dejé en la gasolinera. Queda cerca —sugirió Jhon con una sonrisa.

Y sin armas ni comida, decidieron recorrer el pueblo corriendo el riesgo de ser devorados por una de esas criaturas. Debían llegar a la gasolinera para tomar lo que se convertiría en su transporte a la base militar.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora