Capítulo diecisiete

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—Ya es hora de que despiertes a los niños, amor.

Margaret asintió y se dirigió al cuarto en donde Natalie y Lucas se habían quedado dormidos. Al entrar se sintió incómoda, estaba invadiendo una propiedad privada. Vio el sinnúmero de cuadros colgados en la pared con la foto de una señora que vestía de prendas extravagantes y que adornaba cuello y manos con joyas que se veían carísimas. Además, en cada cuadro posaba de una forma diferente y muy... ¿sensual?

—Mami... buenos días —saludó su hija. Llevaba su pelo corto hecho un fiasco, pero aún así se veía bonita.

—Buenos días, preciosa.

Las dos se abrazaron y Margaret depositó un cálido beso en la mejilla de su hija.

—¿Cómo van las cosas? ¿Papá y el hombre ya están despiertos? ¿Qué haremos ahora?

Natalie la atacó con preguntas. Al principio dudó en decirle, pero tarde o temprano debía entender que su niña estaba creciendo, tenía dieciséis, ya casi se hacía adulta y contaba con la madurez suficiente para saberlo.

—Nos iremos. Tu padre y el señor Jhon se están preparando. En la noche la hermana de Jhon se comunicó, dijo que estaba en el taller de un tal Alfredo —le contó y Natalie alzó las cejas sorprendida.

—¿Y dónde queda ese taller? ¿Nos vamos a arriesgar a salir?

—Queda a unas cuadras de aquí. Y sí, vamos a salir, pero también era obvio que no nos quedaríamos aquí para siempre —Margaret ocultó su decepción. Ansiaba volver a su hogar en medio del campo, extrañaba la paz que sentía al estar ahí; sentada en el porche saboreando su café con canela. Algo dentro de ella ya sabía que las cosas no volverían a ser como antes, pero aún guardaba esa esperanza.

Natalie sacó su celular y realizó una llamada.

Margaret suspiró ¿Debería decirle la mala noticia o no?

—No hay señal. Ni internet —soltó. Natalie pegó un grito y Lucas se levantó sobresaltado, gritando y pataleando como un loco.

Margaret se subió a la cama, ni siquiera le dio tiempo de quitarse los zapatos. Tranquilizó al pequeño y lo abrazó, le tarareó una canción infantil en el oído y el pequeño poco a poco entró en razón, percatándose de que no había ningún peligro.

—Ups... lo siento —se disculpó Natalie, ruborizándose.

—¿Pasó algo? ¿Qué fueron esos gritos?

Alex entró preocupado, con el ceño fruncido y empuñando un cuchillo.

—No traigas esa cosa ¡Escóndela! —le ordenó Margaret. Su esposo se disculpó y escondió el cuchillo para que Natalie ni Lucas —especialmente Lucas— lo vieran.

—No pasa nada, papá. Solo entré en pánico ¿De verdad no hay señal? ¿Entonces cómo nos comunicaremos con la autoridad, eh? Son los únicos que pueden ayudarnos —Natalie se levantó de la cama y corrió hacia su padre, lo abrazó. Él le devolvió el abrazo y le acarició el cabello corto. Margaret se quedó en la cama con el niño.

—No pienses en nada, cariñito. No te hagas ideas locas en la cabeza y tampoco te pongas conspiranoica ¿si? Yo me encargaré de esto y buscaré una forma de protegerlos a todos. Solo necesito que se preparen, coman algo de la alacena. El señor Jhon amablemente nos ha dejado comer la comida de su hermana —dijo mirando a Natalie a los ojos, pero no se veía bien. Tenía ojeras enormes, los ojos rojos ¿Estaba llorando? y lo peor de todo es que se veía pálido.

Jhon entró al cuarto sin previo aviso; traía puesta una camisa roja con cuadros como las que usan los leñadores, pantalones negros y botas cafés. El atuendo no le combinaba y la camisa le quedaba algo grande. Llevaba consigo una bandeja y con cuidado la depositó en una de las mesas de noche de la habitación.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora