Capítulo treinta y cuatro

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Margaret se asomó por una de las ventanas. El día, que en un inicio se mostraba soleado, ahora estaba gris por la lluvia que se avecinaba.

Se giró sobre sus talones y regresó a la cama que compartía con su esposo. Él estaba allí, acostado, apoyando su cabeza en la almohada.

—¿Cuándo volvemos a casa, mami? —preguntó Lucas e hizo un puchero. El niño se acercó buscando consuelo, y ella lo tomó en brazos y lo subió a la cama.

—Tranquilo, mi amor. Estaremos bien. Pronto regresaremos, pero debemos ser pacientes —le respondió acariciándole la mejilla. El niño forzó una sonrisa y asintió con la cabeza.

Se encontraban dentro de la cabaña, Jhon y su hermana Lucía conversaban en un rincón y Natalie observaba por la ventana con curiosidad.

—Cariño, me duele mucho la cabeza —le comentó Alex a su esposa.

—¿Quieres que le pida a algún soldado que nos de medicina? —sugirió Margaret y tocó la frente de su esposo. Estaba demasiado caliente.

—Papi ¿estás enfermo? —Lucas se acostó al lado de él y lo abrazó.

—No te preocupes, estoy bien.

Margaret se levantó y se dispuso a salir de la cabaña.

—¿A dónde vas? —le preguntó Lucía. Margaret se detuvo justo antes de girar el pomo de la puerta —. ¿Puedo ir contigo? Me urge entrar al baño, ya sabes... cosas de mujeres.

Margaret estuvo de acuerdo. En cuanto abrieron la puerta, una fuerte brisa impactó contra sus rostros. El clima no pintaba muy bien.

Bajaron los escalones del porche y caminaron por la pradera en dirección a los baños. Al llegar, Lucía se adentró en uno de los cubículos y Margaret esperó en el lavamanos mientras vislumbraba su descuidada apariencia; su cabello claro (casi rubio) estaba lleno de enredos y bajo sus ojos se formaban unas ojeras espantosas.

—Es un mal momento para que llegara Andrés —soltó Lucia justo cuando salió del cubículo.

—¿Andrés? —Margaret arqueó una ceja.

—Si. Andrés, el que te llega cada mes ¿No conoces esa frase? Por suerte traía una toalla higiénica en el bolsillo de mis jeans, espero que esos soldados tengan más municiones porque literalmente me estoy desangrando.

Ambas se echaron a reír.

—Por cierto... —habló Margaret mientras observaba como Lucía abría el grifo para lavarse las manos—. No quiero sonar entrometida. Solo es por curiosidad. Tu hermano y tú parecían hablar de algo importante ¿Puedo saber de qué se trataba?

—Ah... eso. Bueno, mi hermano me estaba comentando acerca de una idea descabellada. ¿Ya te había dicho que venimos de México? Él sugirió que deberíamos volver a nuestro país, ya sabes, por todo esto. Esas criaturas son peligrosas. Dice que ya no es seguro estar aquí, así que quiere que crucemos de nuevo la frontera.

Margaret se sorprendió.

—¡Pero qué va! El pendejo ese cree que es fácil volver, y yo ni loca pienso abandonar la vida que con tanto empeño he conseguido en este país. Claro que Sillury tiene sus desventajas, pero considero que es mucho mejor.

Margaret estuvo a punto de decir algo, pero un fuerte estruendo hizo que las dos se paralizaran por completo.

Se escuchó una explosión cercana, y el suelo bajo sus pies comenzó a temblar.

—¡¿Qué chingados ha sido eso?!

Percibieron gritos, que combinados con los múltiples disparos formaban el sonido del caos total. Alarmadas, se tomaron de la mano y abandonaron el baño. Regresaron al exterior y presenciaron como una multitud de personas se empujaban unas a otras y corrían hacia una misma dirección. La desesperación era visible en sus rostros.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora