Capítulo treinta y tres

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Alice Merwin se encontraba en el cuarto de invitados, ubicado en la primera planta de la antigua casa del sargento Jefferson. Cuando miró el reloj que pendía de la pared, se fijó en que eran pasadas las ocho y media de la mañana.

Se encontraba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas. Observaba dubitativa los rayos del sol que se filtraban por el enorme y único ventanal de la habitación.

Soltó un largo suspiro y se encaminó hacia la puerta. Forcejeó para que esta se abriera, pero el idiota de Jefferson había dejado la puerta con llave.

Todo le parecía irreal ¿Cómo pudo permitir que la raptaran así de fácil? Se tocó la nuca y una idea cruzó por su mente. Su pulso incrementó de inmediato.

—No hay de otra... —se dijo, motivándose.

Buscó por toda la habitación algo afilado. Examinó los cajones de la mesita de noche y para su mala suerte estaban vacíos. También registró los bolsillos del traje militar que le prestaron en la base, pero lo único que encontró fue una barra de chocolate ya caducada.

Se dirigió al baño para continuar su búsqueda, pero al igual que el resto de la habitación, no había nada útil. Tocó nuevamente su nuca, y apretó el dedo contra su piel. Claramente podía sentir el artefacto que llevaba consigo.

Escuchó voces casi imperceptibles al otro lado de la habitación. De seguro Jefferson y sus hombres ya andaban despiertos.

Cerró la puerta del baño con seguro y sin medir sus acciones empuñó la mano y se atrevió a dar el primer golpe. El espejo se agrietó, pero no se hizo añicos.

Sus nudillos le ardían, se le habían formado pequeños cortes que para ella, eran soportables.

—Alice ¿Qué ha sucedido? —preguntó Marcus y golpeó la puerta de entrada a la habitación —. ¿Qué fue ese ruido?

Se miró en el espejo. Le dolía la cabeza y comenzó a cuestionarse lo que hacía. Quizás... solo quizás... Dio otro golpe ejerciendo mayor fuerza que la primera vez, y esta vez, si que se rompió en añicos. Varios pedazos afilados volaron por doquier, incluso uno impactó en su mejilla.

Escuchó como la puerta de la habitación se abría de golpe.

—¡¿Dónde está?! —reconoció la voz del sargento, se escuchaba sumamente alarmado.

Alice tomó un pedazo del espejo, con punta afilada. Con la mano temblorosa lo acercó a su nuca y de nuevo abrió la cicatriz que hasta ahora había logrado sanarse. Apretó los labios para evitar gritar, el sudor le caía por la frente y las lágrimas se retenían en sus ojos. Acercó la otra mano a la nuca, y con los dedos comenzó a buscar el artefacto.

La sangre chorreaba hasta el suelo...

—¡Abra señorita! ¡¿Qué está haciendo?!

Los golpes en la puerta la ponían nerviosa.

Introdujo su dedo índice por el corte hasta que consiguió agarrar el aparato desde el interior de su piel. Este era pequeño, y brillaba escasamente. Tragó saliva. Oprimió un pequeño botón y la luz del artefacto se extinguió por completo. Simultáneamente, la puerta del baño fue azotada por la rudeza del soldado pelirrojo y ella quedó al descubierto.

—¿Qué... es...qué es eso? —preguntó Marcus asomándose alarmado. Sus ojos azules la examinaban con extrañeza.

Alice tenía el aparato ya en sus manos, pero era demasiado tarde.

Los tres; Jefferson, Marcus y el soldado rojizo la miraban perplejos.

—¿Eso es sangre? ¿Qué has hecho, Alice? —preguntó Jefferson. Su mirada viajó a su cuello, por donde se desprendía un camino de sangre, y luego se centró en el artefacto que la chica llevaba consigo.

—¡Mierda Alice! ¡¿Por qué lo has hecho? —gritó el sargento acercándose a toda velocidad. Alice se quedó paralizada y sin darse cuenta, el sargento le arrebató el artefacto y lo arrojó al suelo, luego lo pisoteó varias veces hasta destrozarlo por completo —. ¡Debemos irnos de aquí! ¡Ha revelado nuestra ubicación!

***

El agente Rifftod se dirigió rápidamente a la sala de operaciones. Se estaba preparando mentalmente para recibir otra desafortunada noticia, pero por suerte, no fue así.

—¿Qué sucede? —preguntó a su asistente justo cuando llegó a la sala, misma que estaba repleta de ordenadores en funcionamiento simultáneo.

—¡La hemos encontrado! —exclamó el moreno y se acomodó los anteojos.

Rifftod alzó una de sus cejas y esperó más detalles.

—Han captado una señal proveniente desde las montañas de Makaly. La han analizado y encontraron que tiene códigos que se asimilan a los de la organización —le explicó.

—En nuestra base de datos, poseemos la ubicación de todos los artefactos introducidos en toda clase de miembros en la organización. El de Alice Merwin no estaba en funcionamiento desde hacía ya mucho tiempo, pero hace unos segundos lo ha activado.

Una oleada de esperanza golpeó a Rifftod. El hombre sonrió cínicamente.

—Prepara a mis hombres. Iremos justo para allá.

Sin mediar más palabras, Rifftod salió rápidamente de la sala de control, y cuando sus hombres ya estaban listos y armados, emprendió su camino hacia la montaña de Makaly. 

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora