Capítulo trece

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Permanecieron escondidos. Escucharon la masacre y se abstuvieron de presenciarla.

Se escondieron en una casa desolada, no había nadie, pero la puerta estaba abierta. Así que entraron y se escondieron. Permanecieron allí, impotentes mientras escuchaban los gritos y los rugidos acompañados de fuertes estruendos, y... y... Hasta que anocheció.

Estaban en una casa totalmente ajena. No sabían en donde se encontraban los verdaderos dueños por lo que permanecieron en la sala y esperaron allí.

Natalie miraba cuidadosamente por la ventana. Las pocas farolas que seguían estables iluminaban las calles de la plaza, solo veía autos destrozados o estrellados contra postes de luz. Lo más aterrador era ver los múltiples cuerpos que seguían inmóviles por doquier.

Todo eso le resultaba inquietante. Y pensar en lo que había causado todo eso la hacía estremecer.

—Ven Natalie. Deja de mirar por la ventana —le dijo su madre.

Se giró y logró ver la silueta de sus padres. Estaban sentados en el suelo, y Lucas dormía sobre uno de los sofás, con la cabeza apoyada en la almohada.

Compartieron frijoles enlatados, que su madre había empacado antes de salir de casa. Ah, cuánto extrañaba la casa, deseaba estar en su cama, viendo las estrellas a través de la ventana hasta quedarse dormida. Pero ahora, solo estaba en una casa que ni conocía, y se sentía incómoda.

—Ni siquiera vino la policía, ni militares, nada. Nadie vino a socorrernos. Y ahora, toda esa gente ha muerto —Natalie rompió el silencio y se secó las lágrimas que cayeron por sus mejillas.

Le dolía ver a su hermanito. Quedó totalmente traumado, lloró hasta quedarse dormido.

—¿Entonces qué planeas que hagamos, papá?

No vio el rostro de su padre, pero sí su silueta.

—Ya sabemos que no se trata solo de una. Son muchas, vinieron en manada y atacaron juntas. Devoraron a los cerdos de ese camión en cuestión de segundos. Atacaban todo lo que se movía o generara algún ruido, pero es extraño. Creo que algunas no podían ver, pero otras sí —soltó un suspiro de frustración, pero evadió la pregunta de su hija.

—No se escucha nada. Como si todo el pueblo hubiese sido devorado ¿Están...?

—No están muertos. Es imposible. Eran como ¿qué? seis o cinco animales, y la gente de este pueblo es mucha, no es posible. Quizás se enteraron de lo que pasaba y se ocultaron en sus casas —intervino Margaret. Natalie sintió el tacto de su mano en su mejilla.

—Pero no hay ni una luz encendida. Nada —insistió Natalie.

Se quedaron en silencio por un momento.

—¿Y si volvemos a casa? Nadie está cómodo aquí. Es peligroso. Podemos volver y quedarnos encerrados hasta que todo pase —sugirió Margaret insegura. Su voz se escuchaba temblorosa.

—Nada nos asegura que estaremos a salvo. No sabemos cuántas son. Lo mejor sería estar rodeado de personas y esperar la llegada de las autoridades. Tenemos que sobrevivir, reunir la comida posible, mantenernos unidos y ser inteligentes —replicó Alex.

—No podemos ser tan estúpidos como los protagonistas de una película de terror —el comentario de Natalie hizo que sus padres se rieran, pero ella no bromeaba, hablaba en serio. Le encantaban las películas de terror, y sobre todo las que trataban de invasiones, pero en todas ellas los personajes resultaban demasiado incompetentes. Se preguntó si lo que estaba sucediendo era una invasión y aunque le aterraba, de alguna forma le generaba adrenalina. La emocionaba.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora