Prólogo

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Harry el ermitaño se encontraba en la pequeña sala de su casa rodante, ubicada en el medio del bosque y alejada del resto de personas. A su lado yacía su madre, ya anciana y de unos noventa y dos años aproximadamente. Ambos permanecieron juntos largos años hasta el día de hoy, y en esos momentos estaban sentados uno junto al otro en el cómodo sofá que a duras penas cabía en su "casa" si es que así se le podría llamar.

La música sonaba desde la radio, se escuchaban interferencias por la mala señal pero eso no les impedía disfrutar del momento tranquilo, el cual acompañaban de galletas recién horneadas y leche que ellos mismos habían extraído de sus dos vacas.

—¿Y si mejor salimos a dar un paseo, hijo mío? —sugirió su madre Marta, y tosió secamente. Harry se percató que ella aún seguía muy enferma, la semana pasada tosía a cada minuto, y eso no era nada bueno, pero ella se negaba a ir al hospital del pueblo y bueno... él tampoco quería ir a lugares repletos de gente, así que decidió mejor darle aromáticas naturales y esperar a que se mejorara por su cuenta.

—Está bien —aceptó y se colocó de pie, caminó hacia la radio que reposaba en una mesita al lado de la ventana y la apagó. El lugar quedó en silencio salvo por el canto magnífico de las aves que se encontraban en esa zona del bosque y que sin duda para Harry, era la mejor melodía que podía escuchar.

Ayudó a su madre a levantarse y le dijo que lo esperara fuera mientras se quitaba sus chanclas y las reemplazaba con sus botas de caucho.

Marta salió alegre, emocionada por dar un paseo y Harry se agachó para buscar sus botas. Buscó por todos lados hasta que al fin las encontró en su caja de zapatos, le pareció raro porque casi nunca las dejaba allí.

Cuando se dirigía a la salida, bajó los escalones y tomó el pomo de la puerta, pero se quedó paralizado al escuchar un grito histérico proveniente del exterior ¡Era su madre!

Abrió la puerta de golpe, saltó de la caravana y llegó al exterior. Los árboles se alzaban y rodeaban toda la zona, estaba repleto de arbustos y césped crecido que le llegaba casi hasta las rodillas.

—¡Madre! ¡¿Dónde estás?! —gritó desesperado y se echó a correr. Recorrió su casa hasta llegar a la parte trasera y frenó en seco al presenciar la desgarradora escena que se formaba ante sus ojos —¿Pero qué carajos es...?

Un animal, mejor dicho, un monstruo estaba sobre su madre, ella se encontraba boca abajo en el suelo y ya ni se movía. Aquella bestia —que Harry nunca antes había visto en sus muchos años de vida— tenía a su madre de presa y con su enorme mandíbula le desgarraba la piel, logrando arrancarle enormes trozos de carne en los que se desprendía mucha, mucha sangre.

Logró reaccionar a pocos segundos, tomó un tronco grueso que yacía en el suelo y con todas sus fuerzas lo estampó en el cráneo de la criatura logrando así que se bajara de su madre.

La criatura cayó al suelo, permaneció un momento allí pero se levantó nuevamente, ni siquiera le dio tiempo a Harry para verificar si su madre estaba bien, o si al menos seguía con vida.

Le propinó un segundo golpe, el cual no fue suficiente ya que su fuerza se había minimizado pero al menos logró alejar a la criatura por unos instantes, lo que le permitió arrodillarse junto a su madre, puso el dedo índice y el del medio en su garganta para sentir la arteria palpitar... pero nada... no sentía nada... y su madre no se movía.

—No puede ser —negó con la cabeza sin aferrarse a la idea de que su madre estaba muerta. Se encontraba perturbado al ver la sangre que se esparcía por el lugar y manchaba las hojas que se habían desprendido de los árboles.

Se desconcentró, ese fue el primer error. Olvidó la amenaza y ahora la bestia nuevamente iba hacia él para atacar. Harry se levantó de pie abruptamente pero cuando lo hizo no tuvo tiempo para defenderse y la criatura se abalanzó otra vez y esta vez logró derribarlo.

Aquella cosa estaba furiosa. De eso no había duda.

Se golpeó la espalda y sintió un peso descomunal sobre él, era la criatura que gruñía y mostraba sus colmillos de forma amenazante. La sostuvo fuertemente del cuello y luchó para evitar que sus manos se resbalaran debido a la piel babosa de esa cosa.

—¡Maldita! —gritó con furia. Recordó que traía siempre una navaja consigo para usar en caso de emergencia y esa si que era una emergencia. Desenfundó aquella arma afilada y con fuerza la enterró en el estómago del animal, la extrajo del interior y siguió apuñalando una y otra vez sin importarle la sustancia verde, asquerosa y maloliente que salía de las múltiples heridas y lo empapaba por completo.

Estaba exhausto, necesitaba vomitar y alejarse por completo de esa cosa. Luchó para evitar que la mandíbula de colmillos grandes, deformes y afilados llegara a su cara y destrozara su rostro, y eso que solo estaba a pocos centímetros de distancia.

La baba de ese animal le entró en la boca y sus ganas de vomitar ya no eran soportables. La criatura se rindió después de tantas puñaladas, se alejó débilmente y avanzó arrastrándose con la intención de escabullirse entre unos arbustos, pero antes de lograrlo, se desplomó...

Harry el ermitaño vomitó luego de quitarse ese peso de encima, sus ojos se pusieron lechosos, se sintió desorientado y finalmente se desmayó ahí en medio del bosque.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora