Capítulo treinta

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Natalie abrió los ojos lentamente. Se sorprendió momentáneamente al no reconocer el lugar en donde se encontraba, pero luego de unos segundos, lo recordó.

Después de haber llegado a la base militar cercana al pueblo Bernon, los subieron en un autobús y los trajeron al campamento de refugio. Los ubicaron en una cabaña pequeña, repleta de literas y con olor a madera pura.

Un militar les dictó las normas del campamento: no gritar, racionar la comida, mantener los baños limpios, no portar armas de ninguna clase, y bla bla bla...

Decidió levantarse de la cama, la cual compartía con Lucas. Su hermano estaba profundamente dormido y babeaba sobre la almohada. Sonrió al verlo y luego se percató asustada que ni sus padres ni el señor Jhon se encontraban en sus camas.

Se puso las botas ágilmente y salió de la cabaña dejando al pequeño solo en la cama. Estando en el porche de la cabaña contempló a un grupo de militares que comenzaban a armar carpas en fila, también, observó la improvisada cafetería al aire libre, en la que habían mesas largas y de madera. Se sintió aliviada al ver a sus padres sentados en una de las mesas, mientras conversaban con Jhon y Lucía Rodriguez.

—Buenos días, preciosa —le saludó su padre con una hermosa sonrisa, aunque su barba casi la ocultaba.

—Hola... ¿Qué hacen? —Natalie se sentó en medio de sus padres y los saludó a ambos con un beso en la mejilla.

—Hola, Naty ¿Cómo va todo? —le preguntó Lucía con una sonrisa. 

Natalie solo asintió con una sonrisa.

—Estamos hablando. Al parecer, la cabaña en la que nos ubicaron solo es temporal. En cuanto las carpas estén listas, nos pasaran a una de ellas —contestó su padre.

—No sé cuánto tiempo nos dejaran aquí. Ojalá esta mierda pase pronto —se quejó Jhon y soltó un bufido. Su hermana le pegó un codazo y nuevamente comenzaron a discutir.

El campamento no era tan grande como creyó que sería. Estaba ubicado en medio de un bosque y era limitado por una reja enorme y metálica que se alzaba a tres metros de altura. Por doquier, se apreciaba la presencia de militares, los cuales se movilizaban con rifles intimidantes. Ninguno de ellos pronunció ni una palabra sobre lo que sucedía.

—La comunicación se cortó. Ni siquiera hay internet. No sabemos qué está pasando en el resto del país. Y ahora nos tienen aquí. No nos dicen nada.

—Basta ya, Jhon. Nos tienen aquí porque quieren protegernos. Esos animales... —Lucía no terminó su frase. Su mirada quedó pasmada en la entrada al campamento. Todos dirigieron su mirada y vieron como la reja se abría lentamente. Al otro lado, un grupo de personas, al parecer sobrevivientes, aguardaban impacientes para entrar al campamento.

—Joder... lo que faltaba —comentó Alex frustrado.

El grupo se adentra en el lugar custodiados por unos militares. Se trataba de nada más ni nada menos que del señor Alfredo, dueño del taller en el que anteriormente se habían refugiado. Iba acompañado de otras señoras y del mismísimo hombre que mató a golpes al joven muchacho loco que casi los ponía en peligro.

—Iré a por Lucas. Ya están sirviendo el desayuno —informó Margaret y se levantó. Acarició la mejilla de Natalie y se fue en dirección a la cabaña.

—Los recién llegados formen fila. Haremos sus registros —se escuchó una voz masculina hablar por un megáfono.

El anciano Alfredo dirigió su mirada hacia ellos y los fulminó con la mirada. Luego se echó la bendición.

Natalie recordó a la chica que encontró muerta en el contenedor, a las afueras del taller. Sabía que tanto ella como su padre sospechaban que uno de los que estaban dentro del taller la habían asesinado. Quizás, el asesino estaba entre los recién llegados...

—Patético —dijo Lucía con desagrado —. En fin, asegurémonos de no toparnos con esa gente. Aguantemos aquí hasta que el gobierno lo solucione todo y podamos volver a nuestros hogares.

—¿Enserio crees que eso pasará? —le cuestionó Jhon con el ceño fruncido.

—Deja de ser tan pesimista ¿quieres?

Natalie giró la cabeza y vio que varios militares que hacían guardia en la zona se estaban comunicando por la radio, y todos ellos se notaban preocupados. Comenzaron a movilizarse con más rapidez y estaban preparando sus armas.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora