Capítulo doce

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Jefferson se percató al instante en el que llegaron a la base, de que algo no iba bien.

El parqueadero frente al edificio principal estaba repleto de autos negros, entre ellos un humvee blindado con un símbolo que reconocía; se trataba de la particular estrella de tres puntas, rodeada de un semicírculo perfecto, que pertenecía al gobierno siluriano.

—¿Qué se supone que hacemos ahora? Esto no pinta nada bien —preguntó Rick. Condujo la camioneta hacia la zona de ingreso, abrió la ventanilla y mostró su tarjeta de identificación. El soldado que hacía de guardia los dejó pasar de inmediato.

—Intenté varias veces comunicarme con el jefe, pero no hay respuesta. Ya vimos de qué se trata todo este problema, estos animales andan sueltos y supongo que están comenzando a tomar medidas... No sé qué haremos, pero sea lo que sea, les pido que se mantengan alejados de esto —les dijo Jefferson. El auto se detuvo, y todos permanecieron adentro algo dudosos.

—¿Y usted qué hará, sargento? —le preguntó Charlie, quien iba en los asientos traseros y se encontraba estrecho en un rincón —. Lo conocemos muy bien. Usted no es del tipo que se queda quieto sin hacer nada. De seguro se meterá en el asunto y tratará de averiguar que pasa ¿Pero y nosotros?

Jefferson agachó la mirada, sus muchachos lo conocían muy bien, y lo que decía Charlie era muy cierto.

—Bueno, basta de tanta charla ¿Ya nos podemos bajar? Aquí hace mucho calor, pues, por si no lo notaron, estamos sudando como cerdos —habló Alice interrumpiendo la conversación.

La camioneta a duras penas había logrado estacionarse, cuando se bajaran, debían tener mucho cuidado de no golpear los otros autos con las puertas.

Jefferson se giró sobre su asiento y miró a Raúl. Estaba despierto, o al menos así parecía, pero tenía la mirada perdida. Su pantorrilla izquierda estaba vendada y el muchacho se veía pálido. Perdió mucha sangre.

Estaba traumado. Y Jefferson ya sabía por qué lo estaba.

Vio con sus propios ojos las bestias que casi le devoran la pierna. Eran enormes, se asimilaban a monstruos salidos de una película de terror. Ni siquiera sabía si podía llamarlos animales, eran...eran...

—Si. Son del gobierno. Cualquiera de Sillury reconocería ese logo —comentó Rick frunciendo el ceño —. ¿Saben que han surgido muchas teorías sobre esos agentes? Miles de ideas descabelladas viajan por internet. Dicen que son agentes secretos, que desaparecen personas y que traen algo en manos, algo realmente jodido.

Un helicóptero pasó sobre ellos a baja altura. Se escuchó el sonido ensordecedor y una feroz ráfaga de viento se coló por la única ventana abierta. Se dirigía hacia la pista de aterrizaje, que quedaba a un lado de los hangares en los que resguardaban avionetas de poco uso.

—Unos hombres se acercan —avisó Joseph asomándose por la ventana, sin siquiera disimular.

Del edificio principal de la base se acercaban por lo menos diez hombres con uniformes negros pertenecientes a las fuerzas especiales. Tenían los rostros cubiertos y cargaban fusiles de asalto. Todos eran liderados por un hombre en específico, de una apariencia algo inusual.

—Abre la ventana —le ordenó Jefferson a Rick, y este obedeció de inmediato.

Más aire fresco entró y contrarrestó el calor sofocante de allí dentro.

El hombre de una altura prominente y piel pálida se asomó por la ventana, adentrando la cabeza en el auto. Sus ojos azules penetraron la mirada de Jefferson por un breve instante, y luego, observó con detenimiento a cada uno de los recién llegados.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora