Capítulo dieciocho

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Alex y su familia, en compañía del señor Jhon llegaron a lo que parecía ser el taller. Habían salido de la plaza del pueblo y caminaron por unos minutos hasta que se detuvieron frente a una puerta automática y metálica que se abría hacia arriba.

—Me pregunto cuántos habrán allí adentro —comentó Jhon y le dio tres golpes a la puerta.

Se escucharon susurros al otro lado y luego, una voz ronca y masculina preguntó:

—¿Quién anda ahí?

—Yo... —respondió Jhon y se rio —. Perdón. Soy Jhon Rodriguez, mi hermana me llamó y me dijo que estaba aquí.

A continuación se escuchó la voz de una mujer, sonaba emocionada pero sus palabras no eran muy comprensibles..

—Vayan a la parte trasera del taller. Les abriremos la puerta.

Y así lo hicieron. Recorrieron el pequeño establecimiento y se metieron por un callejón. Allí atrás se encontraban un montón de bolsas de basura, y una en específico, se asimilaba al cuerpo de una persona.

—Supongo que esta es la puerta trasera —dijo Jhon y tocó nuevamente. Esta vez la puerta se abrió y los obligaron a entrar rápidamente. Unos hombres sellaron la puerta con una estantería llena de herramientas y la reforzaron con neumáticos viejos y tablones de madera.

—¡Es un milagro que estén vivos! —exclamó un anciano de cabello canoso, aquel era bajo y delgado, con demasiadas arrugas. Se acercó y estrechó la mano de cada uno, como gesto de bienvenida —. Mi nombre es Alfredo. Gracias a Dios están bien ¿De dónde vienen?

Mientras Jhon le explicaba, Alex detalló el interior del taller. En el medio había una motocicleta en mantenimiento. Un sinnúmero de clavos y herramientas estaban desperdigadas por el suelo.

Y además...había más sobrevivientes.

La gente estaba en el suelo, arropados con mantas y con rostros sumamente demacrados. La mayoría tenía ojeras y ojos hinchados. Se notaba el horror en sus rostros. Aún seguían asustados.

—¿Les apetece tomar un café? —preguntó Alfredo con una grata sonrisa en el rostro.

—Eh.. sí, por favor —le contestó Margaret y quitó la prenda que Lucas llevaba en los ojos. El niño parpadeó varias veces y se percató del lugar. Natalie tomó la mano de su padre y se mantuvo a su lado.

—¿Hay más de esas cosas afuera? Ya saben, me refiero a esas bestias —una mujer que estaba acostada en el suelo rompió el silencio, y el resto se unió haciendo todo tipo de preguntas: "¿Como están las cosas ahí afuera?" "¿Han llegado las autoridades?" "¿Trajeron comida?"

—Lo siento muchísimo. Pero el café ya se ha acabado —intervino Alfredo, apenado.

—No se preocupe, señor. Nosotros traemos comida —contestó Jhon pero se arrepintió al instante. La gente que se encontraba allí y que no sobrepasaba las veinte personas se abalanzaron histéricas y trataron de arrebatarle el bolso que Jhon traía en los hombros —. ¡Esto es mío! ¡Esto es miooo pendejos!

Alex dejó a su familia a un lado y se acercó a ayudarlo. Comenzó a empujar a la gente y agarró la mochila para evitar que se la llevaran.

Escuchó los sollozos de su hijo y los gritos de su esposa. El pánico se apoderó de él, pero mantuvo la calma. Jhon abofeteó a un muchacho y no paraba de gritar.

Los niños presentes lloraban y pegaban gritos descontrolados. Algunos solo se quedaron expectantes, otros trataron de ayudar a Alex y a Jhon, pero la mayoría solo quería la comida que traían en el bolso.

—¡Basta! ¡Basta ya! ¡Recapaciten, vamos a compartir! ¡Somos hermanos, no nos hagamos daño! —gritaba el señor Alfredo y movía las manos en el aire, mantenía una distancia para no salir lastimado —. El señor Dios no quiere esto. Esas bestias han salido del infierno y nosotros debemos permanecer juntos ¡Ay Dios! Si no se detienen voy a tener que echarlos a todos de mi taller.

Luego de escuchar lo que dijo el anciano, la mayoría retrocedió. Solo quedaron unos cuantos agarrando el bolso y Alex los empujó con todas sus fuerzas. Jhon recuperó el bolso y lo agarró con firmeza, aquella mochila era preciada.

—No llevan mucho tiempo aquí. Pueden aguantar sin comer durante un tiempo y obvio que vamos a compartir pero no era necesario reaccionar así —dijo Jhon, estaba enojado pero mantenía la calma.

La gente volvió a sus sitios insultando y maldiciendo ferozmente.

—Respondan ¿Había más de esas cosas afuera? —preguntó alguien.

—Aún no se puede salir. Lo mejor sería permanecer aquí —contestó Alex preocupado —. Siguen afuera. Y destrozaron todo.

Jhon se reencontró con su hermana. Era una mujer mucho más adulta que él; tenía el pelo tinturado de un rojo oscuro y traía ropa extravagante y joyas que sin duda eran valiosas. No habían tenido la oportunidad de conocerla y ese tampoco era el momento.

Un muchacho joven, vestido de ropa holgada y con el rostro visiblemente destrozado por las drogas se puso histérico, mencionó el corte repentino de la comunicación, de que no tenían comida y que no tenía ni idea a donde ir. Muchos de los presentes se acercaron a ayudarlo, trataban de calmarlo, pero el joven se resistía y fulminaba a Alex con la mirada sin razón aparente.

Alex no dijo nada. Llevó a su esposa e hijos a un rincón del taller —alejado del resto, por supuesto— y se quedaron allí.

—¿Podemos volver a casa? —preguntó el niño y una lágrima se deslizó por su mejilla.

—Me temo que no podremos ir por un tiempo, hijo. Pero estaremos bien, porque estamos juntos.

Se abrazaron entre sí y se reconfortaron los unos a los otros. Natalie estaba desconcertada, Margaret insegura y Lucas no tenía idea de lo que estaba sucediendo. Alex solo trataba de idear algún plan... Buscaba una manera de alejarse del peligro y proteger a los seres que más amaba.

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora