Capítulo dieciséis

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A Marcus lo sacaron del edificio casi a la fuerza. Estaba en la zona trasera y un carrito —que se asimilaba a los de golf— lo esperaba, listo para transportarlo a quien sabe donde.

Lo custodiaban cuatro soldados y ninguno le dirigió la palabra, ni se atrevieron a decirle a donde lo llevaban.

—Súbete —se limitó a decir uno de los hombres. Marcus sin dudarlo se subió sentándose en uno de los asientos traseros.

El carrito avanzó por la pradera. A lo lejos se apreciaba lo que parecían ser hangares.

Una brisa helada le golpeó el rostro y le obligó a cerrar los ojos. Buscó calma en su interior pero ya era tarde, otra vez comenzaba a entrar en pánico, y es que lo cierto es que todo ese asunto le aterraba. Tenía pesadillas. No podía dormir. No podía dejar de culparse...

«Te necesita, y por eso no puede hacerte daño»

Recordó lo que le había dicho el sargento Jefferson minutos atrás, cuando se encontraron en el baño. El agente Rifftod no podría hacerle daño ¿verdad?

«¿De qué lado estás? Si te unes a mí, puedo ayudarte y salvarte»

Un escalofrío le recorrió la espalda. Y supo en ese momento cuál era el bando que debía tomar.

El carrito se detuvo frente la puerta del hangar, la cual permanecía cerrada y custodiada. Le abrieron la puerta y solo Marcus entró, el resto se quedó afuera.

—Se tardó demasiado. Necesito su colaboración urgentemente —escuchó la voz del agente Rifftod y se le erizó la piel. Miró atentamente a su alrededor y logró encontrarlo entre tanto gentío. Su semblante estaba serio y apretaba los puños como si en algún momento fuera a golpear a alguien.

—Yo...lo... bueno ¿Qué pasó? —contestó Marcus y se sintió avergonzado.

El interior del hangar era extenso, y no había ninguna avioneta. De hecho, estaba todo vacío, exceptuando por una cosa.

Pegó un grito ahogado y estuvo a punto de echarse a correr hacia la salida. Pero uno de los soldados que portaba uniforme negro lo detuvo y lo empujó bruscamente hacia Rifftod, y hacia esa cosa.

—¡¿Qué hace aquí?!

Una criatura estaba encerrada en el interior de una jaula. Era un perro. Si, definitivamente era un perro terrible y monstruoso.

—Estuvo trabajando en el laboratorio por dos años. Tuvo un acercamiento pronunciado con estas especies ¿Aún les tiene miedo? —le cuestionó Rifftod y se notaba claramente que quería reírse, pero se contuvo.

Marcus se encontraba tembloroso. El lugar estaba repleto de soldados armados y todos cubrían sus rostros exceptuando al agente Rifftod, quien dejaba su calvez a la vista.

—¿Qué necesita de mí? Dudo que pueda serle útil —le dijo Marcus ¿Eso sonó grosero? Tragó saliva esperando no recibir algún regaño. Odiaba que le gritaran.

—Necesito una apreciación. Solo mírela y de un informe sin saltarse ningún detalle, necesito información sobre estas especies. Estoy seguro de que cualquier cosa me será útil —le respondió, pero Marcus aún seguía confundido y se le notaba en el rostro —. Joder, solo dime lo que ves en ella y ya está ¿O te lo explico con plastilina?

—¿Qué va a hacer? Debe matarlas. Son muy peligrosas.

—Si, son peligrosas, eso está claro. Pero no son inteligentes. Las tenemos bajo control. Se les aplicó un rastreador mucho antes de esto y conocemos su ubicación exacta —Rifftod se detuvo un momento, estaba siendo cuidadoso para no soltar información secreta —. Se quedan en un mismo punto. Se reúnen, no sé qué pretenden pero de eso me encargaré yo. Ahora... dígame todo lo que sabe.

Marcus se acercó a la jaula para ver al animal de cerca. Aquella cosa horrorosa no lo miraba pero si lo olfateaba. Olía su aroma, y le gustaba. La criatura quería saborear la carne de Marcus.

—Bueno, por lo que veo es de categoría menor. Así las etiquetamos: Las de tamaño pequeño o mediano pertenecen a la categoría menor. Por lo tanto, sí son peligrosas pero es fácil mantenerlas bajo control —explicó Marcus. Se acomodó los anteojos y con sumo cuidado acercó el rostro a la jaula, estando solo a escasos centímetros de tocar los barrotes con la frente.

No había nada fuera de lo común en ella. Contaba con cuatro patas estables. Huesos sobresalientes (sobre todo los de las costillas), piel grisácea y con hedor terrible. Lo único que llamaba la atención eran sus colmillos ensangrentados y la membrana casi transparente que le cubría los ojos.

—Muchas de estas especies presentaron uno que otro defecto. Algunas no tienen todos los sentidos desarrollados. Por ejemplo, esta no se puede ver.

Marcus aplaudió y la criatura reaccionó inesperadamente. Golpeó los barrotes e hizo que Marcus se tirara al suelo y gritara atemorizado.

—Pero sí puede escuchar... —añadió Rifftod.

Sin darse cuenta, Marcus se orinó en los pantalones. Se puso rojo de la vergüenza y cerró los ojos preparándose para oír las burlas de todos. Pero no fue así. Nadie se inmutó ni dijo nada.

Alzó la mirada y se encontró con la expresión de desprecio del agente Rifftod.

—¿Y qué opina usted de que andan sin rumbo? ¿O de que andan en manada? —preguntó el agente tocándose la sien, al parecer le dolía la cabeza.

—No tienen idea del mundo exterior. No conocen nada por lo que es obvio de que andan sin rumbo. Se reúnen porque se consideran iguales, es como una nueva especie ¿comprende? Son como bebés, y necesitan a una madre que los guíe, y esa es la alfa... o quizás...

—¿O quizás qué? —insistió Rifftod con el ceño fruncido.

Marcus no dijo nada. Quería decir algo que sonara inteligente y mostrarse importante ante todos los presentes, pero no se le ocurrió nada. Solo se quedó quieto, sintiendo la humedad en sus pantalones.

Rifftod solo le agradeció por la colaboración, le dijo que se quedara en la base y no hablara de eso con nadie más, y que si lo necesitaba de nuevo, lo llamaría. Marcus deseaba nunca encontrarse de nuevo con ese hombre.

Cuando tomaron a Marcus del brazo para llevárselo de ahí, él mismo se obligó a quedarse a pesar de que quería salir corriendo de ese sitio.

—¿Si ya sabe donde están por qué no va y las mata? —soltó Marcus inesperadamente. El silencio llenó el interior de aquel hangar y aunque no podía ver los ojos de los soldados (porque estaban con los rostros escondidos) sabía que lo estaban mirando.

—Eso no te incumbe —le dijo apretando la mandíbula.

—Si que me incumbe —respondió Marcus y al instante se arrepintió, pero no podía dar vuelta atrás: Lo dicho, dicho estaba —. También fui responsable de esas cosas ¿sabe? Ya mataron personas ¿verdad? No sea tonto, solo dígame las cosas.

El agente se acercó dando zancadas, estaba furioso. Tomó a Marcus del cuello y lo sacudió violentamente. Su piel blanca se tornó de un leve color rojo, su cabeza parecía una bomba a punto de estallar.

—¡No sabes nada de lo que está pasando! No entiendo como una escoria como usted pudo ser parte de este proyecto tan malditamente importante —le gritó y apretó más. A Marcus le costaba respirar —. No me importa cuanta gente muera, solo debo recuperarlas. ¡Debo arreglar el desastre que hizo el estúpido de Robert Williams! Maldito, ojalá se hubiera muerto ese hijo de perra.

Marcus sentía como se le escapaba el aire, su vista comenzaba a nublarse y justo cuando pensó que iba a caer desmayado, el agente Rifftod lo soltó y por fin pudo respirar.

—Si hace más preguntas, o si se mete en el asunto le voy a cortar la garganta —lo amenazó y Marcus comenzó a temblar al extremo, como nunca antes lo había hecho.

Lo tomaron del brazo y se lo llevaron a la fuerza. Lloraba, pero no se sentía desprotegido. Sabía que gracias al micrófono, el sargento Jefferson lo había escuchado todo. Y por primera vez después de mucho tiempo, estaba seguro de que podía confiar en alguien.


Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora