Natalie se encontraba en un rincón cuidando a su hermanito, quien se había quedado dormido en su regazo. Aún seguían en el taller de Alfredo y tras la "cálida bienvenida" se vieron obligados a compartir, o mejor dicho, a dar todas las latas y paquetes de comida que traían.
Sus padres, Alex y Margaret, se encontraban hablando con otras personas y no parecían muy contentos. En realidad, estaban desconcertados. ¿De qué estarán hablando?
Decidió dejar la cabeza de Lucas a un lado y se levantó despacio para no despertarlo. Estaba sumamente aburrida y le fastidiaban las oraciones del señor Alfredo. Si, debía respetar que otros sí tengan un Dios en quien creer, pero ya le estresaba que el señor repitiera la misma frase una y otra vez, además, se le habían unido algunas señoras, mismas que encendieron muchísimas velas y nada de eso contribuyó a hacer el ambiente menos sofocante. De echo, hacia mucho más calor.
—¿Por cuánto tiempo nos tenemos que quedar aquí? —se preguntó. Quería ir a donde sus padres y decirles que se fueran de allí, pero debido a las circunstancias, no estaría bien ponerse caprichosa. Quería mostrar que ya era muy madura, o al menos eso es lo que creía y lo que deseaba.
Por un momento, la mirada de ella y la de un chico, que era casi de su misma edad, se cruzaron. Aquel muchacho daba la impresión de que no era alguien en quien confiar, además, acababa de inhalar un polvo blanco por la nariz y sus ojos estaban enrojecidos.
Caminó por el taller. Todo le parecía inmensamente irrelevante.
—Niñita, ven y ora con nosotros. Dios nos escuchará —Alfredo la invitó a unirse al grupito de oración con una sonrisa que dejaba a la vista sus dientes amarillentos y torcidos.
—No, gracias. Y para su saber, ya no soy una niña y de seguro Dios no tiene tantos oídos para tanta gente.
Natalie esbozó una sonrisa, pero eso no le hizo gracia al anciano, quien nuevamente agachó la mirada y siguió recitando la misma oración.
Por un momento, le pareció oír un ruido proveniente de afuera. Pero no le prestó tanta atención.
—¡Cállate anciano! —exclamó el muchacho drogadicto, con el que hace un rato había compartido miradas. Se levantó y cuando lo hizo estuvo a punto de perder el equilibrio pero se sostuvo de una mesa metálica a su lado.
—¡Deja que recemos, niñato estúpido! —bramó una de las mujeres que estaba rezando. Ojalá Dios no la hubiese escuchado.
Escuchó como su padre la llamaba y se acercó rápidamente hacia él. Tenía el ceño fruncido y no parecía muy contento.
—Te dije que cuidaras a tu hermano, no que andarás por ahí haciendo quién sabe qué cosa.
—Lo siento —se disculpó pero no sonó muy convincente.
—Sé responsable, hija. No es momento de volverse una chica desobediente —intervino su madre y la tomó de la mano. Lucas se despertó y su padre lo sostuvo.
—¡Dios no existe idiotas! ¡No existe y ya está! ¡Me tiene harto con sus "Dios te salve María llena eres de puta gracias, que Dios esté contigo...! —vociferó el chico. Llegó a zancadas hacia Alfredo pero un hombre lo detuvo y lo empujó hacia atrás obligándolo a retroceder.
La situación se tornó tensa.
Jhon, en compañía de la mujer que quizás era su hermana se acercaron rápidamente hacia ellos y permanecieron apartados del lío que se estaba armando en ese momento.
—Está drogado, se ha vuelto loco —comentó Jhon.
—Los jóvenes de hoy en día y sus mañas. Miren esos ojos tan rojos, y ese rostro tan demacrado. Parece un zombie, de esos que salen en las películas —agregó la mujer con desaprobación.
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Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]
Science FictionCuando la tercera guerra mundial estalló, el daño fue descomunal y casi irreparable. Cinco años han pasado luego de ese terrible suceso, pero aunque todo haya vuelto a la "calma", el odio entre las naciones aun sigue incrementando y solo es cuestión...