Capítulo veintiséis

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Marcus se encontraba sentado al lado de la ventana, a su lado estaban Rick y Charlie. Ambos muchachos sostenían a Alice para evitar que ocasionara otro accidente.

Jefferson tenía el control del volante. Logró perder de vista a los autos que los perseguían y ahora conducía con calma por una carretera en mal estado que atravesaba una zona repleta de árboles.

Joseph carraspeó y fue el primero en romper el silencio:

—¿Quién era ese hombre de antes? ¿Cómo lo conoces?

Marcus notó un brillo inusual en la mirada del sargento. Se veía contento a pesar de las circunstancias.

—Es un hombre al que admiro mucho. No me he comunicado con él durante ¿qué? ¿seis años aproximadamente? —Jefferson se percató de que todas las miradas estaban sobre él, lo miraban con curiosidad. Jefferson soltó una risilla y continuó —. Bueno, es una historia muy larga. Antes de ser removido como sargento principal de los recién llegados al ejército, fui parte de una escuadra dirigida por el comandante Harry, era un hombre muy respetado. Alex era mi compañero de batalla, nos hicimos buenos amigos. Un día nos otorgaron una misión complicada. Debíamos dirigirnos a la isla de las Mayas de Sillury y atrapar a una banda de narcotraficantes que habían causado problemas en México y Estados Unidos. Fuimos quince soldados, y no sabíamos que uno de ellos era un traidor. Cuando llegamos arremetieron contra nosotros y Alex se abalanzó sobre mí antes de que una bala me alcanzara. Me salvó la vida. Y también salvó a nuestro comandante.

—¿Cómo salvó al comandante? —quiso saber Charlie y se removió en su asiento acercándose para escuchar mejor.

—Al comandante Harry lo tomaron de rehén. El resto de la escuadra murió. Y solo quedábamos Alex y yo. Se suponía que nos iríamos, pero Alex regresó a la isla y lo salvó. No sé como lo hizo.

—¿Y saben quien era el traidor? —preguntó esta vez Joseph.

Jefferson solo negó con la cabeza.

—Entonces... ¿De esos quince soldados, solo sobrevivieron ustedes tres? —habló Marcus pero se arrepintió al instante. Aquella pregunta sonó muy inapropiada. Rick lo fulminó con la mirada y sintió el calor subir por sus mejillas.

Jefferson asintió con la cabeza. Era obvio que eso lo afectaba demasiado. Por un momento agachó la mirada pero se obligó a centrar la mirada al frente de la carretera.

—Después de eso nuestras vidas se vinieron abajo. Me volví alcohólico, y Alex tuvo problemas para controlar su ira. Se puso muy mal. No sé qué le hicieron cuando fue a salvar al comandante. Verlo de nuevo me hizo sentir aliviado. Se ve como nuevo, está diferente ¿Y vieron a sus hijos? Son hermosos. Me siento orgulloso de él.

—¿Y... qué pasó con el comandante Harry? ¿Aún sigue activo en el ejército? —soltó Rick. Al igual que el resto, también estaba atento a la conversación.

—Harry... He escuchado que se alejó totalmente de la sociedad.

—¿Es una especie de ermitaño?

—Supongo que sí.


***

Jhon estaba sediento, sofocado, la cabeza le daba vueltas. Se pasó la lengua por los labios resecos y se los humedeció un poco.

Observó por la ventana del auto en el que estaban siendo transportados pero no logró ver nada, resulta que el vidrio era polarizado.

—Jhon ¿A dónde nos llevan? —le preguntó su hermana en voz baja. Lucía estaba sentada a su lado, sujetaba su brazo y le lanzaba miradas furtivas.

—Estaremos bien, no te preocupes.

—Eso mismo me dijiste cuando cruzamos la frontera de Estados Unidos. Y por si no lo recuerdas... nada salió bien.

Ambos hermanos no eran estadounidenses, ni mucho menos silurianos. Los dos nacieron en México, pero tuvieron que abandonar su país natal. En una decisión desesperada cruzaron la frontera, pero las cosas no resultaron bien allí. Las guerras frecuentes durante los últimos años complicaron muchísimo la calidad de vida, guerras en las que por supuesto, Estados Unidos y Rusia eran los protagonistas. Luego de eso, se marcharon a la República de Sillury en donde hasta el día de hoy seguían viviendo.

—¿Tiene alguna idea de dónde pudo haber ido el sargento Jefferson? —le preguntó el señor de traje elegante al soldado que conducía.

—He mandado a mis hombres a revisar las casas de cada uno. Incluso al laboratorio. Conozco a Jefferson desde hace ya dos años, es difícil frenarlo y sin duda seguirá metiendo sus narices en donde no le incumbe —respondió el soldado de forma informal con una voz ronca que sonaba intimidante —. Sabía que era mala idea llevarlo al laboratorio el día de la falla...

Jhon no comprendía de qué hablaban. Miró a los asientos de atrás de la minivan en la que iban. Al fondo estaba Alex y el resto de su familia. Sus hijos estaban dormidos y él y su pareja parecían conversar por medio de murmullos.

Cuando la minivan se detuvo, las puertas se abrieron de golpe. Los rayos del sol iluminaron el interior del auto y una brisa refrescante se coló por la puerta abierta.

Los obligaron a bajarse y para la sorpresa de todos se encontraban en la base militar. Era una instalación muy bien proporcionada. Había un edificio de dos pisos, ubicado en medio de la pradera plana que se extendía hasta más allá. También observaron pistas de aterrizaje y dos hangares mucho más a lo lejos.

Justo ahora se encontraban en el parqueadero en el que habían muchísimos autos, todos negros y blindados con un logotipo del gobierno.

—Serán enviados a un campamento militar. Allí estamos refugiando a las víctimas de este suceso. El sargento Jerome los llevará hacia el autobús en el que serán transportados —les explicó el hombre alto y de piel pálida, aquel era calvo y poseía una mirada inquisitiva.

—¿Y no va a darnos explicaciones sobre lo que está sucediendo? Esas criaturas han acabado con la vida de muchas personas. Atacaron el pueblo Bernon —dijo Alex cruzándose de brazos. Mantenía el ceño fruncido.

Jhon sentía una especie de aprecio hacia Alex, a pesar de haberlo conocido hace poco. Era un hombre seguro de sí mismo y sumamente ingenioso.

—Nos encargaremos de eso —contestó el señor, de muy mal humor. Se negó a dar más detalles y se adentró en el edificio de la base.

El soldado de piel oscura y de aproximadamente metro ochenta se posicionó frente a ellos. Traía unas gafas oscuras que ocultaban sus ojos intimidantes.

—Soy el sargento Jerome. Síganme por favor. Los llevaré al campamento.

Todos lo siguieron hacia un autobús negro que estaba estacionado en aquel parqueadero. Durante el corto recorrido, Jhon dirigió su mirada hacia los hangares lejanos. Vio que transportaban una jaula y dentro había algo que se movía de forma violenta. Supo en ese instante que se trataba de una criatura. Acaso... ¿Las estaban capturando?

Quiso seguir observando. Pero los obligaron a subirse en el autobús. 

Falla en el laboratorio [Saga descontrol #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora