Capitulo 19

130 9 1
                                    

~Principe elfo~

Vladek fue instalado en una enorme y lujosa habitación con vista nada menos que a un bellísimo jardín de rosas. El elfo estaba sorprendido por la magnificencia de la habitación la enorme cama de dosel, los pisos perfectamente alfombrados y los muebles de ricas maderas de ébano labradas y talladas con formas fantásticas en los bordes. Los cortinajes, las finísimas telas de las sábanas y los almohadones de plumas eran en conjunto una modesta demostración de riqueza y opulencia por parte de su anfitrión.
Inclusive los candelabros eran de oro blanco y platino.
En definitiva un rey con un estilo muy diferente al de el reino elfíco.

Termino de acomodar la ropa que llevaba en su maleta en el enorme armario de la habitación y saco los libros de antiguos conjuros que solía tener siempre cercanos a el.

Los puso en su mesilla de noche y se recostó en la cama, cansado por el viaje y el uso de la teletransportación.

Aún estaba acostumbrándose a usar semejante poder, que solo podía usar a distancias relativamente cortas y dentro del Underground.

Se culpaba a si mismo por no haber empezado antes ese viaje de aprendizaje, era muy poco el conocimiento y poder adquirido muy poco en comparación con los milenios de vida y magia de el rey de los Goblin.
Tratar de vencerle con los conocimientos que apenas estaba perfeccionando hubiera sido el equivalente de tratar de matar a un toro a pellizcos. Completamente ridículo.
Aún no podía hacer nada por la joven aunque se muriera por hacerlo, aunque detestara al tipo y quisiera arrancarle los disparejos ojos con las uñas aún no debía demostrar nada ni hacer un solo movimiento en falso.
Sería definitivamente un suicidio, tanto para el, como para la chica.

Pensaba Vladek acongojado.

Cuando el enano lo contacto no lo podía creer, el segundo campeón de el laberinto desde su creación atrapado por el primer corredor, encerrado en su propio castillo, habiendolo obligado a casarse con el saber los Dioses con que artimañas.

Jamás imagino que tal campeón fuera nada menos que su humano especial, la soñadora Sarah Williams.

El la había cuidado desde que era un bebé de brazos.

Había seguido los pasos de la chiquilla desde antes de que los diera, puesto que la había conocido cuando su madre la saco a pasear por primera vez en su cochecito a aquel parque cercano a su casa, había visto como la pequeña resplandecia con un brillo propio muy característico de los soñadores especiales que hacían enloquecer de remate a Faes y Elfos, aquellos de los que solo había leído pero jamás había tenido oportunidad de conocer.
Toda su vida pensó que eran una especie de leyenda o un mito hasta que la conoció a ella y supo que debía cuidarla todo lo que le fuera posible y así evitarle de alguna forma la oportunidad a cualquier ser inhumano de tomar a la humana contra su voluntad.

Y así lo hizo, con los pocos conocimiento de magia que tenía en aquel entonces uso el poder de la transmutación recién adquirido de la alquimia para transformarse en un cuervo que, siempre la siguió a distancia. Siempre y aún contra su voluntad por limitado tiempo pues, sus queridas hijas y el reino de los elfos lo hacían volver a sus deberes reales, obligandolo a regresar de vuelta al Underground.
Hasta que sus hijas crecieron lo suficiente como para no necesitarlo demasiado, fue cuando pudo tomar un papel en la vida de la chica convirtiéndose en el señor O'Conell el profesor de historia universal en su instituto. Papel lejano, pero le permitía verla más de cerca y tener por lo menos una mínima conexión con ella. Jamás quizo otra cosa que no fuera protegerla, justamente tomo la decisión de convertirse en el señor O'Conell por qué, una noche al regresar del Underground al Above se dió cuenta de que el no era el único ser mágico que vigilaba a la chica.
Había encontrado un rastro de purpurina plateada en el alféizar de su ventana y a la noche siguiente se dió cuenta de que su lugar en el árbol junto a la ventana había sido ocupado nada menos que por una criatura Fae.
Sus ojos elfícos hubieran podido reconocer como Fae al ser a kilómetros, puesto que para ser un animal había demasiada inteligencia y astucia en sus ojos negros de lechuza, era enorme, de alas blancas y cafes claro, que jamás ni en sus más locas fantasías pensó fuera el mitico Rey de los Goblin bien conocido por su crueldad y su desprecio muy bien estipulado en sus decretos reales contra los humanos.

El dice que mi nombre es anheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora