—Vamos a llegar tarde —insistió Jan, al otro lado de la puerta.
—Que ya voy, pesado —gruñí.
—¿Tan difícil es ponerse un bikini?
No le contesté, porque me estaba poniendo de los nervios. Era sábado, y esa mañana habíamos quedado para ir a la playa con Samu y Pol. No había vuelto a hablar con este último desde nuestro encuentro en el cementerio, y la idea de ir a verlo estando los dos ligeros de ropa me ponía nerviosa.
Decidí dejar de comerme la cabeza, me ajusté bien los tirantes del bikini y me puse un vestido azul encima. Me puse unas Vans para evitar que la abuela me diera el discurso sobre lo peligroso que era ir en bici con chanclas, y salí de la habitación tras colgarme la bolsa de tela del hombro.
—Por fin —murmuró mi hermano.
Volví a pasar de contestarle, y fuimos a por las bicis. Tuve que tragarme a Jan quejándose durante medio camino porque esta vez era él el que preferiría haber cogido el coche, pero lo obligué a callarse, por todas las veces que él me había hecho ir en bici cuesta arriba hacia el Refugio.
Habíamos ido un par de veces esa semana, y yo ya ni siquiera sentía agujetas al día siguiente, porque me estaba empezando a acostumbrar a esa tortura. Al menos, el trayecto hacia la playa era todo en bajada —aunque luego habría que volver, claro, pero ese era un problema para la Nora del futuro—.
Llegamos al final del paseo marítimo, al lado de donde empezaban las calas, y atamos las bicis en los anclajes del paseo.
—¡Llegáis tarde! —gritó Samu, sentado en un banco del paseo con Pol al lado, como si no nos hubiéramos dado cuenta.
—Lo bueno se hace esperar —contestó Jan mientras nos acercábamos a ellos—. Además, es culpa de Nora. Se ha tirado como media hora para ponerse el bikini.
—No ha sido media hora, y no me estaba poniendo solo el bikini —me defendí antes de girarme hacia la casa de Berta—. ¿Berta no viene?
—Está ocupada —contestó Pol.
—¿Haciendo qué? —inquirió Jan.
—Qué cotilla eres —murmuré.
—Vete a saber. —Pol se encogió de hombros—. Siendo Berta, puede ser cualquier cosa: una clase de yoga, un curso de astrología, una sesión de sexo tántrico, o igual está haciendo pan ecológico en Francia. Nunca se sabe.
—Igual está follando con plantas —añadió Samu, y nos giramos hacia él con el ceño fruncido—. ¿Qué? Hay gente a la que le pone restregarse contra las plantas y los árboles. Lo vi en Internet.
—El "lo vi en Internet" es el nuevo "es para un amigo" —se burló Jan, y Samu rodó los ojos—. No pasa nada, Samuelito, te queremos igual, con tus parafilias raras y todo.
Samu optó por no contestar, porque sabía que si le daba cuerda a mi hermano solo sería peor, y empezamos a caminar hacia la playa. En vez de ir a la primera cala, como solíamos hacer, trepamos por algunas rocas para llegar a una que estaba más escondida. Ya era julio, lo que significaba que los turistas habían llegado y tocaba ir a calas de difícil acceso y menos conocidas.
—Tienen que hacer algo con el turismo —se quejó Samu cuando llegamos a esa playa, en la que apenas habían dos personas, y estaban en pelotas—. Ya no digo prohibirlo, porque eso no se puede hacer, pero yo qué sé, multarlos cuando son unos guarros y dejan toda la playa llena de basura.
—En teoría te pueden multar por eso —comenté.
—Sí, en teoría —respondió—. En la práctica, no multan a nadie, y la gente hace lo que le da la gana.
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Hasta que acabe el verano
RomanceLa vida de Nora en Madrid es fácil y tranquila: tiene buenos amigos, una madre con la que se lleva más o menos bien, y una carrera prometedora. Un verano, la noticia de que su padre va a casarse la arrastra de vuelta al pueblo en el que vivió sus pr...