19 (II)

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Volvimos a casa justo a las dos y media. La abuela le insistió a Pol hasta que accedió a quedarse a comer, y cuando terminamos él, Samu y Jan se fueron a seguir intentando entrenar a Monty para que fuera a buscar la pelota. La abuela se quejó al principio, advirtiéndolos de que no se acercaran a los arbustos, pero la pillé intentando disimular varias sonrisas.

Yo aproveché para ducharme, y al terminar fui a sentarme fuera con la abuela, que estaba en la mesa del jardín con una taza de té delante.

—Estos niños no van a cambiar nunca. —Negó con la cabeza, como si no tuvieran remedio, cuando yo sabía que, en realidad, ella lo prefería así.

Miré a Pol, que estaba sentado en el césped acariciándole la tripa a Canela, que movía la cola con entusiasmo.

—Esa perra parece enamorada de Pol —comentó la abuela, divertida—, aunque no me extraña; al fin y al cabo, la encontrasteis vosotros dos.

Sonreí al recordar el día en que habíamos encontrado a Canela temblando bajo la lluvia, y nuestra decisión de quedárnosla pese a las quejas de la abuela, que ahora la quería como si fuera otra nieta suya.

—Fue un día interesante —respondí distraídamente, sin poder dejar de fijarme en cómo se movían las manos de Pol.

Pensé en esas mismas manos agarrando mi cadera con fuerza, apenas unas horas antes, mientras lo llevaba tan cerca del orgasmo que habría sido capaz de matar a Jan por habernos interrumpido. No recordaba haberme sentido así, tan desesperada por él, cuatro años atrás, pero quizás era porque en ese entonces nunca había tenido sexo y no tenía expectativas como ahora. Además, antes nos era más fácil pasar tiempo a solas, pero parecía que ese verano era imposible rascar más de cinco minutos sin que aparecieran los demás.

—¿Sabéis que deberíamos hacer? —propuso Jan cuando se cansaron de hacer el loco por el jardín—. Un torneo del juego de los magos.

—¡Sí! —gritó Samu con entusiasmo.

—¿Avisamos a Mariona? —propuse, y todos estuvieron de acuerdo, así que fui a coger el móvil en mi habitación y presioné sobre su contacto para llamarla.

Un tono, dos tonos, tres tonos... y me saltó el contestador. Fruncí el ceño, porque tenía pinta de que me había colgado, y lo volví a intentar. Tenía tanta confianza con Mariona que me importaba bastante poco si se pensaba que era una pesada, porque yo sabía que me querría igual.

Volvió a saltar el contestador y dejé el móvil en mi cama, extrañada. Le mandé un mensaje para avisarla, pero ni siquiera lo recibió.

Los otros tres ya estaban sentados y encendiendo la consola cuando salí de la habitación. Pol y Samu tenían un mando cada uno, y Jan miraba a la televisión con aburrimiento.

—Tarda mucho —se quejó.

—La Play 2 salió como en los noventa —le recordó Pol—. Claro que tarda mucho, es del siglo pasado.

—De hecho, estoy bastante seguro que es del 2000 —rebatió Samu.

—Mariona no contesta —informé.

—¿Mariona no contesta? —Samu levantó una ceja—. Qué raro, si vive pegada al móvil.

Eso era verdad y, aunque quizás solo había decidido pasar del móvil un rato, o se estaba echando una siesta, tenía un mal presentimiento, así que decidí plantarme en su casa, que para eso era nuestra vecina.

Había un timbre al lado de la puerta del jardín, pero yo no lo había usado en la vida, y no iba a empezar ese día. Abrí el pestillo de la puerta con facilidad, crucé el jardín y llamé al timbre de la puerta de la casa. Me abrió Martí.

Hasta que acabe el veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora