Tanto Jan como la abuela y los Armengol fueron al cementerio a ver al señor Enric por la mañana, pero yo me excusé con que tenía un artículo que terminar y dije que ya iría por la tarde. La verdad era que prefería ir sola. Era 5 de julio, su cumpleaños y, aunque no creía en la vida después de la muerte ni nada de eso, sentía la necesidad de ir a visitar su tumba.
Eran pasadas las seis cuando cogí la bicicleta y bajé al pueblo para comprar unas flores. No tenía ni idea de qué clase de flores se llevaban al cementerio, pero la dependienta de la floristería me recomendó un ramo de crisantemos blancos, así que eso fue lo que compré. Lo puse en la cesta de la bici y empecé a subir calle arriba hasta distinguir la larga hilera de cipreses que delimitaban el recinto del cementerio.
Dejé la bici al lado de la entrada. No me molesté en atarla a ningún sitio porque no parecía haber nadie cerca y porque, aunque era consciente de que había gente para todo en el mundo, quería pensar que nadie iría a robar bicis a un cementerio.
Al tratarse de un pueblo pequeño, no tuve que caminar demasiado hasta llegar al nicho con el nombre de la familia Armengol. Me fue fácil distinguirlo, porque había dos ramos de flores delante, uno a cada lado de la losa de granito donde, a parte del nombre del señor Enric, había también el de su mujer, a la que seguramente había conocido pero no recordaba, porque había muerto cuando yo era muy pequeña.
Separé las flores que había traído hasta formar dos ramos, y puse uno en cada lado, para que quedara igualado. Luego, me quedé parada delante del nicho, recordando esas tardes de viernes en las que el señor Enric nos invitaba a merendar y luego nos daba vueltas en su barco, hasta que empezaba a hacerse de noche o hasta que Mariona empezaba a vomitar.
No me consideraba una persona con buena memoria, sobre todo para las caras, que se me olvidaban rápido, pero, pese a que hacía cuatro años que no veía al señor Enric, lo recordaba perfectamente. Era un señor de expresión amable, que siempre estaba sonriendo, lo que marcaba todavía más sus arrugas. Solía llevar una boina gris en la cabeza, e incluso en verano llevaba una fina chaqueta.
—Te echo de menos —me sorprendí a mí misma murmurando.
Hasta entonces, nunca había entendido por qué la gente iba al cementerio. Sí, a mí se me habían muerto dos abuelos, el padre de mi padre y la madre de mi madre, pero apenas los había conocido, porque habían muerto cuando yo era pequeña, y no había ido a visitarlos al cementerio porque nunca había sentido la necesidad. Me sentía mal por estar yendo a visitar la tumba de alguien que ni siquiera era mi abuelo de verdad, pero había tenido mucha más relación con él, y de alguna forma tener un sitio al que ir para homenajearlo y pensar en él me era muy reconfortante.
—Yo también lo echo de menos —dijo alguien a mi lado, y me giré para encontrarme a Pol.
—¿No has venido esta mañana? —le pregunté.
—Tenía mucho trabajo —contestó, pero luego suspiró—. En realidad podría haber ido, pero me apetecía más venir solo.
—Mira, hemos pensado igual —comenté—. Si quieres me voy, entiendo que quieras estar a solas con él.
Pol negó con la cabeza.
—No hace falta.
Por primera vez desde que había llegado al pueblo, Pol y yo compartimos un silencio que no era tenso, porque no tenía nada que ver con nuestras diferencias.
—Te quería mucho, ¿sabes? —dijo Pol de repente, y me giré hacia él, pero su vista seguía clavada en el nicho delante de nosotros—. Siempre decía que eras como su nieta.
Las lágrimas se empezaron a acumular en mis ojos y desvié la mirada hacia el suelo para parpadear varias veces, intentando controlarlas.
—Yo... —empecé, pero mi voz salió algo ahogada y carraspeé antes de seguir hablando—. Siento mucho no haber estado aquí cuando murió. Si lo hubiera sabido, habría cogido el primer tren para poder estar en el funeral. Para mí también era como un abuelo.
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Hasta que acabe el verano
RomansaLa vida de Nora en Madrid es fácil y tranquila: tiene buenos amigos, una madre con la que se lleva más o menos bien, y una carrera prometedora. Un verano, la noticia de que su padre va a casarse la arrastra de vuelta al pueblo en el que vivió sus pr...