El sábado por la tarde, unos toques en la puerta de mi habitación interrumpieron mi escritura. Me desperecé en la silla, estirando mis extremidades, antes de decirle a quien fuera que estaba al otro lado que podía pasar.
Montse abrió la puerta.
—Oye, ¿quieres acompañarme un momento al pueblo del lado? —me preguntó—. Tengo que ir a buscar unas cosas para la boda, y me iría bien una ayuda.
—Claro —respondí, cerrando el portátil, porque ese día solo había salido de casa para ir un rato a la playa con Jan por la mañana, y necesitaba despejarme del trabajo.
Había sido una semana tranquila, me la había pasado yendo a la playa cada mañana y saliendo de vez en cuando con Mariona, Berta, Jan, Abril y Samu. No había sabido nada de Pol, lo que significaba que me estaba evitando, pero intentaba no pensar demasiado en eso.
Vi a mi padre leyendo el periódico en el sofá cuando bajamos al piso inferior, lo que me extrañó porque estaba tan puesto como Montse en la organización de la boda, y era raro que ella necesitara ayuda estando mi padre desocupado. Aun así, no dije nada, porque asumí que Montse habría puesto esa excusa para pasar tiempo conmigo.
Fuimos hasta un pueblo cercano, el mismo al que habíamos ido a probar pasteles, con su coche. Una vez allí, pasamos por la pastelería rápidamente para que Montse les comentara un par de cosas sobre el pastel, y luego me llevó a una modistería.
—¡Hola, Montse! —la saludó una mujer, que asumí que era la modista porque estaba sentada delante de una mesa llena de patrones y telas. Me miró, y esbozó una sonrisa—. ¿Es ella a quien tengo que tomarle las medidas?
—Sí, es Nora —contestó Montse, y la miré con una ceja levantada.
—¿Las medidas? —le pregunté—. Ya he traído un vestido para la boda.
—Pero no has traído un vestido de dama de honor —apuntó.
—¿Dama de honor?
—Si quieres serlo, claro está. —Sonrió—. Junto con mi hermana, mi sobrina y mi mejor amiga.
—Pero... ¿no se supone que las damas de honor tienen que ayudar con los preparativos, dar un discurso, y esas cosas? —inquirí.
—Has ayudado con los preparativos —me recordó—. Además, lo del discurso no hace falta que lo hagas, y menos teniendo en cuenta que te aviso con una semana de antelación. Ha sido una decisión un poco de última hora, porque cuando me dijeron que venías a la boda no te conocía y no sabía si nos llevaríamos bien, pero ahora he visto que sí, y quiero que estés entre las damas de honor.
—Pero, ¿hay alguien que no se lleve bien contigo? —bromeé, en un intento por sentirme algo menos abrumada por la propuesta.
Que no es que me hubiera sentado mal, todo lo contrario, solo es que no me lo esperaba.
—La verdad es que no, excepto un compañero de trabajo que está obsesionado con superarme en ventas, pero no le hago mucho caso. —Rio—. Lo que pasa es que, ya sabes, hay gente que odia a las parejas de sus padres y, aunque estaba bastante segura de que tú no serías así, por lo que me habían contado de ti, una nunca puede saberlo del todo hasta que te conoce.
—Jan era un poco así —comenté—. Mi padre tuvo un par de parejas después de dejarlo con mi madre y Jan se portaba fatal con todas ellas. A ti te adora.
—Fui la única que le dijo que lo de la cabra me parecía una buena idea cuando quiso quedársela.
—Ah, ahora lo entiendo todo. —Solté una carcajada—. Eres el apoyo en sus locuras dentro de la familia.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que acabe el verano
RomanceLa vida de Nora en Madrid es fácil y tranquila: tiene buenos amigos, una madre con la que se lleva más o menos bien, y una carrera prometedora. Un verano, la noticia de que su padre va a casarse la arrastra de vuelta al pueblo en el que vivió sus pr...