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—¡Hazme una foto como si fuera Cersei cuando lo de "vergüenza"! —le ordenó Paula a Carlota.

Empezó a bajar las escaleras de la catedral de Girona imitando al personaje de Juego de Tronos en la escena que se había rodado ahí mismo, y Carlota iba haciéndole fotos con el móvil como si fuera una paparazzi.

—Menudos personajes —murmuré, y Mariona, a mi lado, rio.

—Son muy graciosas.

—¿Cuándo vamos a casa del Samu ese? —preguntó Paula cuando ya hubo bajado las escaleras—. Que me he traído tres outfits diferentes para que me digáis cuál me queda mejor, así que estaremos un buen rato.

—Yo te hago de juez, nena —comentó un chaval que pasaba por ahí—. Y pasamos un buen rato de verdad.

Paula era una chica especialmente guapa: tenía los ojos verdes, un pelo rubio natural largo muy bien cuidado, y un cuerpo de esos que te hacía decir "guau". No por delgada, ni por atlética, sino por las curvas. Podría ser perfectamente una modelo de esas de Instagram, pasa que le gustaba más subir fotos medio misteriosas con textos que te hacían dudar de su salud mental.

—¿Sabes qué te falta para interesarme? —le contestó la susodicha, llevándose una mano a la cadera—. Un coño.

Y malhablada. También era muy malhablada, pero llevaba tanto tiempo siendo así que ya era un rasgo suyo al que le había cogido cariño.

—¿Eres lesbiana? —El chaval levantó una ceja, y abrió la boca para decir algo más.

—Que no diga lo de "eso es porque no has probado una buena polla", por favor —murmuró Carlota.

—¡Eso es porque no has probado una buena...! —empezó, pero Paula lo interrumpió rápidamente.

—¡Ni la voy a probar nunca! —gritó—. ¡Cállate ya, pesado!

—¡Eso, eso! —se unió Carlota—. ¡Vuelve a la cueva, unga unga!

—Puto feminismo, ya no se puede ni tirarle la caña a las tías —se quejó el chaval... bueno, yo creo que ya podíamos apodarlo "el imbécil".

—Si eso para ti es tirar la caña, lo llevas fatal —contesté.

Parece que el tipo se dio cuenta de que no tenía ninguna posibilidad de ganar esa pelea, porque se fue sin decir nada más. Carlota despotricó un buen rato más, pero luego nos olvidamos de él.

—Jan y Berta están viniendo —dijo Mariona, mirando el móvil—. Pol y Abril vendrán más tarde, dicen.

—Vamos, que entre que llegan y aparcan, todavía tenemos una hora por matar —contesté.

—Qué mono es tu hermano. —Suspiró Carlota—. Ojalá me dieras tu bendición para casarme con él.

—Que pesada. —Reí.

—¿Tiene novia? —inquirió.

Debo recalcar, otra vez, que Carlota sabía de sobra la historia de Jan y Mariona, así que el hecho de que estuviera preguntando eso con Mariona a nuestro lado me dejaba ver que su intención era sonsacar información, y me parecía una estrategia maravillosa.

—Que yo sepa, no —le di una mirada rápida a mi vecina y ella apartó la vista.

—Creo que está soltero —comentó como si nada, y quise gritarle cuatro cosas, pero me contuve.

—Carlota, está fuera de tu rango de edad, supéralo —dijo Paula.

—¡Ni que tuviera cuarenta años! —se quejó ella.

Hasta que acabe el veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora