Estaba intentando terminar de revisar el último párrafo de mi artículo cuando una pelota colisionó contra mi vaso de té, tirándolo al suelo. No se rompió de milagro, además de que cayó sobre el césped, pero eso no hizo que me enfadara menos.
—¡Ya me estoy empezando a cansar de vuestra puntería de mierda! —exclamé, levantándome de la silla.
—¡Perdóoooon! —gritó Jan, corriendo hacia mí con las palmas juntas en señal de disculpa.
—¡Lo sentimooooos! —añadió Samu.
De mala gana, chuté la pelota hacia mi hermano y volví a sentarme. Ya me había planteado trasladar mi sesión de trabajo al salón o a mi habitación, pero hacía un día increíble, soleado pero con una brisa que refrescaba, y me negaba a que esos dos pesados me echaran del jardín.
Llevaban más de una hora intentando enseñar a Monty a ir a buscar la pelota —a Paquito, como tenía la pata mal, lo habían dejado en paz—, y yo ya me había cansado de intentar explicarles que era una cabra, no un perro. Canela, echada a mi lado, movía la cola cada vez que tiraban la pelota, seguramente porque tenía ganas de jugar, pero todavía no llevaba demasiado bien lo de compartir espacio con Monty.
Otra cosa que me tenía mosqueada era que yo pensaba que estarían jugando a videojuegos en la habitación de Jan, que era a lo que se dedicaban la mayor parte del tiempo, o durmiendo, pero justo ese viernes por la mañana habían decidido hacer algo diferente. No lo entendía, porque el día anterior habíamos salido y ellos dos habían vuelto más tarde que yo.
El tema era que, en teoría, en veinte minutos Pol me tenía que pasar a buscar para irnos juntos a una playa que quedaba a media hora del pueblo, y si esos dos se enteraban de nuestro plan se iban a querer apuntar. No teníamos ninguna excusa para conseguir que no vinieran, así que sí, estaba de mal humor.
Habían pasado tres días desde nuestra conversación en el coche, y apenas habíamos tenido tiempo para estar los dos solos, porque al ser fiestas mayores habíamos estado prácticamente todo el rato con nuestros amigos. Solo habíamos podido rascar un par de besos a escondidas estando de fiesta, pero nada más.
A las once y media, escuché que llegaba un coche y paraba justo al lado de casa. Canela se levantó y empezó a ladrar mientras corría hacia la puerta.
—Uy, ¡es Pol! —exclamó Jan, que ya sabía perfectamente cómo sonaba el coche de su amigo, antes de empezar a correr hacia la puerta, igual que la perra.
—¿Qué hace aquí? —inquirió Samu, siguiendo a mi hermano.
—Nos vamos a la playa —comenté como si nada, levantándome de la silla, y los dos se giraron hacia mí con el ceño fruncido.
—¡¿Y no nos habéis invitado?! —exclamaron a la vez, y solté una carcajada antes de contestar.
—Asumía que estaríais durmiendo, como siempre.
—Asumir es feo, Nora —respondió Jan, negando con la cabeza como si estuviera muy decepcionado.
Cualquier otro ser humano se habría dado cuenta de que había algo sospechoso en que Pol y yo hubiéramos quedado para ir a la playa sin avisar a nadie más pero, por suerte, estaba delante de dos personas que vivían en otra galaxia.
Se nos terminaron uniendo, claro está, y tuve que resignarme a sentarme detrás mientras Jan cantaba y bailaba en el asiento del copiloto y Samu, sentado a mi lado, no paraba de quejarse de lo mal que cantaba mi hermano. Pol y yo estábamos sumidos en un silencio tenso —pero, cómo no, esos dos no notaron nada extraño—. Me miraba de vez en cuando por el retrovisor, y solo por un gesto tan simple tuve que juntar mis piernas con fuerza varias veces. Me ponía tanto que empezaba a rozar lo ridículo, y no podía parar de pensar en lo que había pasado en ese mismo coche unos días antes.
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Hasta que acabe el verano
RomanceLa vida de Nora en Madrid es fácil y tranquila: tiene buenos amigos, una madre con la que se lleva más o menos bien, y una carrera prometedora. Un verano, la noticia de que su padre va a casarse la arrastra de vuelta al pueblo en el que vivió sus pr...