16

352 41 30
                                    

El miércoles por la tarde, me quedé dormida en la tumbona de la terraza, pero mi pequeña siesta no duró demasiado porque unos gritos me despertaron al poco rato.

—¡Ni hablar! —gritaba la abuela—. ¡Esto ya es el colmo!

—Pero si no hay para tanto, mujer —contestó Jan.

—¡Esto es una casa, no una granja!

—Venga, Dolores, no seas así —respondió él—. ¿No te parece adorable? También merece tener un hogar. La querían sacrificar porque tiene una pata rota. ¿De verdad quieres que la sacrifiquen?

—¡No empieces con el chantaje emocional!

Me levanté de la tumbona y me asomé por la barandilla de la terraza para ver qué estaba ocurriendo en el jardín. Vi a la abuela, pero no a Jan, porque parecía estar detrás de uno de los enormes pinos que había en el terreno. No tardó en moverse para seguir hablando, y entonces vi que llevaba una cabra que no era Monty en brazos. Era pequeña, no sé si porque era joven o porque era algún tipo de cabra enana. Canela olisqueaba al animal desde el suelo, y Monty miraba la escena desde lejos, seguramente sin atreverse a acercarse porque veía que la abuela estaba de mal humor.

—¡Monty necesita un amigo! —insistió Jan—. Las cabras necesitan socializar entre ellas, lo leí en Internet.

—¡El Internet ese solo dice mentiras! —dijo la abuela, y solté una carcajada que hizo que ambos se giraran y miraran para arriba, en mi dirección—. ¡Nora, baja aquí y dile a tu hermano que no podemos tener otra cabra en casa!

—Yo no quiero saber nada de esto —respondí, aunque pretendía quedarme a ver cómo evolucionaba su discusión, porque sabía que la abuela terminaría cediendo, pero no lo haría sin antes dar una buena dosis de guerra.

—¡Haz lo que quieras! —exclamaba ella, exasperada, media hora más tarde.

Entró en casa, y Jan me miró con una sonrisa triunfal. Bajé al jardín, ahora que no estaba la abuela para implicarme en la discusión, y me acerqué a mi hermano, que seguía con la cabra en brazos.

—Ahora hay que ponerle un nombre —dijo, mirando al animal.

—¿De dónde la has sacado? —inquirí.

—¿Sabes el pastor ese, el de Can Vidal? —preguntó, y asentí con la cabeza—. Pues estaba en el pueblo con Samu y hemos escuchado a unas señoras comentar que ese pastor tenía una cabra bebé que se había resbalado y se había caído por el barranco. Tenía una pata rota, y el pastor estaba pensando en sacrificarla, por lo que se ve hay un grupo animalista que se estaba quejando pero en el santuario que hay aquí cerca les falta personal y no podían hacerse cargo, así que he decidido ir a Can Vidal a ver qué pasaba, y he terminado llevándome la cabra. Creo que la llamaré Dolores, para molestar a la abuela.

Me agaché y miré por debajo del cuerpo de la cabra.

—Jan, es macho.

—Ah, vaya —murmuró—. O sea, que es un cabrón.

Se echó a reír como si hubiera contado el chiste del año —cuando, efectivamente, el animal era un cabrón—.

—Y Monty también lo es —apunté.

—Tenemos la casa llena de cabrones. —Siguió riendo—. Yo los seguiré llamando cabras, que me hace más gracia, y si le cuentas a la gente que tienes cabrones en el jardín no te toman tan en serio. Entonces... ¿Cómo lo llamamos?

—¿Python?

—¿Python? —Levantó una ceja, y cuando entendió la referencia abrió la boca formando una O, sorprendido—. Ah, claro, ¡por Monty Python! Eres un genio, Nora. Aun así, quiero más opciones. ¿Y si apuntamos varias y hacemos una votación en el Refugio? Es que somos así de democráticos.

Hasta que acabe el veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora