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¡Hola y bienvenida/o de nuevo a esta novela! Si no recuerdas lo que había pasado hasta ahora, en la parte de antes encontrarás un resumen de los capítulos anteriores. Ah, y también debes saber que los días de publicación de Hasta que acabe el verano a partir de ahora son los miércoles y los domingos :)

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—¡¿Pero qué hay aquí dentro, un cadáver?! —exclamó Mariona, jadeando, al cruzar la puerta.

Dejó la caja en el pasillo con un gemido y se sentó encima. Jan, que también parecía llevar una caja pesada, no era capaz ni de hablar, solo soltó una especie de berreo antes de hacer lo mismo que Mariona.

—¡No te sientes ahí! —chilló Samu, obligando a Jan a levantarse de encima de la caja para esquivar una patada—. Está mi ordenador.

Para la sorpresa de todos, Jan no rechistó, se limitó a sentarse en el suelo y apoyar la espalda contra la pared.

—Me vas a tener que pagar el fisio —se quejó Mariona.

—Sois unos exagerados —rebatió Samu, y sonreí.

—Creo que ya está todo —apunté, mirando las cajas que había en el pasillo del nuevo piso de nuestro amigo.

—Gracias a Dios —murmuró Jan.

Metimos las cajas en la habitación de Samu para que no estorbaran a sus compañeros de piso cuando llegaran, y nos fuimos a comer a un restaurante cercano. Habíamos pasado toda la mañana cargando cajas, viajando hasta Girona y descargando, así que estábamos agotados.

—Creo que esta tarde, cuando vayamos a la playa, haré como esas señoras que se ponen en una silla en la orilla —dijo Jan, con la boca llena de hamburguesa—. Esas sí que saben. Estás cómodo y fresquito.

—Me preocuparía de que estés adoptando costumbres de señora de ochenta años, pero la verdad es que es una estrategia infalible —contestó Samu.

Durante la comida, Mariona estuvo inusualmente callada. La vi mirar el móvil varias veces, y parecía agobiada, pero decidí esperar a pillarla a solas para preguntarle.

Eran pasadas las cuatro cuando nos subimos en el coche de Jan para hacer el camino de vuelta. Samu se quedó en Girona para empezar a organizar sus cosas en el piso nuevo, así que solo nos fuimos Jan, Mariona y yo. Como ya habíamos supuesto que se nos haría tarde, llevábamos los bañadores puestos, así que nos fuimos directamente a la playa.

Pasamos a buscar a Berta por su casa, que nos venía de camino. Con lo cansados que estábamos, descartamos buscar alguna cala tranquila y nos conformamos con la playa principal, que estaba llena, pero no tanto como lo habría estado por la mañana, así que era soportable.

Jan fue a bañarse, Mariona y yo nos pusimos a tomar el sol y Berta a garabatear en su cuaderno. Hacía muy buen día, nadie habría dicho que el día anterior había caído una tormenta impresionante. Sonreí sin querer al recordarlo y, como si me hubiera leído la mente, escuché la voz de Pol.

—No sabía que ahora éramos unos básicos y nos quedábamos en la playa principal —comentó, dejando su mochila encima de la toalla de Mariona.

—Yo no me veo capaz de ponerme a escalar rocas —respondió ella, apartando la mochila de Pol hacia la arena.

—Yo tampoco —me sumé.

—A mí me parece todo bien. —Berta se encogió de hombros, sin levantar la vista de su cuaderno.

Pol soltó una carcajada antes de sacar su toalla de la mochila y extenderla al lado de Berta. Me fijé en que tenía algunas manchas negras en los brazos, como si estuvieran sucios, pero luego recordé que venía de trabajar, así que sería de eso.

Hasta que acabe el veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora