Capítulo 44: Armonía II

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La habitación blanca yace con el sonido de la televisión, sus canales son constantemente cambiados, todo está repleto de noticias sobre los visitantes en el pueblo de Greenbell, los reporteros dan sus mejores expresiones de perplejidad, asombro o incertidumbre, o una mezcla de los tres. La noticia del siglo, sin duda alguna. Pero no para Richard Hanmer que resopla aburrido de no encontrar nada que lo entretenga, su canal preferido canceló su programación para dar cobertura completa y en vivo a la nueva raza descubierta.

—¿Será que el hospital pueda conectarse a Netflix? Creo que ya va siendo hora de terminar Friends —dice en un amago de reír. Apaga la televisión soltando un bajo quejido de dolor.

El hombre, aunque se encuentra fuera de peligro, sigue en recuperación y observación luego de que se le fue extraído un riñón destrozado. Jake Hanmer le ve un momento antes de seguir pelando la manzana y cortándolo en pequeños trozos. Desde que se le permitió quedarse en la habitación con su padre, ha estado al pendiente de cada signo en el monitor y expresión de su rostro. Lo sobrecuida.

—Ve a darte un baño, come algo, duerme un poco —el muchacho no dice nada—. Troy se hará cargo de todo —se refiere a su guardaespaldas personal, el hombre calvo.

—Yo puedo hacerlo, es mi deber y quiero hacerlo —se limita a eso, a quedarse en silencio pelando y picando con diligencia hasta que el muchacho deja de hacer eso para mirar a su progenitor—. ¿Sabías que ese Zein era uno de esos aliens?

El padre observa absoluta curiosidad en los ojos de su muchacho, y sonríe por ellos. —Al principio no. ¿Qué pasa? Pareces cohibido.

—Cuando te dije sobre que él me había humillado…

—Ah, entiendo. Pero déjame aclarar algo, hijo —toma una tajada de manzana—. Mis días de intimidación acabaron hace años, se lo juré a tu madre y mis juramentos, en especial a ella, no los rompo.

El chico sin comprender aguarda, en especial cuando el padre ríe contenido para que el dolor no ataque de nuevo.

—No iba a mandarlo a traer como si fuera el jefe de una mafia. Iba pedirle, y ofrecerle dinero si era necesario, para que no hiciera algo más aparte de darte lo que te mereciste. Es todo —el chico tiene los ojos bien abiertos, busca la pregunta correcta que hacer, pero su padre se adelanta a la respuesta—. Trato de protegerte. Se lo prometí también a tu mamá. No soy bueno en la crianza, lo he intentado, pero mi ángel era mi guía, sabes. Muchos creen que tengo la posición que poseo porque nací con ello, pero la verdad, es que provengo de una familia pobre. Tu madre es quien nació en cuna de oro, y yo no era precisamente el mejor partido a elegir.

«Era un delincuente prácticamente, alguien a quien una madre, en especial una rica, no desea para su hija. Tampoco quería problemas, pero tu madre era uno, uno grande, uno cuya vida se empeñaba en encajármela cada que podía. Ella era recatada, curiosa, alegre, un sol básicamente, pero yo, oh yo, un cabrón. ¿Qué cómo terminamos juntos? Cuando llegue con Dios se lo preguntaré porque hasta la fecha sigo sin entenderlo. A lo que voy, hijo, es que ella convenció a sus padres de conocerme, tratarme, confiar en mí, me dio apoyo, por ella tuve mi carrera universitaria, mi doctorado, la oportunidad de conseguir mi propia empresa y dedicarme al campo de la ciencia. Me educó en ser buena persona. Sigo intentando serlo. Si hubiera hecho lo que querías que hiciera, sería como retroceder a como era cuando conocí a tu madre. Y eso no. La vida pocas oportunidades te da de encontrar a las personas correctas, sea en la manera que sea. A mí me lo dio como esposa, pero no necesariamente tiene que ser de esa forma.»

Jake se mantiene con la mirada baja, con una sonrisa pequeña que busca asomarse con ternura. —Pero bueno, a veces sigues siendo un cabrón.

—Sí —Richard sonríe—, todavía me cuesta matar ese viejo hábito.

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