Capítulo 31: Esas manos

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—Hay mucho movimiento allá afuera, los militares han estado preparándose para algo —menciona Jake estando al teléfono con su padre, mira por la ventana del dormitorio de su madre el ajetreo del exterior, como esas luces que se vislumbran entre el bosque o los helicópteros sobrevolando. Su cara se torna asustada cuando capta una rugido—. ¿Qué está pasando? ¿Sabes algo?

Richard Hanmer también observa a través de la ventana de su oficina, teoriza sin esquivarse que se trata de sus dos colegas de otro mundo. Aprieta su teléfono frotando el ceño. —No, pero no te preocupes, iré a la casa, quédate con tu madre.

Jake confirma y así el señor puede colgar, apagar su computadora e ir con prisa por los pasillos de su empresa para salir, sin embargo, detuvo su andar cuando una persona cruzó rápido de un pasillo a otro, persona que le hizo abrir los ojos con asombro para perseguirle por su huida hasta que su mano logro darle alcance.

—¡No! ¡Suélteme! —Luna propinó una bofetada con fuerza al rostro de su jefe, el hombre se desbalanceó haciendo que la soltara— Señor Hanmer —musitó la muchacha cohibida.

El mayor acuna su mejilla con confusión, pero no tanta como la que le provoca tener la vista de esos ojos enrojecidos y húmedos, así como el golpe en el rostro de ella y un escote hecho a prisa, pues la tela estaba rota, sin mencionar la actitud asustada.

—Luna, ¿qué…? —no pudo terminar de hacer la pregunta, pues la muchacha se rompía a llorar abrazándose a sí misma.

El hombre apretó los puños, con cautela se acercó teniendo el permiso hasta que sus brazos la rodearon por completo, siendo capturada con delicadeza teniendo un pecho en el cual ocultarse mientras tiembla, siendo estrujada con una gran molestia que está por salir.

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La nube de polvo se alza cual neblina que oculta la desesperada verdad, en medio de esa invisibilidad un cuerpo se levanta con los hombros rígidos ante su respiración forzada, la perturbada ira no permite un momento de descanso del bajo gruñir, que muestra los apilados dientes capaz de desgarrar a tirones la carne y regar la sangre. Ahí está, sobresaliendo del leve ocultamiento que lentamente se disipa para descubrir lo que su pesado y frenético cuerpo aplastó desatando con gusto su destructivo ser. Y su alma ruge, brama con soberbia superioridad de considerarse el más fuerte, un depredador, cazador innato que no dejará que un débil, su presa se le escape, por eso, con la nube de polvo habiendo desaparecido mira divertido al suelo agrietado y después al frente, al ser inferior de piel oscura y cuencas grises, teniendo en sus brazos a ese insignificante insecto.

—Lamento la demora —sonríe guasón al joven asustado que rila y respira entrecortado.

Timothy Becklan mira sin creer y entender lo que ha pasado, si la piel de la criatura no poseyera el grosor que tiene, las uñas humanas ya se habrían incrustado en el cuero. El pelirrojo mueve la boca, la mandíbula tirita de su pánico y toda la vida que cruzó a sus ojos.

—¿Estás bien? —suaviza la voz, ya no dibuja la sonrisa bromista y actúa amigo para el chico agradecido, quien de su shock no sale, pero que su mente dice «Gracias» y sus orbes derraman la gratitud— Tim, reacciona.

—¡Gracias! —se desborda sintiendo la vida más que nunca, jurando que si se le extiende la esperanza no desaprovechará ni un minuto más.

Heka sonríe algo enternecido mirando al joven llorón, porque empatiza lo que siente, después de todo lo ha experimentado, sin embargo, apaga su compasión para ver al frente, le encantaría ayudarle a controlar su desbordante alegría de la nueva oportunidad de vivir, pero algo no les daría ese privilegio.

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