Hace seis año

72 9 0
                                    

Katniss

Regresó una semana después. Honestamente no lo había tomado en serio cuando dijo que mancharía con caca de bebé la cama de mi hermano por cada pañal que tuviese que cambiar. Pero apareció una tarde en la puerta de la habitación de Cato cuando yo salía de la mía para bajar las escaleras. Ambos nos detuvimos en frío, con los ojos muy abiertos atrapados en el acto. Finalmente, fruncí el ceño y puse mis manos en mis caderas.

—No lo hiciste —susurré duramente—. Otra vez no, ¿o sí? Su sonrisa fue instantánea y tan linda que hizo papilla mi ceño. Luego se encogió de hombros despreocupadamente. Rodando los ojos, murmuré—: Oh, pero déjame adivinar. No robaste nada, ¿verdad? Levantando sus manos, las giró para mostrarme sus palmas limpias.

—Ni siquiera esa laptop nueva de paquete en su escritorio. Suspiré y negué con la cabeza.

—No puedes seguir haciendo esto. Van a atraparte. Su mirada recorrió mi cuerpo, calentándome lo suficiente para recordar que no usaba nada más que pantaloncitos cortos y una camiseta sin mangas. Luego murmuró—: ¿Aún no he sido atrapado? —Uh, ¿perdón? —Levanté una ceja, actuando indignada—. ¿Y cómo llamas a que estuviera saliendo de mi habitación y te viera?—¿Suerte? —Me dio otra de esas que sonrisas que, sí, me convirtió en una de esas chicas: esas estúpidas chicas que abandonan toda lógica y razón por la sonrisa de un chico lindo. Mi cerebro era un revoltijo; ni siquiera sabía cómo responder. Un rubor vertiginoso subió por mi garganta, pero lo tragué de vuelta. Sin embargo, no podía evitar el sentimiento; me gustaba pensar que se sentía afortunado de encontrarse conmigo. Excepto que no podía dejar que él supiese eso. Forcé una mueca. —Espero que tengas planeada una buena ruta de escape porque... El ruido de pasos en la escalera terminó mi corta conferencia. El chico Mellark y yo nos miramos boquiabiertos. Comenzó a retroceder, de vuelta a la habitación de Cato, pero por el sonido de las voces acercándose, Cato y su amigo Tad eran quienes venían, lo que significaba que descubrirían a quien quiera que estuviese en su habitación en cuestión de momentos. Sin detenerme a pensar mi decisión, le hice un gesto para que se moviera hacia adelante.

—Rápido. Entra aquí. Su mirada pasó a las escaleras. Un respiro después, se lanzó hacia mí. Tomé su brazo y tiré de él dentro de mi habitación, cerrando la puerta detrás de nosotros justo cuando veía la parte superior de la cabeza de alguien llegar al segundo piso. Cubrí mi boca con la mano, respirando pesadamente en mi palma. Oh hombre, eso estuvo cerca. Levanté la mirada al chico para ver si compartía mis pensamientos, pero estaba muy ocupado mirando mi habitación con una mirada de horror. —¿Esta es tu habitación? Fruncí el ceño y me incliné por delante de él para tratar de ver mi habitación como si fuese la primera vez, porque en serio, ¿qué diablos quería decir, al decirlo de esa manera? No se veía mal para mí. No era toda rosa y con volantes o demasiado femenina. De hecho, estaba decorada en tonos azules. Ni siquiera tenía fotografías de mis actores favoritos clavadas en mis paredes, principalmente porque mi madre me hubiese repudiado si las tuviera, a pesar de que un poster en tamaño real de Stephen Amell hubiese lucido bien justo encima de mi cama. Las mantas de mi cama estaban perfectamente hechas, sin ropa tirada en el suelo, incluso mis libros estaban alineados con precisión en mis librerías. Era una habitación perfectamente respetable, si tengo que decirlo.
—¿Qué tiene de malo? —¿Qué? —Sonó distraído mientras se giraba a mí. Inhalé, sin darme cuenta de que estábamos tan cerca. Pero cuando él me observaba, con su mirada pesada sobre la mía, se sentía como si no hubiese nada entre nosotros. Sin espacio. Sin aire. Solo él y yo.

—Nada —dijo finalmente sonando aturdido. No era justo que él fuese tan lindo. Sus ojos azules tenían destellos dorados hoy, pero su cabello seguía luciendo tan rubio y cuidadosamente descuidado como había estado hace días, como si nunca lo arreglara con nada más que sus dedos. —¿Entonces por qué sonabas tan horrorizado?Sus ojos azules se fruncieron con confusión antes de mirar nuevamente a mi habitación.

Mi Felicidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora